Por Simón García
Aunque el gobierno de Maduro
tiene poder real, es un zombi que da tumbos entre destrucción de país y pérdida
de futuro. Adueñado de la cáscara del Estado, reparte males públicos y repite
un desempeño deslegitimador. Las sanciones lo debilitan y los manotazos
“militares” de la oposición lo unifican. Ante el cerco que lo acosa parece
prepararse para ganar o morir en el intento.
Si el G4 obedeciera su
estrategia democrática, sin estos atajos insurreccionales, debería trabajar una
oferta creíble de empate virtuoso.
El Departamento de Estado
propuso una cohabitación que, con variaciones, pudiera contribuir a bajarle el
costo de salida al régimen.
El extremismo gubernamental
se niega a negociar y apela a represión y más control. No avanza más en su
línea autoritaria porque lo contiene la presión internacional y no encuentra
respaldo ni en sus aliados exteriores ni en todos los que lo apoyan adentro.
Prefiere vender el país a salvarlo con la oposición. No le importa la falta de
electricidad, agua, gas, gasolina, alimentos o medicina.
El extremismo opositor, duro
de palabra y blandito para encargar lo que no tiene valor de asumir, se separa
de los radicales y llena de agravios al centro que, como la mayoría del país,
quiere un cambio pacífico. Cataloga de pusilánime a Guaidó y de
colaboracionistas a quienes rechazan la intervención militar extranjera. Su
plan de violencia convierte a la oposición en factor de destrucción y le
disminuye apoyo de la gente.
Ambos extremismos son una
forma de anti-política que genera daños a la sociedad. Uno porque no puede
gobernar. El otro, porque no tiene balas ni votos. Ambos conducen al país,
acosado por el conavid-19 y el hambre, a una guerra civil que nos dejaría fuera
de la nueva globalización post-pandemia.
Los dos extremismos atacan a
Guaidó. Una coincidencia suficiente para no acompañarlos. Sin suspender su
valoración crítica y su responsabilidad en el abandono de compromisos
estratégicos. Pero no toquemos la tecla del afecto, cuando se trata de ser más
amigo de la verdad que del presidente de la AN.
Si el líder es la
personificación de la política, el verdadero debate es cómo poner fin al
naufragio que va de Cúcuta a Macuto, tropezando siempre con la misma
incongruencia de lances bélicos que niegan la política pacífica, democrática,
constitucional y electoral. La unidad no puede construirse al margen de la
política.
Primero Justicia abrió el
debate. El MAS y Falcón han formulado propuestas. Otros partidos, tanques de
experiencia y conocimiento, han guardado silencio y parecen apostar a proteger
la unidad pese a las incoherencias. No se puede perder la oportunidad de
responder con propuestas que acerquen una transición viable, más acá de
cerrarle la puerta con la idea de Gobierno provisional sin Maduro.
La prioridad es avanzar a
una tregua humanitaria y al nombramiento equilibrado del CNE.
Puntos claves: 1. Crear el
consenso plural sobre la participación electoral en la oposición, 2. tejer
alianzas con autonomía y protagonismo de actores no partidistas, 3. dirigir un
discurso a la FANB que no sea pateado por aventuras armadas, 4. generar
confianza en las bases del oficialismo sobre un acuerdo a mediano plazo, 5. Ir
a la gente, poniendo la mirada en los problemas que amenazan sus vidas.
Entre ambos extremismos hay
un país que quiere reconciliación y cambios. Hay que bregar el encuentro con
esa nueva mayoría que busca liderazgos y políticas asociados al éxito. Son
condiciones que ni se exigen ni se decretan.
17-05-20
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