Trino Márquez 14 de febrero de 2022
@trinomarquezc
Durante
las últimas semanas, algunos respetados dirigentes opositores, entre ellos
Gerardo Blyde, han emitido declaraciones en la que señalan –en un tono que raya
en la súplica- que debe retomarse el diálogo entre el Gobierno y la oposición
en México, interrumpido por el traslado de Álex Saab a Estados Unidos.
Los argumentos se refieren a la conveniencia de superar la crisis política que afecta a Venezuela –que se manifiesta en la diáspora y en la precaria situación económica y social de las clases populares- en un ambiente que propicie la concertación entre los dos sectores antagónicos. A esta petición se han sumado algunos países latinoamericanos y europeos, Canadá y el propio Estados Unidos.
La
respuesta del régimen frente a estas demandas –a pesar de las sanciones
internacionales- ha oscilado entre la más absoluta indiferencia y la sorna
insolente.
Maduro,
en un acto proselitista con el Psuv el 3 de febrero, sugirió que las elecciones
presidenciales previstas para 2024 podrían realizarse en cualquier otro momento
o postergarse de forma indefinida.
Por
supuesto, que al mandatario no se le olvidó que la Constitución establece que
el 10 de enero de cada sexenio debe juramentarse el nuevo presidente electo, o
reelecto, en los comicios convocados previamente. La principal exigencia
política de las conversaciones entre el gobierno y la oposición gira en torno
de este punto: garantizar elecciones nacionales transparentes y justas, una de
cuyas condiciones básicas es el respeto a la fecha fijada por el Consejo
Nacional Electoral, único órgano facultado para hacerlo.
Pues,
Maduro se permite poner en duda ese término y sugerir que será él, de acuerdo
con su real conveniencia, quien la fije. Se trata de una provocación cínica,
que revela el desprecio que siente por las aspiraciones democráticas y del
lugar tan marginal que les asigna a eventuales acuerdos con el sector opositor.
El
general Vladimir Padrino López se permite decir en el acto político de
conmemoración de los 30 años del golpe del 4-F (fecha fatídica para la historia
nacional) que “aquí no nos van a meter el contrabando de la democracia
neoliberal”. Es decir, la oposición ‘neoliberal’ no volverá a gobernar en
Venezuela. ¿Quién es ese militar para decidir con cuáles concepciones teóricas
y filosóficas se gobierna el país?
Esa es
una decisión que deben tomarla exclusivamente los votantes en comicios
libérrimos, como se decía antes. En el pueblo reside la soberanía de forma
intransferible. Son los ciudadanos los que deciden la continuidad o la
alternancia en el poder. Padrino López, al igual que Maduro, hace guasa de la
Constitución, arremetiendo contra la principal demanda opositora, de los
ciudadanos y de las naciones que apoyan el restablecimiento de la democracia en
Venezuela.
Similar
es el estilo de Jorge Rodríguez y Diosdado Cabello. A ninguno de los miembros
de la cúpula del régimen le importa restablecer un foro en el cual tendrán que
comprometerse a organizar una consulta popular que van a perder. Ergo: por
ahora no habrá ningún diálogo, salvo que el panorama nacional se modifique de
forma sustancial.
¿Qué
debe cambiar? En primer lugar, pienso, la anatomía de la oposición. Una
oposición divida, raquítica, como la que existe, jamás sentará a conversar a un
gobierno autoritario, pegado como una sanguijuela al poder. El gobierno,
ciertamente, representa una minoría con respecto a la totalidad nacional. Su
apoyo apenas alcanza 30%. Sin embargo, es un núcleo compacto, que a pesar de
tener fisuras internas entre las distintas facciones que lo integran, se
muestra inexpugnable ante la nación. El Psuv continúa siendo el primer partido
del país. Además, el Estado gira en torno del proyecto hegemónico dirigido por
los líderes de esa agrupación: desde el TSJ hasta las Fuerzas Armadas están
sometidas a la fuerza gravitatoria de la organización fundada por Hugo Chávez.
Hoy el Estado –salvo pocas excepciones, como las gobernaciones y alcaldías en
manos opositoras, constantemente hostigadas- está diseñado a imagen y semejanza
del partido rojo. Ante la solidez del régimen, la única opción que le queda a
la oposición es compactarse alrededor de objetivos comunes y de una plataforma
unitaria.
El
principal objetivo, desde mi perspectiva, debería ser crear –junto con los
factores de poder internacionales- las condiciones más favorables posibles para
las venideras elecciones presidenciales. Maduro lanzará nuevas y más agresivas
provocaciones. Le seguirán sus adláteres. Sin embargo, la oposición no debería
desviarse del camino electoral. Desde ahora tendría que comenzar a organizar
los ciudadanos en grupos de apoyo a unos comicios justos, que respeten los
preceptos constitucionales y recuperen el sentido democrático de las elecciones
y el Estado.
Estas
labores de empoderamiento, deberían estar dirigidas por un comando nacional y
comandos regionales, municipales y locales, que vayan fortaleciendo la
confianza y certeza de la gente, en la posibilidad de que el pueblo le imponga
al régimen las elecciones libres y justas que este se niega a convocar. Luego
habría que resolver el complejo asunto de la elección del candidato
presidencial. Ese espinoso tema puede esperar. Todavía en prematuro dilucidarlo.
Se
trata de una labor de ingeniería compleja, en la que habrá que lidiar con
vanidades muy robustas. Si se tiene éxito en este movimiento ascendente, el
diálogo en México, o en Alaska, será solicitado por Maduro y su gente.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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