Por Piero Trepiccione
Venezuela pareciera ser un
experimento de laboratorio en materia de desinformación. Los medios de
comunicación tradicionales han sido cooptados por los del gobierno para que no
reflejen la realidad cotidiana del país. Resulta insólito, pero así tal cual es.
Mientras se producen eventos duros que podrían encabezar cualquier noticiero,
estos por el contrario son absolutamente invisibilizados en la agenda
pública. Así, los sectores populares no se enteran de lo que pudiera estar
ocurriendo en alguna población cercana o lejana dentro del territorio nacional.
Es un fenómeno que en alguna oportunidad lo definió un recordado ministro de
comunicación como la búsqueda de la “hegemonía comunicacional”, por
parte del gobierno, para controlar a su criterio el flujo informativo en
el país.
Pero la “hegemonía
comunicacional” no fue suficiente ante la aparición de las redes sociales.
Muchas personas, ante la ausencia de información, optaron por refugiarse en
estos nuevos mecanismos para “encontrar” respuestas a lo que diariamente ven en
su entorno. Sin embargo, para acceder a ellas se requería una buena
conectividad a Internet y los llamados “equipos inteligentes”; es decir,
teléfonos celulares de alta o media gama, laptops y tabletas de buena
resolución. Todos con costos inaccesibles para la gran mayoría de la población,
especialmente para los sectores populares.
Vale decir que el gobierno
contrarrestó con miles y miles de “bots”, generando tendencias absolutamente
irreales día a día solo para generar confusión. Así instauró, en aquellos
sectores con un acceso relativamente sencillo a fuentes variadas de
información, la dispersión, división y desesperanza. Lo que evitó la
movilización y capitalización del descontento hacia el mandatario nacional
Nicolás Maduro Moros. De esta manera proyectó su “hegemonía comunicacional”
hacia las redes sociales con otro concepto: la desinformación. Pero en el
ámbito de los sectores populares ocurren otras cosas.
En alrededor del 30% del territorio nacional solo llegan canales de señal abierta controlados por la maquinaria gubernamental: VTV y TVES. Desde allí se reflejan noticias abiertamente favorables al gobierno o las utilizadas para cuestionar a los países que lo adversan. No se refleja en estas pantallas ninguna protesta por falta de agua, gas, electricidad o comida. Es como vivir en la “isla de la fantasía”, como lo describen personas que han participado en grupos focales de estudio. Muy pocas personas tienen equipos inteligentes para contrarrestar las versiones oficiales con otros medios. En ese 30% del territorio nacional vive alrededor de un 20% de la población venezolana. Vayamos sacando cuentas al respecto.
Luego tenemos al segmento
poblacional más importante del país. Es el que habita las zonas urbanas y
suburbanas alrededor de las grandes ciudades. Constituye alrededor del 55% del
total nacional. Es lo que se denomina como sectores populares. Allí
identificamos un espectro poblacional que no tiene capacidad económica para
tener equipos inteligentes, amén de no contar con una conectividad a Internet
mínimamente decente. Ellos nos cuentan que si acaso en algunas oportunidades
pueden acceder al Facebook desde una vieja PC en casa o algún cyber
que subsista los embates de la crisis, o escuchar alguna emisora de radio que
todavía tenga algún espacio de opinión limitado. No hay más. El resto son los
canales oficiales y los medios privados obligados a autocensurarse.
En ese sentido, podemos
destacar que la desinformación es una clara política del Estado
venezolano para realizar el denominado “control social”, que está
orientado a neutralizar, mediante la desesperanza y la fragmentación, a los
sectores sociales de clase media más acérrimos opositores al gobierno central y
a “manipular” ideológicamente a los sectores populares con información tendenciosa
para culpabilizar a otros de los problemas actuales del país.
Como vemos, no es una
receta nueva esta de la desinformación. Lo novedoso es la utilización de las
nuevas tecnologías para ello. Mantener inmovilizada y tranquila a una población
que diariamente padece hambre, falta de electricidad, gas doméstico, gasolina y
los insumos necesarios para tener una calidad de vida decente es una tarea que
la desinformación ha alimentado muy bien en Venezuela.
La pregunta que surge
entonces es la siguiente: ¿hasta cuándo se podrá mantener ese esquema? La
respuesta la obtendremos cuando estudiemos científicamente la “información” que
reciben los pobres en el país y, en consecuencia, actuemos para romper ese
círculo dantesco que los convierte en individuos aislados y desmoralizados
para unificarlos en torno a una idea-fuerza asociada al cambio y a la
esperanza.
31-05-20
https://efectococuyo.com/opinion/desinformacion-venezuela-como-laboratorio/
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