Opus Dei 12 de febrero de 2022
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Comentario
del 6.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo C). "Bienaventurados los que
ahora lloráis, porque reiréis". Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para
transformar el sufrimiento en amor redentor.
Evangelio
(Lc 6, 17. 20-26)
Bajando
con ellos, se detuvo en un lugar llano. Y había una multitud de sus discípulos,
y una gran muchedumbre del pueblo procedente de toda Judea y de Jerusalén y del
litoral de Tiro y Sidón,
Y él,
alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
—Bienaventurados
los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
»Bienaventurados
los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
»Bienaventurados
los que ahora lloráis, porque reiréis.
»Bienaventurados
cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban
vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel
día y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; pues de
este modo se comportaban sus padres con los profetas.
»Pero
¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
»¡Ay
de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!
»¡Ay
de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!
»¡Ay
cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban
sus padres con los falsos profetas!
Comentario
El
evangelio de este domingo recoge uno de los pasajes más sorprendentes y
nucleares de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas, que son con su
lenguaje paradójico una enseñanza sobre la verdadera felicidad que todos los
hombres buscan. San Josemaría las definía como “un poema del amor divino”[1]. De hecho, como
explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su
forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros
podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”[2]. Lucas nos
muestra al Maestro de pie en un llano, predicando con autoridad y majestad.
Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros
sus palabras.
“Bienaventurados
los pobres”. En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no
se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el Maestro. Y
para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te
aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos
superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees
necesidades”[3].
Frente a un clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si
estamos desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de
equipaje para seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de
Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los
demás y en especial de los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca
veremos con indiferencia.
“Bienaventurados
los que ahora pasáis hambre”. En la opulencia de los ricos y saciados no hay
sitio para Dios y los demás. En cambio, quienes viven con sobriedad y templanza
empiezan a “ser saciados” por Dios. Se trata de disfrutar de los bienes
terrenos con agradecimiento, pero de forma que nos lleven a desear los bienes
espirituales. Esta bienaventuranza nos invita también a trabajar con confianza
en la providencia: mientras procuramos ganar con rectitud el sustento
necesario, mantenemos la serenidad ante las posibles estrecheces, porque Dios
nunca abandona a sus hijos.
Jesús
dice también que son bienaventurados los que ahora lloran, porque luego reirán.
Cuando un cristiano procura imitar al Maestro, “experimenta la íntima relación
entre cruz y resurrección”[4], como
explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para transformar
el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría que vivió el
Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del Espíritu Santo y
nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y consuelo, el cristiano es
consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y
deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el Papa Francisco[5].
Por
último, Jesús llama bienaventurados a los que sufren persecución o rechazo por
su causa. Nuestra coherencia de cristianos corrientes puede chocar o molestar a
otros. Pero hemos de ser valientes para reflejar con nuestra conducta recta el
Rostro amable de Jesús que todas las personas buscan. En esto podemos seguir el
consejo que daba san Pedro a los primeros cristianos: “si tuvierais que padecer
por causa de la justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus
intimidaciones, ni os inquietéis, sino glorificad a Cristo Señor en vuestros
corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de
vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la
conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden
confundidos en aquello que os critican” (1Pedro 3,14-18). En resumen, y en
contra de lo que pueda parecer, nuestra dicha no radica en la posesión
ilimitada de bienes. Tampoco en conseguir a toda costa la aprobación ajena. La
felicidad está más bien en la identificación con Cristo.
[1] San
Josemaría, Apuntes de una meditación, 25-XII-1972, (AGP, P09, p. 186), cita
publicada en E. Burkhart y J. López, Vida cotidiana y santidad. 3: En
la enseñanza de San Josemaría, Rialp, Madrid 2013. 125.
[2] Papa
Francisco, Audiencia 6 agosto 2014.
[3] San
Josemaría, Amigos de Dios, 123.
[4] Benedicto XVI, Jesús Nazaret, 100.
[5] Papa Francisco, Gaudete et exultate,
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Tomado
de: https://opusdei.org/es-ve/gospel/2022-02-13/
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