Benigno Alarcón 18 de mayo de 2020
@benalarcon
Si el liderazgo opositor no toma decisiones con la
urgencia que la situación amerita, será irremediablemente reemplazado por
aquello que resulta lógico: que en política los vacíos no existen. Sin lugar a
dudas, un reemplazo del liderazgo opositor puede implicar un proceso que puede
dejar a la mayoría del país a la deriva por un largo tiempo mientras el régimen
sigue avanzando en su autocratización y estabilización, con costos muy altos no
sólo para una mayoría que reclama cambio, sino para todo un pueblo que
sufre la destrucción de su propio país.
Tras el escándalo que ha significado la fallida
Operación Gedeón, que ha servido de excusa para iniciar una nueva etapa de
persecución política que podría ir más allá de los involucrados, o incluso de
quienes forman parte del gobierno interino, muchos comienzan a preguntarse ¿y
ahora qué?.
La realidad es que cuando se trata del desplazamiento
de un gobierno, autoritario o no, por la fuerza, a través de una elección o por
cualquier otro método violento o pacífico, quien no controla el poder del
Estado siempre estará en desventaja. Y la desventaja será aún mayor cuando
quienes asesoran o toman las decisiones lo hacen sobre propuestas poco
realistas u otras pobremente planificadas o ejecutadas. Es por ello que los
intentos fallidos son parte de la historia de las transiciones exitosas y una constante
en las fallidas.
En tal sentido, es necesario colocar el fracaso en su
justa medida, ya que el problema mayor no está en los errores sino en el empeño
en repetirlos por la inclinación a buscar excusas o la poca disposición a
reconocerlos, aprender y rectificar. Tratemos entonces, a partir de aquí, de
hacer una primera aproximación a lo que es posible a partir del lugar en donde
hoy nos encontramos.
La experiencia propia, y las ajenas, nos enseñan que
las transiciones que se producen por una fractura de las Fuerzas Armadas
son más bien excepcionales, porque son ellos mismos quienes colocan la mayor
proporción de muertos, heridos y presos. Pero son comunes los casos en que el
sector militar regresa a la neutralidad institucional, como corresponde
en una democracia, lo que implica el colapso del régimen o la necesidad de
negociar su salida en el momento en el que surge una crisis que se traduce en
ocasiones en la escalada de una protesta que se origina en el descontento
social o en una elección cuyo resultado se pretende desconocer. Ello implica la
necesidad de renunciar y marcar distancia con aquellas iniciativas que implican
un escenario de fractura y la violencia entre militares, para apostar a una
nueva visión de re-institucionalización para un sector militar respetable y con
vocación democrática, al servicio de su pueblo y no de una parcialidad
política, lo que no es compatible con el modelo actual. Es impostergable
hablarle y hacer política para el sector militar.
Hoy, aunque aún no conocemos en toda su extensión los
intríngulis de la Operación Gedeón, lo que si se sabe es que en ella han podido
estar involucrados una multiplicidad de actores civiles y militares, tanto
desde Venezuela como desde los Estados Unidos y Colombia, sobre los cuales el sector
político tiene poco o ningún control y que por lo tanto podrían continuar en
sus intentos, posiblemente con resultados similares.
Guaidó y el gobierno norteamericano han negado
cualquier relación con la Operación Gedeón. El hecho evidente de que la
operación fue tan pobremente planificada en términos de logística y de
equipamiento, así como desde la perspectiva estratégica y táctica, pareciera
ser un indicativo de que este grupo actuó por su cuenta, lo que hace difícil
aceptar que se tuviese la aprobación final de Guaidó, quien de actuar por su
cuenta y a espaldas de su principal aliado, los Estados Unidos, pondría en
riesgo la continuidad de su respaldo. Vincular la suerte propia a la de otros
que juegan su propio juego y sobre quienes no se tiene ningún control real, no
pareciera ser una receta para el éxito. Si el liderazgo no lidera la
estrategia, entonces habría que preguntarse quién la lidera porque quien
controla la estrategia será posiblemente quien controle el poder, en caso de
tener éxito.
Las últimas semanas, desde el inicio de la cuarentena
por el COVID-19 hasta la crisis política generada por la Operación
Gedeón, han sido de pérdidas muy significativas para los demócratas, y los
aliados internacionales comprometidos con producir una transición democrática
en Venezuela, tanto en términos de expectativas, confianza, cohesión,
liderazgo, e incluso poder, para hacer frente al régimen y producir un cambio
político negociado o por cualquier otra combinación de medios y recursos, lo
cual ha puesto en evidencia la ausencia de un plan que merezca el calificativo
de estrategia.
