Por Piero Trepiccione
Durante los ochenta y
noventa era muy común en Venezuela referirse al denominado “camburismo”. Es un
término que se utilizaba frecuentemente para describir a políticos
que buscaban el poder solo para “encamburarse”; es decir, hacerse de un cargo o
varios cargos (en este caso se poliencamburaba) para aprovecharlos
económicamente hablando y no para solucionar los problemas de la gente. Algo
así como el “quítate tú pa’ ponerme yo” que indicaba que no había un real
interés por asumir la política como un noble servicio público, sino como una
catapulta para el beneficio personal.
Hoy en día el término está
en desuso. Se ha cambiado por otras denominaciones como por ejemplo “enchufao”.
Pero el sentido descriptivo y analítico-popular sigue siendo el mismo y más
aún, tiene una vigencia plena.
El “camburismo” o el
“enchufismo”, según se le conozca, tiene que ver con acciones de micropolítica.
Es decir, con los conflictos para llegar a conquistar el poder. Con las luchas
intestinas que se dan con mucha frecuencia entre los factores de poder para
alcanzar o mantener posiciones clave en la toma de decisiones de carácter
económico y financiero en las instituciones públicas. El típico “reparto de la
renta” entre grupos medianamente organizados que piensan casi exclusivamente en
sus intereses particulares, disfrazándolos con argumentaciones ideológicas y
políticas de defensa de los anhelos generales de la nación. Esta conducta ha
sido nefasta para el Estado venezolano que, en muchas ocasiones, ha sufrido
enormes desbarajustes fiscales, dejados por la corrupción generalizada, asociada a la práctica del
camburismo.
En resumidas cuentas, la
práctica nefasta del camburismo es la búsqueda del poder por el poder
mismo; más allá de cualquier consideración ética o de servicio a la comunidad
desde el ejercicio de la política. Lo más grave es que ha sido una forma de
ejercer la política con cierto aval social. Sí, parece una contradicción, pero
es una realidad. Nuestra sociedad califica de “avispados” a aquellas personas
que se enriquecen con el tesoro público. Inclusive, los eleva de estatus y
hasta les procura cierta admiración si esos recursos son compartidos en algo
con los cercanos.
Cómo acabar con el lastre
del camburismo
Hoy en día, en medio de la
pandemia y el descalabro de nuestra economía, estamos sintiendo la dura
realidad de un Estado mal administrado. Peor aún, somos testigos de una
lucha política que tiene que ver más con alcanzar o preservar el poder y
no precisamente, con el interés superior de jugar a la macropolítica para
favorecer la recuperación de todo el país.
Como sociedad debemos
aprender a valorar el ejercicio de la política en sentido colectivo y no
personalizado. Si Pedro Pérez es mi amigo del alma, pero lo está haciendo mal,
debo señalarlo. Porque nada hacemos con beneficiar a nuestros círculos íntimos,
y a nuestro alrededor, vemos una fábrica de miseria.
Es hora de superar el
“camburismo” y el “enchufismo”. Para ello requerimos una sociedad con mucha
formación política y cultura ciudadana demandando activamente comportamientos
más éticos en los asuntos públicos. En Venezuela necesitamos dar ese paso
rápidamente para construir una gobernabilidad fundamentada en
parámetros democráticos y corresponsables por al menos tres o cuatro décadas
continuas, que nos lleve a estadios de desarrollo colectivo superando las duras
y rudas condiciones por las que estamos atravesando actualmente.
17-05-20
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