Fernando Mires 15 de octubre de 2012
Leyendo comentarios relativos a
las elecciones que tuvieron lugar el 07.de Octubre del 2012 en Venezuela, es
posible trazar una línea que configura la opinión predominante. Es la
siguiente: la de Chávez no fue una victoria absoluta sino relativa.
Efectivamente, un candidato que obtiene un 45% (6,4 millones de votos) no es un
adversario débil. Esa votación es más que suficiente para ganar una elección en
cualquier país donde existan más de dos opciones.
Venezuela, en todo caso, continúa
siendo una nación políticamente dividida, pero con la diferencia que desde
ahora los venezolanos saben que la votación anti-Chávez es más numerosa que
antes. No es suficiente para alcanzar el gobierno, pero sí es suficiente para
no sentirse aplastada. En ese punto el mismo Chávez parece estar de acuerdo.
También Chávez podría estar de acuerdo
en que la fuerza de la oposición no sólo se expresa en cantidades –lo han
resaltado la mayoría de los observadores- sino también en una nueva cualidad:
Venezuela ha llegado a tener una oposición orgánica, políticamente unida, con
un programa y una dirección definida, y sobre todo, con un líder indiscutido:
Henrique Capriles.
En fin, la tónica general, pasado el
momento de euforias y desencantos, parece coincidir en el hecho de que Chávez
ganó perdiendo y la oposición perdió ganando.
Eso no significa caer en falsos
triunfalismos. Una derrota es una derrota y por lo mismo debe ser aceptada como
tal.
La oposición, como cabía esperar,
enfrentó las elecciones con el propósito de derrotar a Chávez; y perdió. Mas,
seamos honestos: ¿Quién va a una elección con el propósito de ser derrotado?
¿Quién dice antes de las elecciones, vamos a perder pero con dignidad? O vamos
a ganar o no vamos. Esa convicción forma parte del abc de la política. No sólo
se va a las elecciones a ganar, además se necesita creer que vamos a ganar.
Naturalmente, la derrota, y es normal
que así sea, será sentida como una pérdida, y la pérdida como un duelo. Y como
ocurre con los personales, los duelos políticos también atraviesan por
distintas fases. Como ha sugerido AnaTeresa Torres en un sensible, inteligente y freudiano artículo, la
primera fase del duelo está signada por la depresión melancólica. La segunda
–agrego yo- por la (auto) agresión. Recién en el curso de la tercera fase
comienza a ser aceptada la pérdida como tal.
Nos explicamos así la tristeza que
embargó al conjunto de la oposición.
Nos explicamos también la
(auto)agresión en que incurrieron algunos opositores después de la derrota. Nos
explicamos, además, la necesidad neurótica de encontrar un “chivo expiatorio”.
Incluso algunos se volvieron en contra del propio pueblo, calificándolo de
ignorante o bárbaro. Otros comenzaron a gritar sin tener ninguna prueba:
¡fraude! ¡fraude! No faltaron quienes reconvirtieron el odio a Chávez en
repentino amor, calificándolo como invencible Goliath. Y por si fuera poco,
hubo algunos que sin respetar el duelo huyeron hacia adelante, como si la
derrota no hubiera existido jamás. Todo eso nos explicamos porque es lógico, y
quizás es necesario que así sea. Pero pasado algún tiempo debe llegar el
momento de la reflexión.
Las reflexiones de ciertos cronistas
dan lástima: Han constatado que Chávez ganó porque goza de un gran apoyo social
entre las capas más pobres de la población, algo parecido a decir que Chávez
ganó porque obtuvo más votos que su adversario. Otros han insistido en la
conexión emocional entre Chávez y el pueblo, lo que es evidente, pero Capriles
también logró una conexión similar; y no bastó. Pocos han reparado en que ese
gran sector de la población que vota por Chávez no es una simple masa amorfa de
seres idiotizados por la palabra mágica del autócrata. Ahí hay algo más: se
trata de masas militantemente organizadas desde el propio Estado. Eso
significa: el apoyo social a Chávez es orgánico. En ese contexto el líder
mesiánico es sólo uno de los engranajes de una poderosa maquinaria electoral.
El segundo engranaje son las
organizaciones para-estatales de masas. Misiones y Concejos se extienden hasta
en las áreas más alejadas. Son, si así se quiere, medios de control ciudadano
de los cuales el gobierno dispone a su antojo en cada evento electoral.
El tercer engranaje lo constituye el
numerosísimo personal estatal.
El ya hipertrofiado aparato del Estado
que prevalecía antes de la llegada de Chávez ha sido convertido bajo la égida
chavista en una entidad monstruosa (¡2.184.238 empleados públicos!) Ni siquiera
el antiguo PRI mexicano logró crear un Estado similar. Por si fuera poco, como
el PSUV es un partido-Estado, los numerosísimos funcionarios del PSUV son,
además, funcionarios del Estado. En fin, en Venezuela ha sido creado no sólo un
gobierno sino –esto es muy importante- un Estado Chavista.
Los ejércitos de empleados chavistas
constituyen dentro del Estado el segmento inferior, pero también el más
numeroso de una “nomenklatura” (clase estatal dominante) sólo comparable a la
que existía en los países de la órbita soviética. De ahí que la oposición
cuando enfrenta al chavismo no sólo enfrenta a un partido; ni siquiera a un
gobierno: enfrenta al mismo Estado. Esa es, sin duda, una lucha heroica.
Hay por último un cuarto engranaje: En
Venezuela existe una enorme cantidad de personas hipotecadas por el Estado.
Aunque ojo: No se trata sólo del tradicional asistencialismo, sino de una nueva
dimensión. Esa se observa por ejemplo en las inscripciones para la obtención de
viviendas. Quien ya ha obtenido o espera obtener un cupo no se decidirá
fácilmente a votar en contra del Estado. De este modo gran parte de la
población se encuentra hipotecada al Estado. No es un detalle menor: La
hipoteca y el crédito, mecanismos que inhiben a votar de modo autónomo en las
naciones capitalistas avanzadas, han sido “descubiertos” por el chavismo como
medios de sujeción y control político.
La oposición a Chávez tiene entonces
un gran desafío. Por una parte el “enemigo” es poderoso. Pero por otra -ya ha
sido demostrado- no es invencible. Sobre ese punto, vendrán muchas discusiones.
Sin embargo la discusión política, a
diferencia de las personales, no puede ser realizada entre cuatro paredes.
Ella, por el contrario, tiene lugar bajo el calor de una lucha pública que no
conoce pausas. Por ejemplo: no ha terminado en Venezuela el recuento de votos y
ya los ciudadanos deben prepararse para otra batalla política: las elecciones
regionales de Diciembre cuya importancia será más que trascendental.
En efecto, el chavismo, aprovechando la
desmoralización surgida después de la derrota en las filas opositoras, se
apresta a dar una estocada final. Su proyecto en las regionales es convertir a
las gobernaciones en apéndices regionales del Estado. La oposición a su vez
confía en sus líderes regionales, muy diferentes a los designados a dedo por el
gobierno.
Esperar bajo esas condiciones un
triunfo grandioso de la oposición en las elecciones regionales sería quizás
ilusorio. Pero si ésta logra al menos construir un dique que dificulte el
avance de la “marea roja”, creará un escenario que le permitirá enfrentar las
inciertas luchas políticas del futuro en condiciones más favorables a las
actuales. Veremos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico