San Josemaría 16 de marzo de 2024
@sJosemaria
El
Señor quiere de ti un apostolado concreto, como el de la pesca de aquellos
ciento cincuenta y tres peces grandes –y no otros–, cogidos a la derecha de la
barca. Y me preguntas: ¿cómo es que sabiéndome pescador de hombres, viviendo en
contacto con muchos compañeros, y pudiendo distinguir hacia quiénes ha de ir
dirigido mi apostolado específico, no pesco?...
¿Me falta Amor? ¿Me falta vida interior? Escucha la respuesta de labios de Pedro, en aquella otra pesca milagrosa: “Maestro, toda la noche hemos estado fatigándonos, y nada hemos cogido; no obstante, sobre tu palabra, echaré la red”. En nombre de Jesucristo, empieza de nuevo. –Fortificado: ¡fuera esa flojera! (Surco, 377)
El
apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo
diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo,
convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al
esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con
nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo,
que nos espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después
de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después. (…)
Pasa
al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos
no se dan cuenta. (…) Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron
la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había. Ahora
entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas
ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres,
apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la
pesca. (…)
Los
demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, pues
no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos codos.
Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya. Para que
aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse
esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia -su anuncio y su realidad de
salvación- no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia
divina. (Amigos de Dios, nn. 264-267)
Tomado
de: https://opusdei.org/es/dailytext/
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