Por Piero Trepiccione
Los enormes avances de la
tecnología durante los últimos veinte años han sido asombrosos. Más aún, en el
campo de las comunicaciones. La interconexión global y poder comunicarnos
instantáneamente le dieron un impulso altamente especial a la democratización
de la circulación de la información, lo que permitió acercarla mucho más al
ciudadano. Las redes sociales, particularmente, se convirtieron en una fuente
alternativa de información que desafiaron el control de muchos gobiernos a las
agendas públicas. Tanto así que Twitter y Facebook tuvieron
un protagonismo esencial en la llamada “Primavera Árabe” y en múltiples
movilizaciones sociales alrededor del mundo.
Esta utilización de las
redes sociales se enmarcó en tres dimensiones. En primer lugar, el incremento
de la interacción social entre amistades y conocidos por la facilidad de la
interconexión. En segundo lugar, la facilidad de generar convocatorias masivas
frente a eventos trascendentales que afectaran la vida de la ciudadanía. Por
último, la posibilidad de brindar información en tiempo real y de carácter
alternativo. Esta multidimensionalidad se comenzó a ver como un real peligro
para las élites gobernantes en diversos continentes, acostumbradas al
autoritarismo y la violación sistemática de los derechos humanos.
En consecuencia, estas
élites apelaron a un viejo método muy conocido en muchos rincones del
planeta: la desinformación. Activaron los aparatos de inteligencia
estatales y para-estatales para dar con fórmulas precisas que permitieran
neutralizar el impacto en tiempo real de la circulación de contenidos en redes
sociales. Así nacieron las “cuentas fantasmas”, los “bots”, las amenazas
sutiles o directas a los denominados “influencers”, las “salas situacionales o
laboratorios de flujo informativo” que generan contenidos de tendencias
que nada tienen que ver con la realidad, pero sí mucho con la propaganda.
El objetivo central de esta reacción de las élites gobernantes fue desinformar para diluir el impacto de las redes y controlar la agenda pública. Con esto, se garantizaban poder disuadir cualquier intento de movilización masiva alrededor de una causa asociada al descontento popular. Garantizaban el poder a toda costa, aun contraviniendo las mínimas normas de lo que significa la convivencia democrática. En estos últimos años, especialmente, hemos visto este fenómeno que ha presionado contra la democratización de la información para fines realmente deleznables.
La desinformación es el
arma de las élites contra las movilizaciones populares. Es la herramienta
utilizada para confundir, desorientar, contradecir, disuadir, desesperanzar y
desmovilizar a los pueblos. Pero también es usada para movilizar a otros
pueblos en contra de otros gobiernos que no son afines o estorban. En fin, es
un arma conocida desde hace siglos, pero que actualmente, con los avances de la
tecnología, se ha convertido en algo más poderoso y de cuyos impactos apenas
nos estamos enterando.
No es un secreto,
obviamente, pero al ser una herramienta que sirve particularmente a las élites,
se está convirtiendo en el principal aliado del neo-autoritarismo que pulula,
al menos, por las dos terceras partes del planeta. Es decir, es un auténtico
fenómeno global que nos está haciendo retroceder décadas e incluso,
siglos, a las maneras en que el poder se disputa. La desinformación es una
amenaza para la democracia y para la calidad de vida de la población. Es
un enemigo no tan oculto, pero sí difícil de diferenciar.
24-05-20
https://efectococuyo.com/opinion/la-desinformacion-como-arma/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico