Ismael Pérez Vigil 12 de febrero de 2022
El
tema de las elecciones presidenciales de 2024 es motivo de burla por parte del
régimen, que parece decir: “…Yo soy tan poderoso, que me doy el lujo de poner
en duda cuando habrá un nuevo proceso electoral’, provocación cínica que nos
recuerda la letra del tango, “Mano a Mano”: “Como juega el gato maula con el
misero ratón…”; pero, en todo caso, flota en el ambiente el tema; incluso se
asoman ya algunos candidatos opositores−rápidamente desmentidos por los
interesados o sus allegados− y es motivo de angustia, desesperación y los
consabidos argumentos en contra por parte de los sempiternos partidarios de la
no participación, los negacionistas de la vía electoral.
La participación en las elecciones del 2024 implica examinar, por lo menos, tres temas: La selección de un candidato único, por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; y una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país. Imposible por lo complejo y extenso de cada uno de estos temas, tratarlos en conjunto, los abordaré en partes, con la seguridad de que aun así quedarán muchos aspectos por fuera.
Comencemos
por el de la unidad y el candidato unitario
La
necesidad de la unidad para enfrentar el régimen es algo que muy poca gente
discute; por eso sorprendió a algunos mi afirmación −en el artículo de la
semana pasada, Camino al 2024, https://bit.ly/3oqyGNt−
al calificar como mito la falta de unidad, sobre todo en lo que a un candidato
único se refiere. En efecto así lo creo. La falta de unidad nos ha perjudicado
para ganar referendos, curules en elecciones parlamentarias, o algunos cargos
de alcaldes y gobernadores, pero nunca hemos tenido ese problema en lo que a un
candidato presidencial se refiere. Porque en las elecciones presidenciales,
bien sea por acuerdo opositor o por polarización política del país, siempre
hemos tenido un candidato único, con opción, al menos. Y aunque han surgido
algunos que han pretendido disputar esa condición de candidato opositor al
candidato “oficial”, por llamarlo de alguna manera, siempre que eso ha
ocurrido, el propio pueblo se ha encargado de ponerlos en su sitio, dejándolos
con una escasa votación.
Ni
siquiera en la muy reñida votación del año 2013 (Maduro-Capriles), la aparición
de candidatos distintos al oficialista y al candidato “oficial” de la
oposición, privó a este último del triunfo; sumando todos los votos distintos a
los del candidato oficial al candidato Capriles, solo se reducía la brecha en
0,24%, que aún no era suficiente para derrotar al candidato del régimen −aun
haciendo abstracción que ese haya sido el resultado correcto, que es lo que
creo, aunque algunos lo dudan−. Así, en el tema del candidato único, posiblemente
hay que evaluar que impacto tiene, en su falta de penetración y profundidad en
el pueblo, el tema de la forma en que se ha seleccionado.
En las
elecciones presidenciales, desde 1998, se han enfrentado tres fuerzas, bastante
simétricas: el oficialismo, que siempre ha salido victorioso; un sector
mayoritario de la oposición democrática, que ha logrado oponerse con una cierta
fuerza, apoyando a un candidato único; y un sector abstencionista, indiferente,
engrosado a veces porque la oposición democrática decide jugarse esa
alternativa. Aunque siempre ha sido un solo candidato opositor, con opción, no
siempre eso ha ocurrido por decisión política de los partidos opositores, sino
como efecto de la presión externa y la polarización. Veamos los casos.
- Para la elección presidencial del 6 de
diciembre de 1998, el candidato único de la oposición, por efecto de la
“polarización” fue Enrique Salas Römer; su designación como candidato
único se logró gracias a un consenso, agónico, in articulo mortis, de los
principales partidos políticos democráticos de la época, ante la amenaza
del triunfo de Hugo Chávez Frías, que retiraron sus candidatos y apoyaron
a Salas Römer, que de está forma obtuvo el 39,9% de los votos, un 16% por
debajo de Hugo Chávez Frías. La abstención en ese proceso electoral fue
del 36,5%.
