Por Gregorio Salazar
Los diálogos en México
continuaban el pasado viernes para abordar el punto que de manera prioritaria
acapara el interés del régimen de Nicolás Maduro y es el referido a las
sanciones económicas contra los representantes de un régimen que desde hace
muchos años se dedicó a conculcar los derechos civiles y políticos de la
población hasta instaurar una dictadura.
Las sanciones
internacionales aplicadas en mayor grado por los Estados Unidos serían, de
acuerdo al discurso oficialista, prácticamente la única causa del monumental
desplome de la economía venezolana con la consecuente depauperación y diáspora
de más de 6 millones de personas. Nada más falso.
Muchísimo antes el hoy
difuntísimo caudillo, frente al fracaso de su modelo estatista, centralista y
expropiador, ya había comenzado a culpabilizar a sus adversarios de una
supuesta “guerra económica”, mientras él la libraba en firme contra la más
elementales leyes de la economía, comenzando por las libertades y las reglas
claras que requiere ese actividad. Y vaya si había tenido recursos. Hasta donde
sabemos, los más grandes ingresos petroleros de nuestra historia.
En eso se pasó años. No
recordaba para nada que en la causa primigenia de ese desastre estaba su
concepción de que lo político –y lo político para él era el poder, todo el
poder hasta el trompetazo del Juicio Final—debía privar sobre la economía.
De ese discurso ya se
desdijo sin disimulos el presidente de la AN, Jorge Rodríguez, en su visita a
la sede de Fedecámaras. Pero antes el oficialismo pudo comprobar que para
resolver la crisis económica –que está socavando no sólo las bases del proyecto
perpetuador sino el presente y futuro del país– no bastaba con imponer la más
avasallante hegemonía política.
Expresión máxima de esa
hegemonía fue la elección de la tristemente célebre constituyente espuria,
promocionada por su artífice, Nicolás Maduro, como la panacea económica. Dicha
constituyente fue plenipotenciaria, supraconstitucional y, también, ultra
inútil, visto que tres años después se fue por un albañal sin haber resuelto un
solo problema ni aprobar la nueva constitución para la que supuestamente fue
electa. Eso sí, anuló a la AN electa con mayoría calificada para la oposición
en 2015.
El más somero intento retrospectivo revela que de manera ritual el oficialismo, especialmente durante el período autocrático de Maduro, ha utilizado la oferta del resurgimiento económico como señuelo electoral. Meses antes de la cita comicial el ritornelo incluye el nombramiento de fallidas comisiones y subcomisiones, llamados al diálogo, lanzamiento de nuevos-viejos planes, maratónicas cadenas sobre los (esmirriados) éxitos supuestamente consolidados. Pura paja, como diría aquel embajador gringo. Lo han hecho de nuevo y la estampida de empresas extranjeras y el cierre de las nacionales no cesa.
Frente al diálogo
Maduro se comporta como si su sólo ámbito fuera el de la mesa donde se sientan
los actores, mientras él puede hacer y deshacer con su lengua y sus palabras lo
que le venga en gana. Una destructiva rueda libre. Nada hace por propiciar un
clima en el que esas negociaciones y sus posibles frutos puedan tener la
credibilidad de toda la ciudadanía. Y así no es la cosa.
Ahora mismo, mientras
en los diálogos de México los negociadores deben tratar el punto “convivencia
política y social”, Maduro acaba de arremeter contra la iglesia por el sólo
hecho de que Obispo auxiliar de Mérida, monseñor Luis Enrique Rojas, hizo
frente y denunció a la soldadesca, esa que se supone expresión de la sacrosanta
“unión cívico-militar”, que se dedicó a obstaculizar el paso de un cargamento
con ayuda enviado al estado Mérida para socorrer a las miles de familia
afectadas por las inundaciones.
Para Maduro sólo se
trata de “bicharacos” o viejos ensotanados que tratan de “desprestigiar a las
FAN”. Qué lástima. No se ha enterado en todo este tiempo que el
autodesprestigio de esa fuerza matraqueadora y sedienta de dólares ya superó
toda medida.
No hay mayor
demostración del rechazo a la necesaria convivencia, esa misma que se debatirá
en México, que impedir la caridad y estigmatizar a quienes la ejercen,
contribuyendo de paso en una tarea que corresponde en primer lugar al Estado.
Falta para que el diálogo como herramienta de paz cale el ADN de la revolución.
Quién sabe si eso será posible. Pero hay que insistir en ello, por todos los
flancos y en cada oportunidad.
Gregorio Salazar es
periodista. Exsecretario general del SNTP.
05-09-21
https://talcualdigital.com/dialogos-economia-y-convivencia-por-gregorio-salazar/
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