Laureano Márquez 19 de febrero de 2022
@laureanomar
De lo
sucedido esta semana se desprende que robar en Venezuela es buenísimo, si lo
sabes hacer con una buena dosis de cooperación institucional y cinismo.
El
asunto es que hay que robar mucho, porque al final, estos ladrones antiimperialistas
lo que quieren es vivir en el imperio y correr libremente con sus caballos pura
sangre por las riberas del rio Mehicepipi.
El secreto está en robar bastante y luego cooperar con el gobierno norteamericano de manera que este se lleve un altísimo porcentaje de lo robado (que nunca volverá al pueblo venezolano a quien pertenece) y el ladrón, con el repele de milloncejos de dólares que le quede bajo el colchón, pueda vivir una existencia tranquila, al amparo y protección de las autoridades del país del norte.
No se
trata solo de ser un corrupto, sino de tener una libretica donde se van
anotando nombres y datos de toda la trama de corrupción de la que se es parte.
Esas
informaciones son las que, suministradas en el momento oportuno, van a permitir
al ladrón su liberación en los Estados Unidos con una sentencia reducida.
Con la
información que obtienen, los jueces harán nuevas detenciones y embargos de
otras fortunas hasta que lleguen al más bolsa (¡mosca bolsas!, que ahora van
por ustedes), el que se ha robado apenas una docena de millones de dólares y
que, sin la previsión de la libretica, se queda sin posibilidades de negociar y
consiguientemente de partir la cochina.
Lo
robado por el corrupto también es un negocio, sin duda, para el gobierno norteamericano.
Es la transferencia de fondos más brutal que un país haya hecho a otro en toda
su historia.
Nuestros
ladrones de cuello blanco no se roban el 10% de la represa que va a producir la
energía hidroeléctrica del país, como hace cualquier corrupto decente del
primer mundo. Los nuestros se roban la represa entera y encima, desvían el río
en el que se iba a levantar, para robarse también el oro, imposibilitando para
siempre la construcción de la represa, causando un daño ecológico irreparable y
dejando al final al país a oscuras.
En
definitiva, el asunto es que el monto de lo robado por estos predios es
exorbitante, incalculable, descomunal, inconmensurable, hercúleo. Y lo que se
roban nuestros corruptos en nombre de la lucha antiimperialista, va a parar,
pues, at the end of the day a las arcas del tesoro de los Yunay Esteys.
Robar
es, como hemos dicho, un excelente negocio en Venezuela, pero no para los niños
que pierden la vida en el hospital J.M. de los Ríos (que pena con el Dr. José
Manuel, un magnífico pediatra) y para todas las personas que mueren de mengua
en hospitales mal dotados por carencia de fondos.
Tampoco
el robo es negocio para las universidades del país, que deben pagar sueldos
miserables a sus profesores y reducir su actividad por la carencia de
presupuesto, destruyendo la educación, que es el motor con el que avanza una
nación. Robar es bueno, pero no para el que trabaja decentemente, con empeño,
durante treinta o cuarenta años y espera, con el fruto de sus ahorros y su
merecida jubilación, concluir su existencia con seguridad y paz. Y este, si
protesta con justicia por lo que le corresponde, lo meten preso el mismo día en
que el otro sale en libertad.
Esta
es la conclusión a la que hemos llegado luego de las informaciones aparecidas
esta semana. Y eso sin tener en cuenta lo que aún no se sabe.
Laureano
Márquez
@laureanomar
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