Ismael Pérez Vigil 16 de mayo de 2020
El
país vive de los mitos. Los mitos y los mitómanos, claro está, abundan y crecen
como la verdolaga, hasta de manera silvestre; y mucho más en la situación de
inmovilización y confinamiento en la que vivimos, con demasiado tiempo de ocio.
Sin mencionar los mitos que se tejen con relación a la COVID-19 y el
coronavirus, en materia política seguimos incrementando nuestro acervo
mitológico.
Hace
varios años escribí sobre algunos de los mitos que pueblan la mentalidad
política del venezolano. Cosas como: “Adeco es adeco hasta que se muere”, “el
pueblo nunca se equivoca”, “la política y los políticos son todos corruptos”,
“los partidos, como los conocemos son indispensables”, “la sociedad civil es
una fuerza telúrica en política”, “los técnicos y militares gobiernan mejor”, y
una lista inagotable. El peso de la realidad fue acabando con esos mitos y
dejándonos desamparados en un desierto en el que damos vueltas y vueltas sin
terminar de atravesarlo. No es el caso volver sobre lo dicho.
En
este predicamento, a veces evasivo, en el que estamos, ahora hemos pasado a
esperar la intervención de alguna fuerza externa y misteriosa, que suspenda las
leyes naturales y que, más allá del mundo de lo tangible y de lo conocido,
produzca los cambios que anhelamos; es decir, esperamos que se produzca algún
“milagro”; o en su defecto, que es casi lo mismo, una intervención extranjera o
una implosión del chavismo que nos libre de hacer lo que solo nos corresponde a
nosotros a partir del trabajo político, duro, eficiente, a nivel popular. Pero
mientras algo ocurre, seguimos creando y alimentando mitos.
Esos
mitos muchas veces acarrean graves consecuencias. Por ejemplo, la combinación
de estos dos: “Somos un país rico” y “todos los políticos son corruptos”, –que
están entre los más grandes que hemos tenido, con los que crecimos y criamos
generaciones enteras– sirvió de trampolín para que llegaran al poder los que hoy
nos mal gobiernan y han destruido al país. A partir de allí, “ayudados” por los
interesados, desarrollamos muchos otros; uno de los más “populares”: el de la
invencibilidad de Chávez Frías, quien ganó un proceso electoral en 1998 con un
apoyo efectivo de tan solo el 15% de la población del país y gracias a una
abstención del 37%, y ese fue el mejor resultado de todos sus procesos
electorales. Pero ese no fue el único mito y ahora mismo crecen varios.
“A
los venezolanos todo el mundo nos quiere porque somos simpáticos y ocurrentes”,
“nos destacamos porque tenemos un gran sentido del humor” ese par de mitos, los
hemos estado escuchando durante estos últimos años, desde que creció la
emigración o la mal llamada “diáspora”. Ese mito, llamémoslo el de la “avasallante
personalidad” del venezolano, se fue derrumbando en la medida en que los
pobladores naturales, de los países que nos recibían, se fueron sintiendo
desplazados en sus trabajos, profesiones o invadidos en sus condominios por
atropellantes compatriotas, algunos de ellos alardeando de sus bienes de
fortuna, remembranzas de aquel “ta’ barato, dame dos” del que hacíamos gala
cuando recorríamos el mundo como turistas y que tras vacaciones –algunas muy
dispendiosas–, regresábamos al país cargados de las más diversas mercancías.
Menos mal que gracias también a miles de compatriotas, verdaderamente
trabajadores incansables, útiles profesionales, muy brillantes algunos,
sirvieron de contrapeso al primer grupo y gracias a los segundos aún somos bien
recibidos y apreciados en el exterior.
Otro
mito de estos días es el mito de Wilexis, un hampón, un criminal, con múltiples
delitos y asesinatos en su haber, pero que ahora está siendo glorificado,
deificado, y ya algunos disimuladamente lo promueven políticamente y no tardan
en proponerlo para presidente –nada tiene de raro después de haber tenido en
ese cargo a un militar fracasado y a un sindicalista reposero– y algunos hasta
tratarán de elevarlo a los altares; todo porque alguien dijo, seguramente
inventando, que la lucha cruenta que tiene montada para ser el amo de Petare es
porque se opone al “régimen”, al mismo régimen que lo armó y toleró para que,
convertido en azote de barrio en el extremo más el este de la ciudad, ayudara a
controlar a su población. Ahora le atribuyen tuits, videos y audios, que
seguramente no escribió, ni grabó, en los cuales con estereotipada voz de
malandro de Radio Rochela y sofisticado lenguaje de “pran” que denota que
reside como mínimo en Chacao o El Cafetal, dirige inflamadas proclamas en
contra del régimen y advierte a sus secuaces que gobiernan al país del mal del
que se van a morir. Lo grave no es que se haya inventado que él realice esos
tuits, sonidos o videos, lo grave es que a alguien se le haya ocurrido hacerlos
y a muchos otros creerlos y difundirlos.
Pero
el mito más reciente es el de los “héroes” del llamado “macutazo”; aun cuando
no comparta algunas ideas y acciones, siempre que se propongan acabar con la
tiranía, estoy de acuerdo en que se deben respetar todas las opciones
individuales, sobre toda aquellas en las que los involucrados se arriesgan
personalmente; pero, de allí a admirar como a héroes a los protagonistas del
desembarco en cuestión, hay una diferencia. Algunos ya están en ese camino de
convertir en héroes a sus protagonistas, que por lo demás no tiene nada de
raro, pues al “héroe” del Cuartel de la Montaña, que fracasó en un intento y
sanguinario golpe de estado en 1992, como dije más arriba, el 15% del país –si
descontamos abstención y quienes votamos por otro candidato– lo premió convirtiéndolo
en Presidente de la Republica en 1998, posición desde la cual él destruyó las
instituciones democráticas y la economía del país y se convirtió en poco menos
que un dictador.
No
es el caso ahora desmenuzar la caterva de errores que condujeron a lo ocurrido
con los desembarcos de mayo y sus lamentables consecuencias para una oposición
que ya tiene muchas equivocaciones y cosas de que preocuparse, ya otros se han
encargado de eso; pero sí es momento de lamentarse y reflexionar acerca de que
esos mitos –que en política construimos y engordamos– no pueden seguir siendo
la base sobre la cual se planifiquen y construyan las estrategias opositoras
para salir de este oprobio.
Ismael
Pérez Vigil
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