Nelson Chitty La Roche 09 de abril de 2022
@nchittylaroche
“El
político no se retira nunca. El lasciate ogni speranza no existe para él. El
político espera siempre”. Louis Barthou
Me ha
sorprendido la facilidad con que la gente se ha resignado a la larguísima
espera de 2024. Mansamente, la sociedad simplemente se acomoda en su trinchera
cuasi vegetativa y se dispone a seguir sobreviviendo en la crisis de todas las
crisis; en este compendio de disfuncionalidad, engañándose con la apariencia de
una mejoría ficticia y la permanencia en el pandemónium de, poco más o menos,
la totalidad de los coterráneos.
En medio de un ambiente que asemeja a una suerte de síndrome de Estocolmo, asediado por innumerables restricciones, penurias, escaseces, a veces no porque no haya sino porque no se dispone de los medios para alcanzar lo necesario; dominados por un entorno depresivo que los empobrece, los vacía de su espíritu, los venezolanos se saben o se exhiben carentes, precarios, enanos impotentes; un celaje, un destello, una estrella que se muere.
Y eso
que a los compatriotas nos encanta decir que estamos bien y vamos para mejor
como individuos, aunque admitamos que la situación nos aprieta la garganta y
nos ahoga de distintas maneras. ¿Serenidad? ¿Coraje? ¿Estoicismo? ¿Resignación,
conformidad, debilidad? Es complejo, pero llama la atención la manera como la
población encara el drama de la vida en un país que se ha venido abajo y nos ha
llevado a la gran mayoría al acabose.
¿Por
qué no reaccionamos? ¿Por qué nos ausentamos, presentes sin embargo, de la
dinámica comunitaria? ¿Soledad compartida? No tenemos a nadie y ese nadie
tampoco nos reúne ni nos proporciona esa mínima certidumbre.
No nos
quejamos de nada o tan superficialmente que no se escucha ya ni un resuello. Lo
soportamos todo; como si ese desencuentro no fuera sino el tránsito de la mera
subsistencia a la que nos atamos, un signo inexorable del destino cruel,
ineluctable y ciego que nos hemos deparado nosotros mismos.
¿Dónde
andan los otros? ¿Hay nosotros? ¿Devenimos en una especie de zombis? Caminando
en la misma dirección tal vez, pero arrastrándonos despersonalizados por los
canales de un averno como aquel de Cuba que le ha secado el alma a todo un
pueblo, otrora ruidoso, pudiente, intenso, creativo, audaz.
Antropología
del desarraigo, la insignificancia, la mediocridad, la levedad, la
intrascendencia del homo ciudadano. Ese ensayo nos define sin representación
porque tampoco hay comunicación ni sensibilidad, sin empatía. ¿En otra
dimensión existencial discurrimos?, ¿en la docilidad absoluta, en el hallazgo
frívolo eventual que nos distrae de las realidades que nos envuelven
inmanentes?
El
espacio público que nos permitía ser libres nos fue conculcado. La llamada
revolución de todos los fracasos, empeño eficiente por asegurar la longevidad
de la ineptitud, la vileza, el resentimiento y los inescrupulosos, cínicos y
perniciosos nos han puesto un cepo.
Ya no
hay república, ni libertad, ni igualdad, ni solidaridad, ni amor, ni ilusión ni
fantasía. Ya no sentimos ni el miedo que nos avisa, y por eso se han atrevido a
desafiar la mar bravía en la fragilidad de un peñero, de una vara estrecha, de
un espejismo, para solo tener si lo lograra, otro opresor; un desprecio, un
asco, un dolor que no cesa, sin entender siquiera qué le dicen.
En
paralelo, en otra categoría del espíritu, obra una “dirigencia” que tiene
tiempo sin dirigirse a nadie y sin dirigirlos a ningún lado. Pasadas las
elecciones del 21N, cada cual recibió una cuota del desdén, pero algunos se
hicieron de una victoria que no refleja una genuina legitimidad.
