Trino Márquez 28 de mayo de 2020
@trinomarquezc
El ingreso de los cinco tanqueros iraníes al país,
representa el fracaso rotundo del régimen en la conducción de la industria
petrolera desde que asumieron el poder en aquel lejano y trágico febrero de
1999. Nicolás Maduro intenta mostrar el arribo de esos barcos como un éxito de
la diplomacia. Tal pretensión constituye un fraude. Venezuela tuvo algunas de
las refinerías más grandes y eficientes del planeta. Amuay, Cardón, El Palito y
el Complejo Refinador de Paraguaná constituían un modelo de eficiencia. En
conjunto, las refinerías producían más de un millón de barriles de gasolina al
día, suficiente cantidad para abastecer el mercado interno y exportar a los
países vecinos. Ese volumen permitía mantener el precio del combustible muy por
debajo de los estándares internacionales.
Ahora, esa gasolina barata que antes se producía con
petróleo venezolano en tierras venezolanas, hay que importarla, a un costo
sideral, de una nación situada al sur de Asia, entre el mar Caspio y el golfo
Pérsico, a miles de kilómetros de distancia de Venezuela. Maduro argumenta que
la escasez se debe a las sanciones norteamericanas. Puras mentiras. Lo más
paradójico y trágico de la situación es que Irán carga con sanciones
internacionales en el área petrolera, gasífera y petroquímica desde hace más de
cuarenta años.
Luego del triunfo de la Revolución Islámica en 1979,
las primeras penalizaciones fueron aplicadas por Estados Unidos, país que acusó
a la nación persa de fomentar la formación de grupos terroristas que atentaran
contra el Estado de Israel. En 1981, en el marco de los Acuerdos de Argel,
suscritos para reducir las tensiones entre ambas naciones, los castigos se
suavizaron. Pero, en 1987, con Ronald Reagan en la presidencia, los conflictos
volvieron a escalar, al igual que las condenas. Más tarde, cuando se comprobó
que los iraníes estaban trabajando en el enriquecimiento de uranio para
fabricar armas atómicas, la Unión Europea se sumó al cerco. Los ayatolas
dijeron que se trataba de calumnias. Que el gobierno persa solo estaba
interesado en piadosos fines civiles como mejorar la energía eléctrica y
fomentar el desarrollo de la medicina.
Si un país que ha estado asediado durante cuatro
décadas por buena para del mundo democrático, posee gasolina y mejoradores para
refinar el petróleo, carece de sustento el argumento tan cacareado por el
régimen, según el cual la falta de combustible se debe a las recientes
sanciones norteamericanas.
Otro aspecto del tema se relaciona con el giro
estratégico dado por la nomenclatura chavista. Nicolás Maduro ha insistido en
que de por medio solo existe un acuerdo comercial normal entre dos naciones
amigas, una de las cuales posee en abundancia un recurso que la otra necesita.
Visto el asunto desde esa perspectiva, da la impresión de que se trata de un
simple acto de compra-venta que tiene como escenario el mercado internacional.
Una relación entre un oferente y un demandante, en la cual no debe interferir
ningún tercero. Sin embargo, el problema no puede despacharse de forma tan
sencilla.
En
este caso no se reduce a una alianza desventajosa con los chulos de la tiranía
cubana; o de asociaciones económicas leoninas con los pragmáticos chinos; ni
siquiera, de convenios desiguales con el señor Vladimir Putin. Frente a esos
escenarios, el gobierno norteamericano no ha pasado de mostrar su enorme
desagrado y aplicar unas restricciones que no han provocado los resultados
esperados. Maduro ha sobrevivido serpenteando los obstáculos. Ahora el
conflicto toma un curso diferente. En la actualidad se trata de que el gobierno
de Maduro está tejiendo nexos demasiado estrechos con un Estado acusado de
fomentar el terrorismo a escala internacional y de apadrinar grupos
antinorteamericanos y antisemitas tan agresivos y destructivos como Hezbollah,
la Yihad Islámica y Hamas. Esos vínculos con la teocracia iraní, tan ávida de
expandirse por el planeta, coloca el conflicto de Venezuela en una nueva
dimensión.
En Estados Unidos los republicanos y los demócratas
difieren en casi todos los puntos que forman parte de la agenda nacional: desde
cuál debe ser la orientación del presupuesto nacional hasta cómo actuar frente
a la pandemia del Covid-19. Dentro de la opinión pública ocurre lo mismo. No
existen acuerdos unánimes, ni siquiera amplios, en torno al matrimonio entre parejas
del mismo sexo o a cómo actuar frente al número creciente de emigrantes. No
obstante, hay un aspecto en el que todos los norteamericanos están de acuerdo:
preservar la seguridad nacional; no tolerar ninguna amenaza que arriesgue su
integridad. Cuando la seguridad nacional se ve en entredicho el país reacciona
de forma cohesionada.
El giro dado por Maduro tensó la cuerda. Cuesta creer
que los clérigos fundamentalistas chiitas -en permanente competencia con sus
eternos rivales, los clérigos sunitas, para ver cuál de los dos grupos crece
más alrededor del globo terráqueo- vean a Venezuela como una simple oportunidad
comercial. Hay que observar cómo evoluciona la relación entre el gobierno
izquierdista de Caracas y la teocracia de Irán. Conviene estar alertas y muy
preocupados. El régimen pasó a jugar en una liga peligrosa.
Trino Márquez
@trinomarquezc
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