- La elección presidencial del 30 de julio
del año 2000, fue en realidad una prolongación de la elección presidencial
de 1998, del “quino” de la constituyente de 1999 y de la aprobación de la
novísima Constitución bolivariana el 15 de diciembre de ese mismo año. La
oposición no tuvo un candidato “oficial” para esa elección, pero el
electorado opositor se decantó o polarizó en favor de Arias Cárdenas, que
logro el 37,5%, 22 puntos por debajo de Chávez Frías, nuevamente candidato
oficial, quien obtuvo en esa oportunidad el 59,7% de los votos, su mejor
resultado en todos los procesos en los que participó. La abstención fue
del 43,6%, una de las más altas de la historia electoral del país,
superada solamente en la elección de 2018, que fue del 53,9%, según cifras
oficiales.
- En el año 2006, el 3 de diciembre, el
candidato opositor fue Manuel Rosales, seleccionado por consenso como
candidato, después que varios otros se retiraran de la contienda, en favor
de su candidatura unitaria; Manuel Rosales obtuvo el 36,9% de los votos,
la diferencia a favor del régimen fue de 25 puntos, pero se consideró una
notable recuperación de la oposición democrática, que salía además de
varios años de inútil y dañina abstención electoral y del fracaso del
referendo revocatorio de 2004. La abstención en esa oportunidad fue del
25,3%.
- En 2012, en las elecciones presidenciales
del 7 de octubre, el candidato opositor fue Enrique Capriles, seleccionado
en un proceso de primarias, a la que llegaron al final cinco candidatos
(Leopoldo López se retiró y declinó su candidatura a favor de Capriles).
En esa elección de 2012, con un Chávez explotando la enfermedad que lo
llevaría a la tumba, la diferencia con Capriles se redujo a menos de 11
puntos; Chávez Frías obtuvo el 55% de los votos, mientras que Capriles
obtuvo el 44,3%. nos comenzamos a recuperar, pues habíamos tenido un buen
resultado en las elecciones de la Asamblea Nacional de 2010, en donde la
oposición, en realidad, tuvo una votación más alta que la del régimen −más
de millón y medio de votos por encima− pero nos arrebataron muchos
diputados, por la manipulación de los circuitos electorales.
- En la elección del 14 de abril de 2013, el
candidato opositor fue Enrique Capriles, quien se enfrentó a Nicolás
Maduro; la selección de Capriles se dio por consenso y por su aceptación
del reto de enfrentar la maquinaria del régimen, con apenas un mes de preparación,
tras el fallecimiento del Presidente en funciones, Hugo Chávez Frías,
quien lo había derrotado seis meses antes; en esa elección, como dije más
arriba, la diferencia fue de apenas el 1,49% de los votos. (Todavía hay
gente hoy que no acepta ese resultado, empezando por el propio Capriles,
quien ahora duda, pero en ese momento no dio el paso de retar a fondo ese
resultado).
- El 20 de mayo de 2018, tras la debacle de
2017 −recolección de firmas con las que no se hizo nada, protestas con
casi 100 muertos, etc. − la oposición democrática no participó en esa
elección, ni en la de Asamblea Nacional de 2020.
Los
hechos son claros, inútil negarlos, hemos tenido un candidato único en todos
esos procesos, no nos ha faltado la unidad, pero creo que la abstención nos ha
privado de haber obtenido un mejor resultado. ¿Qué hubiera pasado si esos
números de la abstención se hubieran sumado al candidato opositor y éste
hubiera ganado? ¿Se hubiera respetado ese triunfo? No lo sé. Esa es
precisamente la gran incógnita que nunca podremos resolver, al menos no,
mirando por el espejo retrovisor. No insistiré nuevamente en el tema, baste
recordar que la abstención siempre ha estado por encima del 20%, y ha sido un
factor decisivo. Pero no el único.
Eso
nos lleva, a la necesidad de evaluar otros factores. Por ejemplo, ¿Por qué en
la definición de una política frente al tema electoral no se ha logrado la
misma unidad que para definir un candidato? ¿Por qué no hemos dado con un
mensaje −propuestas y planes hemos tenido− que haya logrado, por una parte,
romper con la coraza de indiferencia de quienes se abstienen y por la otra,
convencer de su error a aquellos que tras 23 años de fracasos y miseria
continúan votando por el régimen?
En la
falta de “penetración” del candidato han jugado seguramente un papel importante
los partidos políticos y sus líderes, como “equipo” que acompaña a ese
candidato, que tampoco han demostrado tener la penetración y aceptación popular
suficiente. De allí que el tema, que muchos claman, de la necesaria
reorganización y actualización de partidos y líderes, sea un tema primordial a
ser analizado.
Ismael
Pérez Vigil
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