Por Hugo Prieto
He acordado con José María De Viana*, en esta etapa de teletrabajo, marcar su número de teléfono a las 11:00 am, del día miércoles. Pero en la noche del martes hubo un apagón y la pila de mi celular se quedó con sólo el 7% de batería. Suficiente para enviarle un mensaje de texto. No puedo llamar a la hora acordada, lo hago cuando pueda. Y cuando pueda echamos gasolina y cuando pueda almacenamos el agua y cuando pueda prendo la computadora y cada uno hace su trabajo (en mi caso, esta entrevista). Y cuando pueda, les digo: No me jodan.
Durante el lapso en que José
María De Viana fue presidente de Hidrocapital se llegó a un acuerdo con la
Policía Metropolitana. Si la protesta en la calle era por la falta de agua, era
el propio De Viana quien tenía que ir al lugar —la Redoma de La India, la
avenida Carlos Soublette, en La Guaira; la avenida Andrés Eloy Blanco, en
Catia—, para calmar los ánimos de un pueblo que sentía el derecho fundamental
de defender lo que le pertenece. Hubo ocasiones en que el ruido de esas manifestaciones
llegaba a oídos de Miraflores y eso generaba inquietud entre los gobernantes,
entre otras cosas, porque estaban obligados a rendir un examen electoral. Hoy
la situación es muy diferente. Si cuenta o no con el respaldo de los
venezolanos, al chavismo no le quita el sueño. La calle no es del pueblo,
sino de lo colectivos armados y, llegado el caso, de las Fuerzas de Acciones
Especiales (FAES), que ya sabemos cómo reprimen. El miedo es la herramienta
para el control social, pero también lo es la desesperanza.
¿Cuál es el estado actual de
los servicios públicos en Venezuela?
Precisamente por nuestra condición de encierro domiciliario, la situación es mucho más difícil. Ahora que pasamos todo el tiempo en nuestras casas, debido a la pandemia, nos damos cuenta de que la calidad de vida de la familia depende de los servicios públicos. Lo importante que es tener agua potable, energía eléctrica, comunicaciones. Pero el agua no llega de forma continua a todos los hogares del país, ni en calidad ni en un volumen suficiente. Los cortes eléctricos son cada vez más prolongados y frecuentes. ¿Qué significa esto? Que la vida cotidiana de los venezolanos es muy azarosa. Las telecomunicaciones en Venezuela quedaron congeladas, con una conexión muy lenta y cada vez peor. Lo que estamos sintiendo es que el Estado abandonó su obligación fundamental de darle servicios a la gente. Cada quien ha tenido que ir buscando cómo resuelve el problema de manera individual. Si tienes más recursos, buscas la manera de tener otra fuente de agua, una planta eléctrica o servicios de Internet privados que son altamente costosos.
Si buscas un camión cisterna
por mensaje de WhatsApp, una planta eléctrica en una ferretería, un Wi-Fi a la
vuelta de la esquina, pues estamos ante la privatización de hecho de los
servicios públicos. No hay regulación ni supervisión del Estado, puro
neoliberalismo salvaje. ¿Qué costos pueden tener esos servicios para la
sociedad? ¿Qué rango de cobertura pudieran tener?
Yo creo que esta situación
no tiene futuro. Y lo digo porque los servicios públicos funcionan con un
sistema de responsabilidad. Eso quiere decir que para que todo el mundo pueda
tener agua potable, energía eléctrica y telecomunicaciones —más allá de lo que
pueda consumir o pagar cada quien—, es vital que se alcance una economía de
escala, y eso sólo es posible si involucramos al conjunto de la sociedad. Pero
cuando una fracción muy pequeña, que posee recursos económicos, empieza a
resolver el problema individualmente, se envía una mala señal, porque esa no es
solución para la inmensa mayoría. Y genera, además, una deseconomía social
enorme (éstos son los factores que causan que las grandes empresas produzcan
bienes y servicios con un incremento en el costo por unidad de cada producto).
