Francisco Fernández-Carvajal 16 de julio de 2022
@hablarcondios
— En
Betania recibían y atendían bien al Señor. Amistad con Jesús.
—
Trabajar sabiendo que el Señor está junto a nosotros. Presencia de Dios en el
trabajo.
—
Trabajo y oración.
I. Señor,
si he hallado gracia a tus ojos, no pases de largo junto a tu siervo; traeré un
poco de agua, y lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del árbol; después
seguiréis adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo1.
Son las palabras que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le apareció, como
peregrino, en el encinar de Mambré, a la hora del calor. Abrahán le
dio de comer y le dispensó una buena acogida. Nunca olvidó Dios estas muestras
de hospitalidad de Abrahán.
El Evangelio de la Misa narra la llegada de Jesús con sus discípulos a casa de unos amigos en Betania2: Marta, María y Lázaro. Por este lloró un día el Señor3 al enterarse de su muerte, y luego lo resucitó. Jesús va de paso hacia Jerusalén y se detiene en Betania, que está a unos tres kilómetros antes de llegar a la ciudad. En casa de aquellos hermanos, a quienes Jesús ama entrañablemente, recaló con sus discípulos para descansar después de una larga jornada; allí, entre aquellos amigos, se encuentra el Señor a gusto. Le tratan bien, y siempre es recibido con alegría y afecto. Así hemos de tratar y de acoger nosotros a Jesús, que está en el Sagrario de las iglesias. No tenemos otro amigo mejor ni más fiel. No existe persona alguna a la que debamos tratar con mayor delicadeza y confianza.
En
este clima de amistad, las hermanas se desenvuelven con naturalidad y
sencillez, y muestran actitudes diversas. Marta andaba afanada con los
múltiples quehaceres de la casa; parece la mayor (San Lucas
dice: una mujer llamada Marta le recibió en su casa), y es la que
se ocupa con todo esmero de atender al Señor y a los que le acompañan; el
trabajo debía de ser abundante. Atender a un grupo tan numeroso, sobre todo si
se presentaron de improviso, no era tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un
recibimiento adecuado al Señor, y se ocupaba con eficacia en preparar lo
conveniente. Sabemos que, en un momento determinado, pierde la paz y se agobia,
porque le falta la inicial rectitud de intención. María, en cambio,
estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra,
desentendida de los preparativos de la comida. «Marta, en su empeño por
prepararle al Señor de comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María,
su hermana, prefirió que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su
hermana y se sentó a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su
palabra»4. Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que aprender la
armonía de la vida cristiana, que se manifiesta en la unidad de vida –unir
Marta y María– de forma que el amor a Dios, la santidad personal, sea
inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de nuestro
trabajo.
II. La
hermana mayor se dirige a Jesús con gran confianza y cierto tono de
queja: Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola en el
trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude.
Durante
muchos siglos se ha querido presentar a estas dos hermanas como dos modelos de
vida contrapuestos: en María se ha querido representar la contemplación, la
vida de unión con Dios; en Marta, la vida activa de trabajo, «pero la vida
contemplativa no consiste en estar a los pies de Jesús sin hacer nada: esto
sería un desorden, si no pura y simple poltronería»5.
En el trabajo, en el quehacer de cada uno, es precisamente el lugar donde
encontramos a Dios, «el quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra
llamada a la santidad»6,
donde amamos a Dios mediante el ejercicio de las virtudes humanas y de las
sobrenaturales. Sin un trabajo serio, hecho a conciencia, con prestigio, sería
muy difícil –quizá imposible– que pudiéramos tener una vida interior honda y
ejercer un apostolado eficaz en medio del mundo.
Durante
mucho tiempo y con demasiado énfasis se ha insistido en las dificultades que
las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar para la vida de
oración. Sin embargo, es ahí, en medio de esos trabajos y a
través de ellos, no a pesar de ellos, donde Dios nos llama a la
mayoría de los cristianos para santificar el mundo y santificarnos nosotros en
él, con una vida llena de oración que vivifique y dé sentido a esas tareas7.
Fue esta una predicación continua del Fundador del Opus que enseñó a miles de
personas a encontrar a Dios a través de su quehacer diario. En cierta ocasión,
dirigiéndose a un numeroso grupo de personas, les decía: «Debéis comprender
ahora –con una nueva claridad– que Dios os llama a servirle en y desde las
tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en
el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la
fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso
panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un
algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca
a cada uno de vosotros descubrir (...).
