Ángel Lombardi Lombardi 03 de enero de 2022
Cumplida
la liturgia de la Navidad, tanto en su versión sagrada como profana, empiezan
los días del ciclo cósmico del tiempo. Un «final» y un nuevo-comienzo. Katabolé
toú kósmou (desde la creación del mundo) a la culminación de los
tiempos y nosotros, somos el centro del tiempo.
Antrophos, nacidos para morir. En términos existenciales somos un tiempo que se consume (el año «viejo») y un año-nuevo, como un volver a nacer, una nueva oportunidad. Y así cada año. Ciclos estacionales que se llenan de historias, símbolos y mitologías personales. Ritos y mitos, personales y colectivos, de nuestra infancia y prehistoria arcaica. Nacemos antes de nacer, la ciencia lo llamará genética y memoria de la sangre y de la especie; ciclo cósmico y mimético del eterno-retorno.
Cada
año que fenece, termina en una contabilidad de propósitos no cumplidos y unas
renovadas promesas de cumplimiento. Se agregarán otras promesas y muchos buenos
propósitos. El deseo de logros y armonía sustituye a la razón y al olvido de lo
no logrado en un tiempo transcurrido. En estos ciclos míticos anuales el
homo-sapiens es sacrificado al homo-religioso.
René
Girard, en los llamados ciclos-míticos distingue tres momentos: la crisis, la
violencia colectiva y la epifanía divina. En términos existenciales concretos y
simples y personales, cada periodo de nuestra vida se enfrenta a la posibilidad
de padecer: crisis/violencia/epifanía.
Situados
en nuestro turbulento e incierto tiempo venezolano, de crisis y violencias de
todo tipo, la epifanía como esperanza de tiempos mejores, es vital para
enfrentarnos al por-venir.
En la
liturgia del tiempo, la consciencia moderna se ha ido debilitando con respecto
a la sacralidad del tiempo trascendente, que nos remite a un cuerpo de
creencias tradicionales pero necesarias. Que nos identifican en un «yo y un
nos». Vivimos en la historia. Somos historia y vamos con la historia.
Trascender
nuestro natural egoísmo se ha convertido en una exigencia ética universal. El
papa Francisco lo ha dicho claramente: «Fratelli tutti en la casa común», esa
es la gran novedad y necesidad de nuestro tiempo. Ocuparnos, más allá de la
retórica de los buenos deseos, del semejante en necesidad. El tiempo humano es
personal y colectivo y no nos pertenece de manera particular y egoísta. En la
tradición cristiana, el tiempo es lineal y progresivo, «siempre a mejor» dirá
Kant.
El año
2021 venezolano nos encuentra en un país postrado, lleno de incertezas.
Continúa el desangramiento demográfico y el autoritarismo gubernamental. La
transición democrática en términos políticos sigue sin definirse. La economía
empieza a «moverse», pero sin la confianza necesaria para un verdadero
despegue. El «orden mundial» luce dinámico y problemático, marcado por la
disputa chino-norteamericana por la hegemonía global. La pandemia sigue y nos
va a acompañar por cierto tiempo.
El
miedo sigue allí. Fin de año y Año Nuevo. Otra vez el tiempo de la memoria y el
tiempo renovado de la vida.
Ángel
Lombardi Lombardi
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