Gustavo Roosen 04 de abril de 2022
El pan
y la pasta de la mesa venezolana podrían comenzar a faltar por la invasión de
Rusia a Ucrania. Las consecuencias de ese conflicto comienzan a tocar a los
países más distantes en terrenos tan sensibles como la disponibilidad de bienes
de primera necesidad. Es el caso del trigo. Pensar que los nuevos precios del
petróleo nos salvaguardarán de tal crisis no pasa de ser una mera ilusión, pero
eso es motivo de otro análisis.
Cuando
Vladimir Putin envió misiles y tropas a Ucrania, los precios mundiales del
trigo registraron máximos históricos. Con dos de los mayores exportadores en
conflicto, un tercio del comercio mundial del trigo se verá severamente
afectado. La escasez, en primer lugar, y el encarecimiento, en el mejor de los
escenarios, alcanzarán a todos los países del orbe.
No hay sino que examinar nuestras costumbres alimentarias para comprender cómo, con una bajísima producción de trigo y con una importación anual que ascendió antes de la pandemia a 1.100.000 toneladas, unos de los primeros penalizados seremos los venezolanos. Hoy, cuando estamos importando apenas 800.000 toneladas a causa de la caída de la demanda venezolana, cada hogar sufrirá la consecuencia de la desaparición de la harina de los mercados y de su encarecimiento. Venezuela se encuentra de segundo en la lista de los mayores consumidores de pasta per cápita del planeta, justo detrás de Italia.
Sin
tener nada que ver con el origen de la guerra iniciada por Rusia en Ucrania, a
miles de kilómetros de distancia, este hecho pondrá de relieve, una vez más, el
perjuicio causado a los venezolanos por la inexistencia de una política de
autosuficiencia alimentaria, agravada con una política de importaciones que
ningún bien hace a nuestra incipiente producción nacional en más de un terreno.
Todo ello va aliñado por una dolarización absolutamente anárquica, aupada
oficialmente, que nos lleva a una ilusión de bonanza similar a la de los
tiempos de Cadivi. ¿Quién no recuerda los días cuando esa misma sobrevaluación
del tipo de cambio llevaba al venezolano medio a gastar por dos o por tres
desatando una ficción de prosperidad originada, al igual que ahora, en la
sobrevaluación del tipo de cambio? Hemos sido presa de un facilismo que nos ha
llevado a consumir trigo como si fuésemos un país productor.
La
historia no lejana nos habla de una Venezuela autosuficiente en la producción
de maíz, de arroz, de café y de otros rubros, al punto de convertirla en
exportador de varios de ellos. Hoy no lo somos. Lo que se ve es la falta de las
condiciones claves para la producción y su deterioro progresivo. La agricultura
de puertos ha colocado otros productos en la mesa, pero ha hecho cada vez más
lejana nuestra autosuficiencia alimentaria. El Informe de Alerta Temprana sobre
Seguridad Alimentaria y Agricultura de la FAO-ONU de marzo del año pasado ubica
a Venezuela entre los 25 países en riesgo de agudización de esa inseguridad.
La
independencia alimentaria en nuestro país no es una política sino un discurso.
Lo sensato es asumirla como un objetivo nacional de largo alcance lo que
permitiría, en el tiempo, asegurar el abastecimiento de comida para satisfacer
las necesidades de la población, proteger al país frente los vaivenes del comercio
internacional, generar un sistema orgánico que considere no sólo la producción
de alimentos, sino su transformación industrial y su comercialización. Y, por
supuesto salvaguardarnos de crisis globales como la de estos tiempos.
Hoy
apenas contamos con perversas medidas diseñadas para incentivar la importación,
lo que provoca una ilusión de abastecimiento. Es la ficción que se manifiesta a
través de la cultura de los bodegones que lleva a tantos a afirmar que en esta
nueva Venezuela “se encuentra de todo” y a crear una falsa sensación de
abundancia. Se sigue estrangulando la producción, exponiéndola a una
competencia inclemente y feroz. La puerta abierta a 7.000 rubros que ingresan
sin aranceles y sin IVA puede llenar los anaqueles de los supermercados, pero
atenta contra la producción de todo tipo de bienes y su transformación dentro
del país.
Gustavo
Roosen
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