Otra
maniobra exitosa a costa del ingenuo o inconsciente colectivo; inerte,
catatónico ese pueblo que deja de ser bravo para, dañado en su condición
ciudadana, acostumbrarse a deambular privado de su dignidad. Una auténtica
tragedia en curso.
Ante
ese cataclismo deletéreo que no se detiene es más visible el defecto de una
clase política que no ha dado la talla. No ha estado a la altura de las
contingencias; no ha podido o no ha querido o no ha sabido resolver la ecuación
a pesar de contar con muchos datos para ello.
¿Pueden
aún desempeñar el papel del liderazgo indispensable los que no lo consiguieron
hasta ahora? Quizás sí o tal vez no, pero, para saberlo, es sano advertir cuál
ha sido y es la insuficiencia, la falta, la prestación pendiente en su
ejecutoria. La describiré brevemente…
Cesó
la conexión entre el establecimiento pretendidamente dirigente y las
comunidades. Lo he venido diciendo y lo repito ahora; las bases de la sociedad
civil y política fueron desvencijadas deliberada y dolosamente; no hay
sindicatos, colegios profesionales, partidos políticos, agrupaciones
sectoriales, comunidades educativas; los mecanismos de representación se
encuentran hoy en día, desactivados.
Paralelamente,
se observa una indisposición a la reflexión societaria y más que eso, una
animadversión, o al menos desconfianza manifiesta, hacia quienes disienten aun
levemente de lo que cada uno piensa. Como bien apuntó esa talentosa periodista
y politóloga Paola Bautista de Alemán: “Vivimos en un entorno de sospecha…”
La
dirigencia brilla por su ausencia, podría decirse; no está o no se siente, si
acaso no se ha ido realmente. El país aborda su dinámica sin referentes, sin
parámetros, sin faros que lo orienten y en eso ha consistido el trabajo del
régimen, en sembrar la discordia y en fracturar cualquier consistente
interlocutor para someterlo o anularlo, y me temo que ha tenido éxito.
Hay
que reconectar; regresar a la empática relación, hay que oírlos y hablarles,
reconocer y ser reconocido, mirarlos a los ojos para sintonizar su pensamiento,
ahora esquivo, entrecortado, vago.
Como
si respiraran en otro planeta, algunos ya se han dedicado a solamente conversar
sobre primarias que, por cierto, interesarían a los “presidenciables” si los
hubiera. No se percatan del enorme desagrado que muestran los estudios de
opinión hacia los políticos. Me refiero a Maduro y a todos los demás,
prácticamente sin ninguna excepción. Acotemos además y no es poca cosa, el prisma
antipolítico que se ha entronizado gravosamente en el seno de nuestro cuerpo
político y electoral.
¿Hay
un barajo político en curso? Pudiera haberlo, en esas corrientes
invisibilizadas que también denominan subterráneas de la sociedad, y sería no
solo comprensible sino explicable.
¿Se
divisa un outsider? Para responder con sobriedad debo precisar que dependerá de
lo que acá se ha dicho, entre otros elementos, pero especialmente de que haya
una recuperación ciudadana de un lado y del otro, que se lo gane alguno de los
experimentados o una súbita revelación, la cual deberá convencer a los reacios,
a los indiferentes, a los detractores de oficio, exponiéndolo todo, su vida
misma, para devenir en agente de cambio y avatar de un porvenir que por ahora
no se ve.
Escuché
en Maturín hablar de unas primarias acompañadas de un acuerdo de
gobernabilidad, un programa de gobierno y un crédito aprobatorio de más de 50%
de los concurrentes o probable doble vuelta. Era la propuesta de Guillermo
Call, quién fue gobernador y sigue siendo influyente en su estado. Yo me
preguntaba al escucharlo quién podría ser ese portento, y confieso que sentí
que todavía pasaría mucha agua por debajo de los puentes antes de asumirlo como
tal, pero lo infiero necesario para la vida de nuestra hoy más que comprometida
patria. ¡Dios nos asista!
Nelson
Chitty
@nchittylaroche
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