Todo esto nos lleva a una situación social muy desfavorable.
¿Se trata de una política de
privatizaciones encubierta? ¿O de una forma de delegar el problema?
No es que el Estado está
facilitando el acceso a los privados, permitiendo su participación ordenada. Si
lo hiciera, muchos de esos problemas pudieran tener solución. Si el Estado
abriera las posibilidades para que un operador privado entrara a suministrar
Internet, utilizando la infraestructura de CANTV, no tengo ninguna duda de que
habría allí viabilidad económica y que la gente estaría dispuesta a pagar ese
servicio en términos reales. ¿Qué es lo que estamos viendo aquí? Un ajuste
brutal de los productos indispensables, particularmente de los alimentos
—leche, carne, harina precocida, entre otros—, pero al menos la gente tiene la
posibilidad de acceder a ellos, porque lo peor es no tenerlos. Y eso está
pasando, efectivamente, porque el Gobierno se desentendió, como si el problema
no fuera de ellos.
Podríamos establecer un paralelismo
con los bodegones, digamos, los bodegones de los servicios públicos. Ahí tienes
el camión cisterna del proveedor de agua… ahí tienes el proveedor de Internet.
¿Cuál es el problema que tú tienes?
El problema es que no hay
forma de que el país pueda ser próspero, ni que sea pacífico, si la inmensa
mayoría de la población no tiene acceso a los servicios públicos. Lo que hizo
grande a Venezuela, a su sociedad, fue que la inmensa mayoría tuvo acceso al
agua, a la electricidad, a las telecomunicaciones. Había un enorme sentido
social. Tú no puedes tener un país dividido por los bodegones, el que tiene
dólares resuelve su problema, pero el que no los tiene que se olvide de los
servicios básicos. Lo que ocurre es que eso le resuelve el problema a una minoría,
pero eso no tiene ningún sentido como país, porque eso significa que el grueso
de la población vive como en los años 30, con muchísimos problemas.
Sin servicios no podemos
tener salud, no podemos tener crecimiento económico o certidumbre en nuestra vida
cotidiana.
Absolutamente,
absolutamente. Además, la fatiga, el cansancio que te produce no tener
servicios públicos, también se traduce en desesperanza, también limita la
capacidad de lucha de la población. Se condena a la gente a sobrevivir en lo mínimo,
en lo pequeño. La ausencia de servicios públicos se ha convertido, de hecho, en
un mecanismo de dominación política. De alguna manera, el Gobierno ha sido cada
vez más refractario, menos sensible, al dolor de la gente, al grito de los que
no tienen agua, de los que no tienen luz.
Es algo muy paradójico,
porque sin esos servicios no hay forma de que tu vida se desenvuelva bajo
parámetros normales. No sólo es un mecanismo de dominación política, sino la
sensación permanente de incertidumbre.
Así es. Quisiera rescatar
que —según una encuesta de Acnur— una de las causas de la migración a pie que
recorrió desde Colombia hasta Chile, es la ausencia de servicios públicos. La
gente sencillamente está desesperada, porque llega a pensar que, efectivamente,
no puede vivir en Venezuela. Y eso crea una gran desesperanza que te quita las
ganas de luchar por tus derechos o de manifestarte políticamente, lo que se
traduce en una mayor sumisión. Pero, definitivamente, esto no es sostenible, a
menos que quieras mantener un régimen que se parezca a Cuba, que después de 60
años está sumida en la miseria más terrible. Pero cualquier proceso de cambio,
en el cual se quiera tener un país con capacidad de generar valor económico,
pasa por el hecho de que los servicios públicos se mejoren de una forma
fundamental.
Después tenemos todas las
implicaciones que esto conlleva en la salud de los venezolanos. La falta de
agua, por ejemplo, guarda una relación directa con el aumento de las
enfermedades transmisibles, de la malaria, del dengue, por ejemplo. Las
condiciones sanitarias de Venezuela son realmente deplorables.
