Miguel Méndez Rodulfo
Caracas, 26/10/2012
El
desarrollo urbano de las ciudades venezolanas ha sufrido una involución en la
última década. Si observamos el vecindario de los países latinoamericanos
notaremos un creciente y dinámico nivel de desarrollo económico y social, pero
también urbano. Esto no se ha producido por casualidad, sino que responde a la
implementación de un modelo de desarrollo económico, de libertad política y de
responsabilidad social, que garantizó la paz ciudadana y en consecuencia
aseguró la viabilidad del modelo, así como la gobernabilidad en esos países.
Colombia es un ejemplo palpable con Bogotá y Medellín como dos luminarias en el
concierto latinoamericano, pero es que Ecuador, por ejemplo, no se queda atrás
y Quito y Guayaquil son ciudades emprendedoras que atraen inversión extranjera,
tecnología e innovación, generando altas tasas de empleo para sus ciudadanos y
riqueza para el país.
En
general en Latinoamérica, desde que Curitiba en 1974 marcó un hito histórico en
materia de desarrollo urbano, se ha venido produciendo, primero lentamente y
ahora con bastante velocidad, un crecimiento sostenido de la calidad de vida de
las principales urbes del subcontinente. El modelo brasileño se estudió en las
universidades y centros de pensamiento, de allí se divulgó al componente
político y cuando este viajaba podía comprobar como un cambio de paradigma en
la concepción del manejo de las ciudades hacía posible un orden urbano
planificado que propiciaba el progreso y el desarrollo: diseño y creación de
espacios públicos amplios para el esparcimiento del ciudadano, incorporación de
grandes lotes de áreas verdes (plazas, parques, jardines), incorporación de las
áreas de menor desarrollo relativo a la ciudad, construcción de edificaciones
culturales (museos, teatros, salas de ópera, salas de concierto), edificaciones
deportivas, instalaciones hoteleras, ampliación y mejoramiento de la vialidad,
sistemas de transporte público, mejoramiento y ampliación de la red de
servicios públicos (agua, electricidad, gas, cloacas, drenajes, teléfono,
internet), disminución de los delitos e incremento de la presencia policial,
independencia judicial en cuanto a la aplicación de las leyes, respeto a la
propiedad privada, reglas claras para los inversionistas, facilidades para
constituir empresas, diseño de ofertas que hagan atractivas y competitivas a
las ciudades (organización de ferias, espectáculos musicales, festivales de
teatro, semana de la ópera, torneos deportivos, certámenes gastronómicos,
seminarios internacionales, etc.).
Cuando
uno observa la cantidad de áreas que hay que mejorar e integrar coordinadamente
para hacer de las ciudades venezolanas, espacios para la vida, el disfrute y el
desarrollo de las potencialidades de sus ciudadanos, no se puede omitir la
sensación de estar abrumado por la ciclópea tarea que hay por delante; sin
embargo si los peruanos, colombianos, brasileños, ecuatorianos y chilenos lo
hicieron, nosotros también podremos. Eso es una cosa, el optimismo, y otra es
la realidad. La verdad es que Venezuela está seriamente rezagada en esta materia.
Desde los años 50 hasta los 80, del siglo pasado, las principales ciudades del
país, sobre todo Caracas, destacaron por su pujanza, modernidad y nivel de
desarrollo. Pero, desde 1982 hasta 1999 el crecimiento se ralentizó, aunque del
99 para acá ha habido un deterioro galopante del patrimonio urbanístico
venezolano. Si consideramos que desde 1999 hasta la fecha a Caracas, por
ejemplo, no se le ha hecho ninguna nueva arteria vial de importancia mientras
que el parque automotor creció, tendremos una medida del desgobierno de la
ciudad que caracteriza al régimen.
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