Luis Ugalde S.J. 24 de mayo de 2020
Varios
amigos doctores me han sorprendido con la afirmación de que les gusta el lema
de los jesuitas “En todo amar y servir”. Yo no soy religioso-me dice uno-, ni
me considero creyente, pero comulgo con ese lema de ustedes que para mí es
fuente interior de inspiración y vida. Hace 30 años los jesuitas no teníamos
este lema. ¿Será que los jesuitas contrataron a alguna empresa de imagen y
mercadeo para refrescar su rostro? La verdad es que esa frase es de san
Ignacio, pero estaba escondida en el secreto del corazón. Al celebrar de los
500 años del nacimiento del santo (1491) algún jesuita tuvo la feliz idea de
levantar esta joya oculta como inspiración renovadora.
Ignacio
tenía poco de poeta, pero mucho de conocedor y médico de almas. Luego de sus
primeros años de vanidad y de glorias efímeras, a los 30 años se sintió tocado
por Dios para cambiar radicalmente su vida. Brotó en él la pregunta ¿cómo
lograr la liberación de tantas ataduras que envician e impiden la realización
humana? En su difícil proceso interior de búsqueda sintió que, a causa de su
gran ignorancia espiritual, Dios le llevaba de la mano corrigiéndolo como un
maestro de escuela a un niño de primeras letras. Esa experiencia personal la
recogió en un librito-guía para ejercitar el espíritu, que desde entonces ha
servido a muchos millones de personas en centenares de países y lenguas
diferentes para hacer los Ejercicios Espirituales, tomando como maestro
espiritual a Ignacio y a los jesuitas.
La
piedra de bóveda del edificio de los Ejercicios es la última meditación llamada
“contemplación para alcanzar amor”. En una breve cuartilla Ignacio nos da las
instrucciones para hacer esa contemplación, con la advertencia previa de que
“el amor consiste en la comunicación de dos partes, a saber, en dar y comunicar
el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene y puede, y así por el
contrario el amado al amante”. Luego nos invita a recordar y contemplar todo el
bien recibido en nuestra vida y “sentir y gustar internamente” a Dios, actuando
gratuitamente en nosotros con su presencia silenciosa y múltiple. La
presentación ignaciana de esa omnipresencia amorosa en momentos parece bordear
el panteísmo, del que se salva al transformarse en coloquio entre amado y
amante; el amor no es una fuerza telúrica impersonal sino es Dios que se
entrega y suscita la respuesta amorosa. A los dioses mundanos del poder, del
dinero y de ritos religiosos y de leyes sin Espíritu, Jesús contrapone el
Dios-amor que rompiendo barreras se hace hermano, sirviendo y dando vida. Jesús
se atreve a decir que a Dios nadie lo ha visto nunca, pero que quien lo ve a
él, ve actuar al Padre que es Amor. También dirá que quienes se compadecen y se
hacen hermanos del herido y los que dan de comer al hambriento y liberan al
oprimido, se encuentran con Dios, aunque ellos crean no conocerlo. A Dios nadie
lo ha visto nunca, pero con Él nos encontramos todos los días en aquellos que
nos necesitan y reciben vida de nosotros, nos dice la Escritura.
Ignacio
dice que, luego de muchas dificultades y traspiés espirituales, tuvo “una
ilustración tan grande que todas las cosas me parecían nuevas”. Y encontró la
alegría y sentido de en todo amar y servir, cuando todavía no era sacerdote, ni
pensaba fundar la orden religiosa de los jesuitas, pero en Jesús había encontrado
sentido y gustado internamente que quien da la vida a otros por amor, aunque
parezca perderla, la encuentra. Es un misterio, eso de que la pérdida es
ganancia frente a la lógica mundana dominante: en la lucha por la vida hay que
quitársela a otros para disfrutarla. La ciencia y los prodigiosos avances de la
racionalidad instrumental, con frecuencia, se usan para ganar guerras
sofisticadas con millones de muertos y sometidos para vida de los vencedores.
La alternativa es el amor capaz de domar y convertir a todas las ciencias,
avances tecnológicos y organizativos, y los medios económicos y políticos en
instrumentos de Amor y Vida.
Ignacio
nos invita a recordar y contemplar cómo Dios actúa en todo, amorosa e
invisiblemente para que nuestra respuesta a tanto bien recibido sea “en todo
amar y servir”. Este lema de los jesuitas es el camino de la vida que presentan
los Ejercicios. Pero no es exclusivo de los jesuitas, ni siquiera de los
cristianos, ni de practicantes de una religión, sino es la profunda verdad de
toda conciencia y el núcleo inspirador de la condición humana.
Esta
Venezuela de indigencia y agonía, sin gasolina, ni dólares, ni Estado que nos
regale todo, nos invita a mirar dentro de nosotros y sacar de nuestro
inagotable pozo interno agua viva para nosotros, nuestras familias, nuestra
economía, nuestra política, nuestra reconciliación y reconstrucción nacional.
Esfuerzo traducido en solidaridad y vida, no porque nos obligan con el fusil,
sino porque redescubrimos que no somos “yos” rabiosos disputándonos a
dentelladas los restos del país, sino “nos-otros”, dándonos vida unos a otros.
La alegría de “En todo amar y servir” es una poderosísima palanca para
transformar nuestra sociedad, en sus sentimientos interiores y en la política
del bien común que acabe con el hambre, la miseria y dictadura que tienen
secuestrada la vida de los venezolanos.
Luis
Ugalde S.J.
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