Absolutamente. Yo quisiera
hacer un poco de historia. ¿De dónde nos salió la vocación a quienes trabajamos
como ingenieros sanitarios? De toda esa gesta que llevó adelante el doctor
Arnoldo Gabaldón, que erradicó la malaria y tenía muy claro que para tener
salud pública había que disponer de agua abundante y limpia. Nosotros somos
parte de un proyecto nacional. Una de las cosas más terribles de esta crisis es
que en la mitad de los hospitales grandes de Venezuela no tienen agua de manera
continua. Algunos tienen años sin que les llegue agua. Eso quiere decir que los
hospitales están en muy malas condiciones operativas. Además, este régimen de
racionamiento de agua, de tener que almacenarla en depósitos, ha multiplicado
los vectores, los mosquitos, que transmiten Chikungunya, Zika, Dengue. Gran
parte de la salud de los venezolanos está asociada a que perdimos una forma de
vivir en condiciones higiénicas. El venezolano sale a la calle y no se baña,
las casas se han convertido en focos de contaminación. Antes de la pandemia, la
ausencia de agua se había convertido en una de las principales causas de la
deserción escolar, más del 40% de los estudiantes dejaron de ir a clases o bien
porque en sus casas, o bien porque en las escuelas, no había agua.
Caracas se ha convertido en
un desierto. En distintas zonas el agua llega cada 40 días. Obviamente,
nuestros barrios son los más afectados. ¿Cómo llegamos a esta situación?
Es fruto de la
insensibilidad. ¿Para qué te vas a preocupar por una manifestación en la redoma
de la India si no tienes la necesidad de ir a un examen electoral? Bueno, eso
te interesa muy poco. El Hospital Universitario de Caracas estuvo dos años
recibiendo agua solamente hasta el cuarto piso. Algo inaudito. El problema se
vino a solucionar no por la acción del Gobierno, sino por la propia UCV. Hay
que llamar la atención, porque en el himno nacional hay una estrofa que habla
del bravo pueblo. A mí me gusta recordar eso porque cuando fui presidente de
Hidrocapital llegamos a un acuerdo con la Policía Metropolitana: si las
protestas eran por agua, las teníamos que resolver nosotros. Si la protesta era
en la redoma de La India, el ruido llegaba a oído de Miraflores. ¿Qué aprendí
yo de eso? Que la gente es muy brava y tiene un derecho fundamental a reclamar
lo que le pertenece. Lo que hemos visto es que hay muy poca reacción frente a
este problema. Pareciera que la gente se está acostumbrando a vivir mal y está
perdiendo la esperanza.
La gente no tiene idea del
impulso modernizador que experimentó Venezuela. Una ciudad pujante, como
Santiago de Chile, aún tiene más del 50% del tendido eléctrico de forma
superficial. En Caracas, en cambio, buena parte del tendido eléctrico es por
tubería subterránea. Eso —obra de la extinta Electricidad de Caracas—, cuesta
muchísimo dinero. Pero todo eso se abandonó o se convirtió en chatarra.
Éste es un proyecto político
de dominación. Desde el principio, el Gobierno pensaba que era muy importante
tomar el control de todos los rincones del país y cuando Chávez llega al poder
advierte que las empresas de servicios gozaban de autonomía y eran manejadas
por personal competente. Una estructura organizativa que no respondía
exactamente al Gobierno, sino a sus clientes, que eran todos los venezolanos.
La Electricidad de Caracas, por ejemplo, era una empresa con más de 100 años de
trayectoria, con una burocracia eficiente y de altísima calidad. Se consiguió
con el metro de Caracas, quizás el mejor de América Latina y uno de los mejores
del mundo. Se consigue en Edelca una empresa muy sólida. ¿Qué ocurrió? En marzo
de 1999, descabezan a Hidrocapital y comienza un reemplazo progresivo de los
cuadros de dirección. En el caso de Elecar facilitaron la entrada de los
gringos, pensando que iban a ser más sumisos que los criollos que la manejaban,
en el caso del Metro sustituyen a Ignacio Combellas por un teniente coronel de
la aviación y en el caso de Edelca, tan temprano como en febrero de 2002, sustituyen
a Oswaldo Artiles por un general del ejército. Es un proceso de toma de control
que hace que esas organizaciones, que estaban detrás del talento, de la
logística, de los procesos, se sustituyen por cuadros obedientes. Detrás de
cada uno de esos militares había la instrucción de convertir a esas empresas en
entes sumisos, lo que llevó a una pérdida muy profunda de capacidad profesional
y de todos los procesos de control interno. Movilnet era una empresa que
cotizaba en la bolsa y pertenecía a inversionistas internacionales, con un
desempeño que era más que satisfactorio. Además, producía tecnología. Pero era
importante que fuera controlada por la señora Socorro Hernández y la señora
Jacqueline Farías. Hoy quedan las cenizas.
Chávez se valió del boom petrolero
para convertir al Estado en empresario. Hoy, esas empresas, sean públicas o
privadas, están tocando la puerta o enterradas en el cementerio. ¿Podría hacer
un balance lo que ocurrió?
El sector eléctrico es un
caso paradójico. Quien arribe al país, y desconozca los antecedentes, pudiera
pensar que esto es producto de un largo proceso de empobrecimiento y de muchos
años de dificultades económicas, pero resulta que buena parte de lo que ocurrió
en los servicios estuvo asociado a un enorme chorro de recursos financieros,
producto de los elevados precios del petróleo, pero también por la capacidad de
crédito que eso generó. ¿Cómo puede usted compaginar esta tragedia con el hecho
de que entre 2007 y 2014 el país gastó 9.000 millones de dólares en sistemas de
agua? Aquí se invirtieron 1.000 millones de dólares con una empresa brasileña,
menos conocida que Odebrecht, que se llama Camargo & Correa, en un contrato
que estaba hecho para no terminar nunca. En el acueducto de Falcón metieron 500
millones de dólares, construyeron un tubo maravilloso por el cual no pasa ni
una gota de agua. En el sector eléctrico se gastaron 70.000 millones de
dólares. En la Venezuela de hoy, que tiene problemas tan terribles, se están
consumiendo 10.000 megavatios, pero la capacidad de generación es de 35.000
megavatios. Una capacidad térmica que no está operativa. ¿Por qué tenemos
tantos problemas? Eso fue parte de esa piñata de recursos. Se construyó con
sobreprecios o como lo quieras decir.
Aquí hubo una migración
interna, particularmente desde el occidente del país hacia Caracas, huyendo de
los apagones, de la escasez de alimentos. Pero la crisis de los servicios
públicos llegó a la capital para quedarse. ¿A qué nos enfrentamos en lo
inmediato?
Esto tiene que ver con lo
que te dije anteriormente, este Gobierno no tiene necesidad de someterse a un
examen electoral. Aunque diría que mantener una baja conflictividad en las
grandes ciudades pudiera ser un objetivo para cualquier gobernante. De lo
contrario, se corre el riesgo de que esas ciudades se conviertan en un polvorín
de protestas. Pero la realidad es mucho más terca que cualquier deseo. En el
caso de los servicios públicos lo que hay es una enfermedad. Si no comienzas a
corregir los daños, que son profundos y extendidos, no te digo que la crisis
llegó a Caracas, sino a Miraflores. De hecho, en Miraflores ha habido
manifestaciones, protestas, por falta de agua. Hasta allí ha llegado el nivel
de incompetencia y la incapacidad de este sistema para solucionar la
crisis.
***
*Ingeniero civil por la
UCAB, expresidente de Hidrocapital y de Movilnet.
24-05-20
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