»No
hay otro camino (...): o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor,
o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época
devolver –a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares– su noble y
original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas,
haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo»8.
Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el trabajo de Marta.
Jesús
responde a esta mujer en tono familiar: Marta, Marta, tú te preocupas y
te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues,
María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada.
Es
como si le dijera: Marta, estás ocupada en muchos menesteres, pero te estás
olvidando de Mí; estás desbordada por muchas tareas necesarias, pero estás
descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad personal. Esa
inquietud, ese ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen perder la
presencia de Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno y
necesario.
Jesús
no hace una valoración de toda la actitud de Marta, ni tampoco de todo el
comportamiento de María. Cambia con hondura la cuestión y apunta a algo más
esencial: a la actitud interna de Marta; tan metida está en el trabajo y anda
tan preocupada por él, que se llega casi a olvidar de lo más importante: la
presencia de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas veces nos podría hacer el Señor
el mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos necesarios, que no pueden
justificar nunca el olvido de Jesús presente en nuestras tareas, aun las más
santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejar a un lado al «Señor de las
cosas» por «las cosas del Señor»; no se puede relativizar la importancia de la
oración con la excusa de que quizá estemos trabajando en tareas apostólicas, de
formación, de caridad, etc.9.
III.
Debemos tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos lleve
a estar en presencia de Dios y, a la vez, los ratos expresamente dedicados a
hablar con el Señor nos ayuden a trabajar mejor, pues «entre las ocupaciones
temporales y la vida espiritual, entre el trabajo y la oración, no puede
existir solo un “armisticio” más o menos conseguido; tiene que darse plena
unión, fusión sin residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración
“embebe” el trabajo. Y esto hasta el punto de que el trabajo en sí mismo, en
cuanto servicio hecho al hombre y a la sociedad –y, por tanto, con las más
claras exigencias de profesionalidad– , se convierte en oración agradable a
Dios»10.
Para
lograr la presencia del Señor mientras trabajamos tendremos que recurrir a
industrias humanas, cosas que nos recuerden que nuestro trabajo es para Dios y
que Él está cerca de nosotros, contemplando nuestras obras; es un testigo de
excepción de nuestra actividad. Muchas veces nos ayudará la consideración de
que está muy cerca, quizá a pocas decenas o a unos centenares de metros, en un
oratorio o en la iglesia más cercana. «Ahí, desde ese lugar de trabajo, haz que
tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para decirle, sin hacer cosas
raras: Jesús mío, te amo.
»—No
tengas miedo a llamarle así –Jesús mío– y de repetírselo a menudo»11.
Todas
las ocupaciones, hechas con rectitud de intención, pueden ser el lugar donde
cada día vivamos la caridad, la mortificación, el espíritu de servicio a los
demás, la alegría y el optimismo, la comprensión, la cordialidad, el apostolado
de amistad... Es el medio, en definitiva, con el que nos santificamos. Y esto
es verdaderamente lo que importa: encontrar a Jesús en medio de esos diarios
quehaceres, no olvidar en momento alguno «al Señor de las cosas»; menos aún
cuando esos quehaceres hacen referencia más directa a Él, pues, de lo
contrario, quizá terminaríamos llevándolos a cabo por nosotros mismos, buscando
en ellos solamente la realización personal o la mera satisfacción de un deber
cumplido, dejando a un lado la rectitud de intención, olvidando al Maestro.
Le
pedimos a la Virgen, al terminar la oración, tener el espíritu de trabajo de
Marta y la presencia de Dios de María mientras, sentada a los pies de Jesús,
escuchaba embebida sus palabras.
1 Primera
lectura. Gen 18, 1-5. —
2 Lc 10,
38-42. —
3 Jn 11,
35. —
4 San
Agustín, Sermón 103, 3. —
5 A.
del Portillo, Homilía 20-VII-1986, en Romana,
Año II, n. 3, p. 268. —
6 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 62. —
7 Cfr. J.
L. Illanes, La santificación del trabajo, Palabra, 9ª ed,
Madrid 1981, p.106 ss. —
8 Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, Rialp, 14ª ed., Madrid 1985, n. 114.
—
9 Cfr. Juan
Pablo II, Alocución 20-Vl-1986. —
10 A.
del Portillo, Trabajo y oración, en Revista Palabra, mayo 1986,
p. 30. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 746.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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