Sobre la fracasada aventura de la Operación Gedeón, el
llamado “macutazo, es difícil que sepamos más de lo que ya sabemos y al menos
por un tiempo difícilmente podremos averiguar más; por lo tanto, hay que dar
por suficiente lo que ya sabemos y sin dar más vueltas al bochorno, sacar
algunas enseñanzas.
El régimen ha alardeado y admitido que sabía lo que se
estaba planificando y sin duda alguna lo estimuló y financió. No existen
“mercenarios pro bono”; es obvio que de alguna parte salieron los recursos para
montar la trampa en la que cayeron varios y que ahora el régimen está
aprovechando para ganar más control, incrementar la represión y desprestigiar a
la oposición, con una campaña muy bien orquestada contra la Asamblea Nacional,
los partidos del llamado G4 y Juan Guaidó, campaña a la que, como siempre, se
prestan algunos “opositores”.
Una consecuencia de lo ocurrido es el debate, por
mampuesto, que se ha generado sobre la estrategia de la oposición,
calificándola también de fracasada. Fracaso es el término de moda; pero, cuando
la discusión se profundiza, las vías para resolver la crisis en la que nos
consumimos, que plantean los diversos grupos opositores, aunque variadas y con
matices, se resumen en dos opciones generales: Una, la salida de fuerza, con
intervención militar, interna o externa; se objeta, con razón, que esa es una
vía que no nos garantiza la solución del problema y que además no controlamos
como sociedad civil, ni en su alcance, ni en sus resultados, ni es una vía en
la que la mayoría del pueblo pueda participar. Y dos, hay quienes preferimos un
proceso de negociación que confluya en un proceso electoral libre, pero se nos
objeta –aunque la evidencia histórica e internacional desmienten el argumento–
que dictadura no sale con votos y que la de Venezuela ha demostrado no
estar dispuesta a reconocer ni permitir procesos electorales limpios y
neutrales. La pregunta sigue siendo entonces: ¿Por cuál opción se decanta cada
quien y cuánta carne está dispuesto a arrimar al asador? Es decir, en cuál de
las dos opciones se está dispuesto a participar, activamente.
La discusión continua, pero en lo que no hay duda es
en que la oposición venezolana carece de una fuerza coercitiva similar a la que
tiene el régimen –FANB, aparato policial y represivo, milicias, colectivos
armados, etc.– y tampoco contamos con una fuerza militar externa, multilateral,
para “retirar”, derrocar u obligar al régimen a renunciar o tan siquiera negociar
su salida. La comunidad internacional –vale decir Europa, Grupo de Lima y sobre
todo los EEUU– ha dicho claramente que la solución que apoyan es una
negociación que conduzca a unas elecciones para superar la crisis venezolana.
Lo que nos queda, por tanto, es basarnos en el apoyo internacional y la
movilización interna en el país para obligar al régimen a negociar y buscar un
proceso de transición.
Por supuesto, ambas vías contemplan tiempos de
desarrollo que, aunque diferentes, la opción de la negociación/elecciones es
obviamente el camino más largo. Eso está reñido con la mentalidad cortoplacista
de muchos venezolanos, que no toleran diálogos, procesos de negociación,
organizar la resistencia y la protesta o los procesos electorales, pues quieren
una “solución ya”, “mañana”, todo lo más “pasado mañana”. Pero, demás está
decir que la mayoría de esos que no están dispuestos a “esperar” tampoco están
dispuestos a hacer nada en favor de la “vía más rápida”, a lo más que llegan es
a criticar, desesperarse, desanimar a los demás o a buscarle una solución
individual al problema.
Aunque sin éxito, se han hecho muchas cosas en estos
21 años, no hemos estado cruzados de brazos; en lo electoral se han obtenido
algunas victorias importantes, pero parciales y muy limitadas; se ha movilizado
multitudinariamente a la gente, en cuyo saldo solo lamentamos unas centenas de
muertos, detenidos, perseguidos y exilados; se han intentado procesos de
negociación, con diversos apoyos y mediadores internacionales –el Vaticano, el
reino de Noruega–; se han intentado algunos procesos de “fuerza”, por llamarlos
de alguna manera, que tampoco han resultado y aunque tenemos también logros
internacionales, que han conducido a diversas sanciones, personales o contra
empresas del gobierno; nada de eso ha conducido a resultados significativos, en
el sentido de debilitar al régimen al punto de obligarlo a negociar. Cabe un
angustioso ¿Por qué?
El por qué sin duda se debe, además de lo ya señalado
más arriba, a que no contábamos –ni nosotros ni nuestros aliados
internacionales– con la naturaleza del régimen al que nos enfrentamos,
calificado de narco régimen, sin duda militar, autoritario y ya con claros
visos y rasgos totalitarios y que algunos comienzan a llamar “sultanismo”; pero
que incluso los que inventaron ese término – Juan J. Linz y Alfred Stepan–
dicen que del “sultanismo” no se sale por vía pacífica, ni por vía negociada,
ni siquiera por vía de golpe militar, lo que nos deja entonces con una gran
incertidumbre, pues se agotan las vías convencionales y se abre espacio para
las violentas, para el aventurerismo tipo Operación Gedeón en Macuto.
Como es usual, todos tenemos claro el diagnóstico del
problema, que se resume en que hay una falta de conexión con la realidad que
vive la mayoría de los venezolanos, en una falta de respuesta política a la
crisis humanitaria que nos agobia y en que la estrategia definida en enero de
2019 por la Asamblea Nacional, encabezada por Juan Guaidó, la del llamado
mantra –cese a la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres– no
dio una respuesta a las expectativas generadas y por eso hay que revisarla,
discutirla, criticarla.
En mi opinión, criticar esa estrategia, no
necesariamente es equivalente a negar sus objetivos. No creo que nadie niegue
que si queremos un gobierno de emergencia o de transición –propuesta de Guaidó
y norteamericana– obviamente tiene que cesar el gobierno de usurpación actual y
se deben convocar unas elecciones libres, con iguales condiciones para todos e
internacionalmente supervisadas. Lo que esta cuestionado no es el “mantra” como
objetivos de la lucha, lo que esta cuestionado es que nunca se definió o no se
logró una estrategia exitosa para lograr esos objetivos.
Discutir esa estrategia, aunque la abandonemos como
eslogan, para mí significa definir cómo vamos a hacer para lograr los objetivos
que se planteaba el “mantra”; como organizamos para eso a los partidos de
oposición y demás organizaciones políticas y de la sociedad civil; cuáles son
los cambios que los partidos y organizaciones políticas deben introducir en su
dinámica interna y sobre todo en su relación con la gente; cuáles son las
características de un nuevo pacto social entre partidos y sociedad civil, para
derrotar a este régimen de oprobio.
Las movilizaciones cesaron a finales de febrero de
2019, por agotamiento o decepción de los participantes; la estrategia se centró
entonces en fortalecer la posición a nivel internacional, en los diálogos en
Barbados y Noruega, y más allá de los fracasos de esos diálogos, la estrategia
internacional fue un éxito; pero sin actividad interna, ya vemos que no se
logra mucho, ni siquiera con algunas de las acciones que podemos llamar de
fuerza, menos aun con la retórica de los discursos y proclamas radicales en
redes sociales. La suma de todo eso no nos han traído muy lejos. Hay que
recomponer el rumbo.
Ismael
Pérez Vigil
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