Carolina Jaimes Branger 10 de febrero de 2022
@cjaimesb
Me
entró un fresquito con el escándalo que se armó por la fiesta en el tepuy, ésa
que fue planeada “en París, en marzo del año pasado”. Me pregunto si será que
los venezolanos estamos cambiando y que comenzamos a aplicar la sanción social,
porque nuestra mayor crisis no es la política, ni siquiera la económica: es la
crisis de valores. Y un país con crisis de valores no levanta cabeza, por más
que los indicadores económicos sean auspiciosos. Además de que las
instituciones funcionen, una de las condiciones que tiene que existir es la
sanción social. No es posible que el dinero lave todo. Y cuando digo “todo”, es
“todo”: currículos, reputaciones, hasta prontuarios.
En Venezuela, por desgracia, la sociedad ha distinguido entre “un” corrupto, “el” corrupto y “mi” corrupto. Ya he tocado el tema en otras oportunidades, pero vale la pena recordarlo una vez más. “Un” corrupto es alguien lejano, de quien sospechamos que ha cometido actos ilícitos, pero que no nos toca de cerca. “Ese tipo es un corrupto”, decimos, pero el comentario no va más allá. “El” corrupto, es un corrupto que tenemos más cerca… conocemos a alguien o a algunos a quienes ha desbancado, robado, extorsionado, incluso a nosotros mismos. Contra “el” corrupto nos despepitamos: “el corrupto ése es…” y a continuación incluimos toda clase de epítetos peyorativos. Y con toda razón, porque la corrupción, venga de donde venga, hay que rechazarla. Peeeeero… peeeeeeeero, hay una gran excepción: cuando el corrupto es amigo, se le acepta todo. Ya no es “un” corrupto, ni “el” corrupto. Es “mi” corrupto. Pareciera que cuando el corrupto es pana, deja de ser corrupto. Un acto de magia, pues.
Hace
años escribí sobre una pareja que conocí en una cena, que alegremente me
contaron -como si de una gracia se tratara- de la vez que fueron “invitados”
por Alejandro Andrade a pasar un fin de semana en París. Yo no podía dar
crédito a lo que estaba oyendo, pero para ellos había sido lo máximo. “Todo,
todo, invitados por Alejandro” repetían. ¿Es que no les pasó por la cabeza que el
dinero que pagaba por la extravagantísima invitación era robado y que además
podía tener varios muertos encima?…
Quienes
aceptan la corrupción, son corruptos también, no me vengan con
cuentos de camino. Aquí creemos que una invitación, una amabilidad de parte de
un corrupto elimina de cuajo esa condición. Nadie deja de
ser corrupto porque nos invite, ni porque sea el amigo que “aprovechó
la oportunidad que le dio la vida”. Ése no es un “vivo”, es un ladrón. Y un
ladrón es un ladrón en toda la extensión de sus seis letras, sin eufemismos.
Una
vez leí una encuesta que no recuerdo qué empresa trasnacional hizo, pero que
contrastaba los valores de diferentes países. Una de las preguntas era “si
sabes que un amigo tuyo está incurso en delitos, ¿lo denunciarías a la
policía?”. Recuerdo que algo así como un porcentaje mayor al 90% de los suizos
respondió rotundamente que sí. El resultado para Venezuela fue exactamente el
contrario: 90% dijo que no, que al amigo no lo denunciaría.
Ahí
tenemos unos cables sueltos, porque es una amistad malentendida. La amistad no
debe ser un cheque firmado en blanco. Ser amigo es un compromiso de vida. Si
uno ve que el amigo está tomando un mal camino, nuestro deber como amigos no es
acompañarlo, sino prevenirlo. Abrirle los ojos. Criticarlo. Y si insiste en su
mal hacer, habría que cortar la amistad.
Las
solidaridades automáticas no deberían funcionar así como que “es mi amigo y lo
acompaño sea lo que sea y en lo que sea”, pero de hecho, así funcionan. Lo peor
es que la mayoría, de la misma manera como acompañan a “sus” corruptos en las
buenas, muy pocos son quienes permanecen a su lado en las malas. Yo vi cómo -no
me lo contaron- un gentío halagó ad náuseam a Alejandro
Andrade. ¡Qué desgracia con los jaladores! Pero cuando éste cayó en desgracia,
con la misma facilidad con la que se le acercaron, voltearon para otro lado…
No
quiero terminar sin hacer un comentario sobre el poder y la impunidad de la que
gozan los corruptos en Venezuela. Me imagino que en otros países como el
nuestro debe ser igual. Pero que alguien crea que puede hacer uso de un parque nacional
para hacer una fiesta para celebrar su cumpleaños, solo puede suceder si está
conectado al más alto nivel. Enchufado, enchufadísimo. Y la Contraloría… bien,
gracias. Más aún si el enchufado es el sobrinísimo de un ex contralor.
Asco,
asco, ¡mil veces asco!
Carolina
Jaimes Branger
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