Luis Ugalde S.J.25 de febrero de 2022
El
régimen autocrático puede ganar elecciones, pero de ninguna manera eliminar la
pobreza y la miseria y el deseo de un país democrático de libertad
En 1998, tres meses antes del triunfo electoral de Chávez, tuve la oportunidad de observar el desbordamiento fervoroso de la gente en un mitin del militar mesiánico en la plaza Glorias Patrias de Mérida. Hablé con la gente que respiraba fervor y escuché a Chávez, tras su triunfal entrada en la plaza. Quince días después salió mi artículo titulado “El gobierno de Chávez” donde expresaba que “hay alta probabilidad de que Chávez gane las elecciones y poca de que pueda hacer un buen gobierno; lo que significa una especie de suicidio colectivo”. Luego de 23 años de su dominio es indudable el total fracaso de aquel deseo chavista y el cadáver del régimen en descomposición arrastra al país atado. Nunca voté por Chávez, ni creí en sus "soluciones” tomadas de los lugares comunes de la “izquierda” de los sesenta, buenos para denunciar y nulos para producir soluciones.
Unos
seis meses después tuvimos un encuentro razonable en Miraflores con el
presidente Chávez democráticamente elegido. Un pequeño grupo de la UCAB (yo
llevaba dos períodos de rector) de responsable de un ambicioso estudio sobre
las causas y soluciones de la pobreza en Venezuela,
fuimos a presentarle la investigación y el resultado de una ambiciosa encuesta
nacional con entrevistas familiares en profundidad. La mayoría de nosotros (5)
no habíamos votado por él, pero creíamos nuestro deber ofrecerle nuestro
estudio y reflexiones. El presidente en esas horas nocturnas escuchó sin prisa
e hizo preguntas inteligentes durante un par de horas. Luego, ya de pie y más
informalmente, me dijo: “Yo no creo en los partidos, ni siquiera en el mío; yo
creo en los militares, que es donde me formé”. Y seguramente, en referencia a
la superación de la pobreza agregó “tenemos que inventar una nueva economía”.
En ninguna de las dos afirmaciones mintió: implantó el militarismo con todas
sus consecuencias y empezó a inventar una “nueva economía” y a difundir sus
claves: “hay que eliminar la ganancia”, causa de la explotación y de la
perversa riqueza y acabar (“exprópiese”) con la perversa empresa privada
estatizando la economía.
Su
falsa idea de que Venezuela es riquísima por la infinita renta petrolera, cayó
en terreno abonado. Según ella nuestro problema no era producir la riqueza que
no teníamos, sino repartir la que existía en abundancia desbordante. Esa oferta
salvadora y populista fue aclamada por una Venezuela (ricos y pobres) deseosa
de fortalecer el estado repartidor. Al poco tiempo los precios petroleros
mundiales subieron multiplicados por 10 y el gobierno repartidor tuvo el viento
a favor. Las promesas mesiánicas con una economía improductiva y con la
Constitución violada por el poder dictatorial del partido único, llevaron a la
inocultable miseria y descomposición actual. Con reparto y saqueo, el país y
sus instituciones, han sido arruinados y corrompidos, como nunca antes. Hoy,
aunque no lo quieran reconocer hacia fuera, todo militar y civil inteligente en
el poder sabe que con este modelo no hay futuro, que el trabajo continuará con
salario de hambre y seguiremos como campeones mundiales de la inflación
saqueadora de ingresos; el descontento generalizado será ahogado por la
represión y el miedo y el vacío de las despensas familiares alimentará el
terrible éxodo de millones de víctimas del “socialismo del siglo XXI” y su
milagro de país “rico” convertido en miserable.
El
cambio imprescindible e inevitable
Con el
poder concentrado en el Ejecutivo y los otros poderes sumisos a sus pies, el
régimen autocrático puede ganar elecciones, pero de ninguna manera eliminar la
pobreza y la miseria y el deseo de un país democrático de libertad y
prosperidad para todos.
Los
militares son para defender la democracia, no para eliminarla, y la economía
crece sin la revolución permanentemente de las fuerzas productivas, propia del
capitalismo (Marx). La búsqueda de ganancia con economía de mercado es la base
del esfuerzo creativo. Esta no deber ser eliminada sino encauzada y
complementada en un marco democrático con pacto social firme para producir y
organizar instituciones que lleven a que todos sean productores y beneficiarios
del bienestar. Los sometidos al Bloque Soviético así lo entendieron con
sufrimiento; todo él se derrumbó por dentro hacia una economía capitalista con
un marco político autoritario. Así lo vio también el poder en China, que hoy es
una vigorosa economía capitalista, controlado por el partido dictatorial
comunista y antidemocrático. En Cuba pudo más la vanidad de Castro que no quiso
reconocer su fracaso, se negó al cambio y está en un callejón sin salida con
miedo, represión y miseria creciente.
Hoy
los “revolucionarios” venezolanos,
más inteligentes e informados, saben que con este modelo no hay futuro e
intentan mantenerse con un financiamiento delincuencial y atraer inversiones
permitiendo el “capitalismo salvaje” sin instituciones y despreciando el
inmenso sufrimiento de millones de venezolanos. Quieren logros evitando la
corrección del sistema y del modelo imposible y consiguen que algunos
empresarios lo acepten o se adapten, pero con este régimen es imposible la
inversión multimillonaria de capitales y la productividad necesarias para que
el trabajo en Venezuela sea vida y dignidad.
Cuanto
antes las inteligencias y poderes del régimenacepten el cambio económico, el
rescate de la Constitución, las elecciones presidenciales libres y justas e
instituciones democráticas con apertura el mundo democrático, será menor la
tragedia nacional y más eficaz y pronta la reconstrucción. Esta Venezuela
necesita presión activa de los venezolanos y su reconciliación, para que juntos
la hagamos resurgir de las cenizas. Eso no es posible sin las “negociaciones de
México” (con ese nombre y lugar u otro) con decidido apoyo internacional. Esta
“revolución” se acabó, aunque traté de continuar. Cuanto antes demos estos
pasos menor será la tragedia y el sufrimiento.
Lamentablemente
no vemos unidad, claridad y acciones decididas en los todavía aturdidos
partidos de oposición y menos en el poder militarizado. Su propia historia los
atrapa para no abrirse al grito de la sociedad y renacer democráticamente desde
la sociedad civil y su dolor creativo. Esperar hasta 2024 significa agravarlo
todo y hacer más difícil el renacer de una Venezuela libre, productiva,
democrática y justa donde quepamos todos. Pero estamos en el capítulo final de
esta aventura; capítulo que puede prolongarse, pero debemos hacer lo posible de
un lado y otro, para abreviarlo y crear condiciones para renacer juntos como
venezolanos reconciliados.
Luis
Ugalde S.J.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico