Américo Martín 12 de septiembre de 2021
Las
vueltas y revueltas acerca del posible destino de la negociación, que
afortunadamente sigue avanzando en México, se multiplican con el correr de los
días. Es una negociación con agenda previa y un par de acuerdos logrados, pero
aún se nota cierta renuencia en la parte oficialista de llamarla por su nombre,
y a nadie se le ocurre otra explicación de otorgarle la trascendencia que
indudablemente tiene. ”Diálogo” prefieren, sin duda, para que sus eventuales
acuerdos no vayan muy lejos.
Curiosamente
pesa el recuerdo de lo ocurrido con la primera negociación de este tipo
celebrada en Venezuela, entonces durante el gobierno de Hugo Chávez,
específicamente entre el 8 de noviembre de 2002 y el 29 de mayo de 2003.
Para
dejar claro que no se trataba de un diálogo abierto sino de una negociación en
serio, se definió una agenda y se precisó que nada se considerará
definitivamente aprobado “hasta que todo fuera aprobado”. Puesto que la OEA
estaba facilitando la negociación, junto con el PNUD y el Centro Carter, se
encomendó la coordinación de la Mesa a Cesar Gaviria, su secretario general.
Con tantas previsiones se esperaba con buenas razones que se encontrara una
salida electoral a la considerable crisis que afectaba como nunca a nuestro
maltratado país. Pese a las profundas diferencias reinantes, el objetivo se
alcanzó bajo la forma del Referendo Revocatorio que destituiría o ratificaría
al Mandatario.
Menudearon
las acusaciones de fraude y ventajismo esgrimiendo instrumentos de prueba pero
Chávez, aún en el tope de su popularidad, fue ratificado y así lo atestiguaron
los acreditados representantes internacionales. Tal reconocimiento proviniendo
de la Comunidad Internacional, a la que la oposición había invocado y ha
seguido haciéndolo, resultó decisivo, muy a pesar de las prácticas agresivas
del presidente Chávez, que profundizarían el distanciamiento mundial y la
desconfianza hacia los serios problemas con la mayoría de las naciones
americanas.
No
obstante, la oposición unida exhibe una poderosa musculatura. Por carencia de
imaginación para entender el resultado, optó por negarlo sin suficiente
análisis, al extremo de enfrentarse a sí misma entrando en un proceso de
continuas escisiones que atentaron contra su propia fortaleza y, peor aún,
contra su unidad. Debilitada, sin conducción única y fabricando enemigos en
lugar de ganar más y más amigos, así vinieran de las filas contrarias en todos
los grados posibles.
Al
definir el significado de la guerra el célebre teórico prusiano, general Karl
Clausewitz, emitió una serie de conceptos ciertamente insuperables, que en
varias ocasiones me ha parecido muy pertinente citar, especialmente frente a
quienes afirmen que a la guerra se va, ni más ni menos que a matar a tantos
enemigos como balas llevemos en la cartuchera. Eso se llama borrarlos del mapa
sin contemplaciones. Expresamente lo rechaza el gran general prusiano. En su
sabio criterio, de lo que se trata es de colocar al otro en condición de no
seguir haciendo lo que está haciendo. Y ese propósito, a la vez humano y
político es lo que genera las más encomiables victorias.
Lograr
que parte de los soldados enemigos sea persuadida de la profunda verdad de la
causa democrática, permitiría vencer sin verter más sangre de la que sería
inevitable. Esa justa orientación define un rasgo del manejo democrático, que
consiste en encontrar la manera de ganar a cuantos se pueda y neutralizar a
quienes, sin romper expresamente con sus antiguos compañeros, acepten la mano
tendida que se les ofrece.
Si en
nuestro país hubiera más interés en aprender las buenas lecciones que nos han dejado
los líderes de la Independencia, después de la abolición del decreto
bolivariano de la guerra a muerte, ya estaríamos más cerca que nunca de dejar
atrás la tragedia que nos agobia.
El
sorprendente viraje patriota postulaba ahora la unidad de los nacidos en el
país, a sabiendas de que en su mayoría, los soldados y muchos oficiales
considerados peninsulares y consecuencialmente realistas, debía tratárseles
como venezolanos y esencialmente patriotas. Bolívar no mordía y soltaba la
presa, al igual que los bulldog se aferraba a ella sin aflojar jamás. Esa fiera
tenacidad se descubre en la cadena de hazañas que protagonizaron los grandes
jefes que lo acompañaron.
Obviamente
semejante viraje no puede calcarse con la esperanza de cosechar frutos
similares. Bien sabido es que la historia no se repite al carbón, sin embargo,
aparecen sorprendentes analogías, que la Historia, la ciencia-arte de la
Política y la Politología aprovechan asiduamente en sus elaboraciones sobre el
sistema democrático y el proceso que le conduce a ese destino.
¿Estoy
siendo víctima de mi imaginación?
¡Ojalá
así fuera!
¡Con
mucha imaginación se alcanzan los mejores logros!
Y así
espero que ocurra en la auspiciosa reunión que transcurre en México.
Américo
Martín
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