Laureano Márquez 22 de mayo de 2020
@laureanomar
El
16 de este mes de mayo de 2020 se cumplieron 100 años del nacimiento de Aquiles
Nazoa, una figura de enorme relevancia en la historia cultural de Venezuela,
uno de esos faros de amor que ayudan a orientar la esperanza de todo un pueblo.
Y es que la palabra pueblo y la figura de Aquiles van de la mano, porque él fue
pueblo hecho cultura, expresión en sí
mismo de “los poderes creadores” que vienen de las gentes sencillas y de sus
cotidianidades, del que enfrenta “Los apagones” o del que está haciendo cuentas
de cuánto va a tocarle del gesto del papa Pablo VI de renunciar a la tiara y
repartir su valor entre los pobres. Para los grandes espíritus literarios la
procedencia humilde, lejos de ser una limitación o motivo de resentida
amargura, se convierte en fuerza
creadora, en espíritu de emprendimiento, en comprensión profunda de lo esencial
de la vida, en definitiva en amor… y humor.
Nacer
de padre jardinero en el barrio popular de El Guarataro en la Venezuela de
1920, también podía hacer de ti un poeta, un conferencista, un librepensador,
un culto autodidacta, un políglota y un humorista de extraordinario ingenio, si
tu alma tenía una sensibilidad especial. La obra de Aquiles Nazoa, sus poemas,
sus ensayos, su teatro para leer y su trabajo audiovisual -lamentablemente
perdido en ese empeño nuestro de borrar nuestros mejores recuerdos-, constituyen
una auténtica aproximación sociológica a nuestra manera de ser, de pensar, de
sentir. Una comprensión amable e indulgente de lo que somos, que entiende las
fallas, pero que también conlleva el anhelo, la exigencia de cambio y
rectificación, el deseo de un mundo mejor, más justo, honesto y libre.
Las
convicciones de Aquiles estuvieron siempre del lado de los que padecen la
opresión -económica o política- de los poderosos, tambien de los excluidos y
olvidados de siempre, del estudiante que tiene que irse a estudiar a una plaza
con su termo, con sus libros, con su silla de extensión, a la luz de un farol
del alumbrado público porque en su casa no puede; del mesonero en cuyo “coco”
cae el coco que se desprende de lo alto en una lujosa recepción al aire libre,
habiendo allí tantas cabezas dignas de un ilustre cocotazo, o del hijo que
celebra el día del padre desde el cuartel de policía al que le han llevado por
seguir el “ejemplo” de su progenitor.
Cuentan
que Francisco Pimentel (Job Pim), uno de los grandes humoristas de Caracas,
cuando fue llevado a La Rotunda en tiempos de Juan Vicente Gómez, inquirido por
el alcaide sobre su profesión, respondió: “preso politico” y cuando éste le
exigió seriedad en sus respuestas remató diciendo: “¿Y acaso ustedes me dejan
ejercer otra profesión?”. Como escuché decir a un amigo que comparte la
admiración por Aquiles Nazoa, su verdadera profesión fue la de perseguido
político: en 1940 un artículo suyo para El verbo democrático de Puerto Cabello
le lleva a la cárcel por vez primera. También durante la dictadura de Pérez
Jiménez se le impuso el exilio, ese castigo tan nuestro que ha obligado
demasiadas veces a los mejores espíritus del país a vivir lejos de todo aquello
que aman y al que suele designarse con palabras tan terribles y crueles como
extrañamiento o destierro. A su regreso al país comienza la etapa mas fertil de
su vida creativa, que tampoco estuvo exenta de censuras y cierres de las
publicaciones humorísticas en las que participaba, como aquella de El fósforo,
cuyo eslogan era: “porque el cualquier momento lo raspan”. Eran los tiempos de
la guerrilla en Venezuela y la cercanía de Aquiles al partido comunista, era
motivo de persecución y sanciones.
Hay
gente a la que le gusta especular sobre cuales serian las opiniones políticas
de Aquiles Nazoa hoy. Creo que a nadie le corresponde opinar por quien no tiene
cómo argumentar en su defensa. Personalmente creo que, conociendo la aguda
inteligencia, el carácter librepensador de Aquiles y su manera de conmoverse
ante el dolor del pueblo, no lo habría pasado bien en tiempos en que se exige
incondicionalidad absoluta y donde los generales asesinan -no ya a caballos que
se alimentan de jardines- sino a jóvenes que se nutren de sueños y esperanzas,
quizá, en los tiempos que corren, habría hecho honor a lo que fue su
verdadera profesión: la de perseguido
político.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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