VICENTE DÍAZ 25 DE OCTUBRE 2012
Este artículo tiene un sesgo.
Resultará obvio. Pero no puedo dejar de decir lo que tengo que decir. Siento
admiración, pero también siento vergüenza.
Siento una profunda admiración por
Henrique Capriles. Nunca había visto una campaña electoral como la que él hizo.
A sabiendas de la desventaja comunicacional que lo limitaba a tres minutos
diarios de cuñas en TV mientras que su contrincante tenía mano libre con
cadenas y tiempo gratis, Henrique se dedicó a llevarle su mensaje directamente
a la gente. Recorrió cientos de pueblos y ciudades, decenas de miles de
kilómetros, entrando en contacto directo con millones de personas. Fue un
ejemplo de entrega y amor a la patria, a un costo personal altísimo y
creciéndose día por día. Le hizo sentir a sus partidarios que la victoria era
una posibilidad real, como en efecto lo fue: sólo 6% de los votos válidos lo
separaron del triunfo.
Y esto lo hizo enfrentándose no a un
candidato, sino al Estado como un todo. La oposición sabía que esto iba a ser
así. No se amilanó. Al contrario de la mano de Henrique continuó el ascenso
continuo en su caudal de votos. Desde la última elección presidencial el
Gobierno creció 10% y la oposición 50%. Cuántos votos serían sin el abuso del
Estado, no lo sabe nadie.
Admiro también a la MUD y su comando.
El alcance de su despliegue de testigos y su capacidad para llevarle el pulso a
la votación indican una organización sin precedentes: más de 100.000 testigos
acreditados que recabaron prácticamente todas las actas. Las han publicado mesa
por mesa en su página web. Nunca, nadie, había logrado hacer algo así. ¡Y
todavía hay gente que dice que no hicieron su trabajo!
Mi admiración también por los
electores. Los que votaron en Venezuela tuvieron que calarse largas colas por
culpa de la estación de información al elector, que en ningún caso puede ser
obligatoria para un elector que ya sabe donde vota. Igualmente por culpa de una
falla en el procedimiento las 402 mesas que pasaron a manual. Y los que votaron
en el exterior en muchos casos debieron realizar proezas.
Admiro por supuesto a Globovisión. Un
canal de TV con sus dos principales accionistas perseguidos judicialmente, con
multas multimillonarias, imposibilitado de transmitir por señal abierta a todo
el territorio nacional. Y aun así irreductible en su decisión de ser fiel a su
línea editorial.
Mi admiración por el presidente
Chávez, con independencia de la inequidad electoral que lo acompaña. Asumir el
costo personal de una campaña como esta luego de estar lidiando con una
gravísima enfermedad como el cáncer revela una vocación y un temple que no es
para nada común.
Dejo para el final lo lamentable, lo
vergonzoso. Lamento que la institución a la que pertenezco, colmada de
funcionarios profesionales, honestos y de altísima excelencia técnica, sólo
pueda vanagloriarse de ofrecerle al país una elección técnicamente pulcra, como
lo han reconocido con toda pertinencia ganadores y perdedores; pero
absolutamente injusta y desigual. Siento vergüenza por no haber podido hacer
más para equilibrarla. Afortunadamente falta muy poco para que otros más
capaces puedan asumir el relevo.
Y lamento por último, que muchas
personas se presten a reproducir matrices sobre fraude sin ningún fundamento.
La eficacia del trabajo para mejorar el ecosistema electoral pasa por poner la
mirada y la energía en los verdaderos problemas. Los que hoy piden voto manual
se olvidan que en el revocatorio mientras en las mesas automatizadas los votos
fueron 60 a 40 a favor del gobierno, en las manuales la relación fue 70 a 30.
Los que protestan contra la "operación morrocoy", absolutamente
inexistente, distraen la atención sobre el acceso igualitario a los medios. Los
que se lamentan porque no hubo testigos en la totalización ignoran que nunca
han faltado en ninguna de las dos salas.
El problema electoral en Venezuela no
está en la sala de totalización o en las máquinas de votación. El problema está
en el uso electoral del músculo del Estado. Esa es la batalla. Ese es el
meollo.
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