Es muy probable que de parte de los aliados
internacionales se adopte una política de contención del conflicto y se
depongan, significativamente, los esfuerzos para producir una transición
democrática en Venezuela, al menos en el corto plazo. Este escenario aumenta
sus probabilidades ante la situación política interna de los Estados Unidos, en
la cual el liderazgo de Trump muestra vulnerabilidades importantes de cara a su
reelección que le obligan a concentrarse en lo interno, al menos hasta que se
haya superado el momento electoral, mientras el régimen apuesta a un cambio de
política hacia Venezuela en caso de que el partido demócrata logre imponerse en
la presidencial de este año.
En términos del juego político, el escenario se
encuentra estancado en una situación de statu quo que es capitalizable sólo por
el régimen, y nos aleja de manera significativa de cualquier escenario
previsible de transición democrática. El único peligro real que enfrente al
régimen está en una potencial pérdida del control por una acumulación de
tensiones que iría desde una hambruna originada por la parálisis en las
actividades económicas y un deterioro aún mayor de la situación social, hasta
las consecuencias de una pandemia que supere las capacidades tanto de atención
médica como las represivas para mantener las medidas de confinamiento, lo cual
podría originar su propio desplazamiento por quienes hoy le apoyan.
En este nuevo escenario es predecible que se produzca
una disminución considerable de la capacidad de la oposición para producir
cualquier acción propia de un gobierno interino o de emergencia, debido a la
falta evidente de control sobre instituciones y territorio que le permitan
alguna capacidad operativa real, agravada por la imposibilidad de convocar y
movilizar a la sociedad civil. La oposición y lo que hemos llamado gobierno
interino comete un grave error si trata de generar expectativas sobre su
capacidad de actuar como gobierno, lo que sólo contribuye a generar un desfase
mayor entre sus capacidades reales y las expectativas que se derivan de las
necesidades de la sociedad. La oposición debe dejar en claro que es el régimen
liderado por Maduro el que tiene el control y es por lo tanto el único
responsable de la evolución de la situación económica y social, incluidas las
medidas sanitarias relacionadas con la pandemia, mientras centra sus esfuerzos
en lo que sí puede hacer.
El escenario actual apunta hacia la continuidad de un
proceso de autocratización, que podría incluir la celebración de elecciones
parlamentarias a finales de este año, como oportunidad para el gobierno de tomar
ventaja del descalabro interno de la oposición y el vacío de liderazgo que
puede producirse como consecuencia de los eventos recientes.
Si el liderazgo opositor no toma decisiones con la
urgencia que la situación amerita, será irremediablemente reemplazado (por
aquello de que en política los vacíos no existen). Sin lugar a dudas, un
reemplazo del liderazgo opositor puede implicar un largo proceso que dejaría a
la mayoría del país a la deriva por un algún tiempo mientras el régimen sigue
avanzando en su autocratización y estabilización, con costos muy altos en
tiempo y sufrimiento no solo para una mayoría que reclama cambio, sino
para todo un pueblo que sufre la destrucción de su propio país. En este
sentido, entre las decisiones urgentes sugeriríamos:
1. Que la oposición democrática haga un ejercicio de
revisión de su recorrido estratégico en la búsqueda de un cambio político, como
punto de partida, para pasar, posteriormente, a un replanteamiento de su
organización y de las reglas de juego que regirán la toma de decisiones y las
relaciones entre los actores tanto partidistas como de la sociedad civil. Tal
reestructuración organizacional de la oposición debería considerar la
conformación de un comité estratégico con profesionales confiables, con
experiencia y experticia en las áreas pertinentes, así como la definición de
los roles y prerrogativas de cada actor;
2. Restablecer las relaciones de confianza, no sólo con
los partidos políticos que le acompañan y la sociedad civil organizada, sino
principalmente con el ciudadano común que ha puesto en él sus esperanzas y le
ha acompañado a lo largo de este proceso;
3. Reorientar los esfuerzos de manera realista,
considerando, por ejemplo, la posición que asumirá la oposición ante la muy
alta probabilidad que tiene la realización de una elección parlamentaria este
mismo año, la que no puede limitarse a un llamado a la abstención sin
consecuencias.
4. Considerar las acciones necesarias para restablecer la
confianza y la comunicación con los aliados internacionales de la oposición,
tanto con los Estados Unidos como con la Unión Europea, El Vaticano, países de
la región de América Latina que, incluyan, además, a los gobiernos afines al
chavismo, tales como México y Argentina. Asimismo, se torna importante seguir
intentando un acercamiento con los aliados internacionales del gobierno de
Maduro, no sólo con China sino también con Rusia, Irán y Cuba. Para ello, la
Unión Europea, Canadá, Japón, El Vaticano y la iniciativa sueca parecen canales
que pueden promover conversaciones entre el sector político de oposición y
estos actores internacionales afines al régimen liderado por Maduro.
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