LUIS UGALDE 17 de febrero de 2023
El
sacerdote jesuita repasa el reciente viaje del sumo pontífice a la República
Democrática del Congo y a Sudán del Sur, donde llamó a la paz, al perdón y a la
reconciliación, y denunció la criminal corrupción de los poderes
El
papa Francisco no puede caminar, ni siquiera arrastrar la pierna; lo tienen que
llevar en silla de ruedas. La República Democrática del Congo está crucificada
por las guerras para apoderarse de sus riquezas minerales como el coltán, litio
y otros: la guerra como negocio y la muerte de miles para riqueza de unos
pocos. En Sudán del Sur, que apenas tiene 12 años como nación (nacida en julio
de 2011), ya desde los dos años están matándose entre sus dos principales tribus,
dinke y nuer. Lleva más de 400.000 muertos y millones de desplazados,
un país de 11 millones con 70% de cristianos. En el Congo los católicos son 40
millones y con las otras confesiones cristianas suman el 90% de ese gran país
de 100 millones. Guerra, miseria y odio en ambos países.
Este viaje imprudente fue aplazado varias veces por fuertes obstáculos y razones; los responsables y asesores de la seguridad del Papa lo desaconsejaban por arriesgado e imprudente, y el Papa de 86 años tenía abundantes motivos para desistir de él. Pero Francisco se sintió fuertemente llamado por el Espíritu de Jesús de Nazaret a correr los riesgos para llevar la esperanza, la reconciliación y la paz a estos pueblos atormentados por las armas, el odio, la corrupción y la pobreza.
Venciendo
todos los obstáculos los visitó del 31 de enero al 5 de febrero. Con
un lenguaje directo y hablando “de corazón a corazón” Francisco los llamó a
la paz, al perdón y a la reconciliación, y denunció la criminal corrupción de
los poderes y a aquellos capitales que vienen “a explotar al Congo”.
Sí, dijo «explotar», aunque pidió perdón por esta dura palabra, que obviamente
irrita a los explotadores. Hoy en muchos países prevalece un “capitalismo
civilizado”, pero en otros muchos –sobre todo en África- impera el “capitalismo
salvaje”, para el cual la vida de cientos de miles de africanos vale menos que
unas toneladas de mineral…
No
solo resultó asombrosa y emocionante la celebración de la misa en liturgia
católica congolesa, con más de un millón de creyentes en
Kinshasa, sino también el hecho de que -sobre todo en la visita a Sudan
del Sur- la compartieran como hermanos el papa católico con Justin Welhy,
arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia Anglicana, y con Ian
Greenshield, moderador de la Asamblea de la Iglesia de Escocia (presbiteriana). Precedido
de un trabajo previo juntos y con un compromiso de futuro trabajo en esos
países.
En
Yuba, capital de Sudán del Sur, el Papa con amor y franqueza le recordó al
presidente Salva Kiir Majardit (etnia dinka) el necesario acuerdo de paz, que
aceptaron en 2019 los líderes políticos enfrentados y luego violaron en este
país que se desangra con la mayoría en extrema pobreza y cientos de miles de
niños sin futuro.
Como
muy bien dijo el arzobispo Wheel en rueda de prensa en el avión de regreso a
Roma, «no debería llamar la atención que los tres prelados creyentes en el
único Cristo resucitado andemos juntos en esta visita, pues siempre deberíamos
caminar juntos». Y añadió refiriéndose a las rupturas del
siglo XVI del catolicismo y las nuevas denominaciones protestantes: “Si
quienes pasaron 150 años matándose y los 300 siguientes condenándose pueden
ahora buscar juntos la paz y la reconciliación, entonces cualquiera puede
hacerlo”. Esto da también un toque de humildad a los europeos para que
no se sientan dando lecciones a los africanos. Ese reconocimiento de cristianos
europeos rechazándose durante siglos es una vergüenza y un estímulo para
cambiar y actuar ahora por encima de barreras, alambradas y muros de odio y
desprecio, como lo hizo Jesús con leprosos y excluidos.
Estas
realidades inhumanas a las que el Papa responde dejando de lado obstáculos y
razones de salud y de seguridad, no terminan en África y antes de llegar a Roma
sacude sus conciencias el terrible terremoto que asoló a una parte de Turquía y
de Siria, donde una empresa alemana de análisis de riegos
advierte de que el número final de muertos podría oscilar entre 75.000 y
90.000. Tragedia que toca la fibra más profunda de la humanidad y despierta
respuestas emocionantes de diversas naciones, que olvidándose de barreras
religiosas y cálculos políticos se vuelcan en fraterna solidaridad. También
la monstruosa guerra en Ucrania apela a la humanidad por encima de intereses
imperiales, ambiciones territoriales y negocios armamentistas.
Lamentablemente,
hay poderosas empresas, empeñadas en convertir al Papa en comunista, que
reparten la venenosa bebida del “papacomunismo” que parecen beber, con ingenua
fruición, no pocos católicos y quedan drogados y con la mente bloqueada contra
el papa. Además, poderosas empresas de comunicación
ningunearon esta visita, de manera que esos “creyentes devotos” del comunismo
papal no se enterarán de lo que – según el arzobispo anglicano Welby- el santo
padre dijo de manera maravillosa y precisa.
Más
allá de los negocios el mundo necesita liderazgo espiritual audaz, como acaban
de demostrar los tres líderes cristianos unidos.
LUIS
UGALDE
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