Por Simón García
En tiempos de crisis,
hacerse las preguntas pertinentes y en orden a su influencia para reducir el
caos, la confusión y las incertidumbres resulta, generalmente, de más utilidad
que las respuestas. El destino priva sobre el origen. Por eso a quienes andan
buscando otro camino, abandonando las entrañas del anterior mundo, hay que
preguntarles hacia dónde quieren ir, antes que interrogarlos sobre de dónde
vienen.
Todo régimen totalitario,
obsesionado por el control sobre todos y todo, inculca en sus dominios
culturales y emocionales la convicción de su invencibilidad. Es decir pretende
desmoralizar toda acción en su contra e imponer un estado general de resignación,
repitiéndonos y repitiéndose la mentira de que es un poder eterno. Pero ya en
la comarca se sabe que Maduro tiene marcado su final en el calendario.
La inquietud, la angustia o
la desesperación de estos días es cómo y cuándo el país podrá salir de Maduro,
de su modelo y de su gobierno. Nunca antes se habían producido tal conjunción
de condiciones y factores desfavorables a la permanencia de un presidente en el
mando: 1. No es un líder carismático y en ocasiones no parece ser quien fija el
rumbo a sus seguidores, 2. Ha generado con sus decisiones una desintegración,
posible de empeorar, del país y le ha impuesto a los venezolanos una crisis con
una capacidad destructiva nunca conocida, 3. Se quedó sin la herencia de Chávez
en términos de sistema a imponer y de una metodología que contemplaba dos
principios que Maduro traiciona: avanzar desde victorias electorales y no
colocarse fuera de la Constitución Nacional, 4. Lo peor es su ilegitimidad de
desempeño que le hizo pasar de mayoría a evidente minoría en una forma
precipitada y tan suicida que quiere arrastrar en su caída al PSUV.
Maduro puede estar haciendo
un mal cálculo contando con tres aspectos que lo sostienen y que le permiten
proyectar una fortaleza que no hay que subestimar, pero que es relativa porque
es sensible a las demandas de cambio: 1. La alta burocracia que ha colonizado
al Estado en función de una camarilla, 2. La confiscación de la
institucionalidad de la Fuerza Armada, 3. El uso de la dirigencia intermedia y
la base social de apoyo del PSUV, atravesada por una conflictividad interna que
el disciplinamiento autoritario de la vida interna y el clima de miedo no han
podido sofocar.
Es desde este tipo de
observación que hay que evaluar los resultados de una estrategia aplicada por
la MUD desde la constitución, con vocación pacífica, exigiendo elecciones y el
rescate de la democracia. De la profundización de sus cuatro elementos depende
la calidad y velocidad de los cambios.
El diálogo es una forma de
lucha táctica en cuanto presión para lograr que el régimen respete las reglas
de juego, repare sus decisiones inconstitucionales, levante al bloqueo al RR y
a las elecciones de gobernadores y atienda a tiempo la aparición del hambre. El
gobierno quiere abandonarlo y la MUD no puede ayudarlo a que salga con la suya.
Pero el diálogo es también
una estrategia conectada con la pregunta sobre qué es lo que comienza después
de Maduro. Y aquí aparecen vacios o suposiciones que suelen resultar fatales
como la de que lo analizaremos cuando lleguemos a ese puente.
La regla sobre el límite de
caracteres me impide abordar ahora el diálogo como estrategia. Pero es
ineludible pensarlo con urgencia.
14-11-16
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