Por Olga Ramos,
08/10/2012
Obviamente que el resultado de la elección no es el que aspiraba y mucho menos el que me gusta, pero, es el que es y nos comunica algo que, como colectivo, hemos estado ignorando. De hecho, nos comunica varias cosas.
Una de las primeras cosas que nos muestran estos resultados es que la abstención sigue existiendo, más tres millones y medio de personas, ya no el 25 % como en 2006, pero la abstención sigue siendo una opción válida para un porcentaje de venezolanos y debemos indagar por qué y trabajar para que ello cambie. En esto no se valen los sobreentendidos o las explicaciones fáciles, hay que escudriñar a fondo y trabajar en consecuencia, porque no expresarse es una acción política que perfila una posición y que tiene consecuencias. En este caso, no podemos conformarnos con colocarlos en la categoría “no acción” y presuponer su contenido o preferencias.
En segundo lugar, como ya dijeron muchos desde anoche, el resultado nos indica que, mientras la opción oficialista tuvo pocos votos más que en el 2006, con los que, a duras penas llega al 9 % de crecimiento, nosotros crecimos en casi un 50 % como opción electoral. De hecho, crecimos a pesar de que, como sociedad política, seguimos muy poco estructurados, con partidos políticos aún muy débiles (como bien apunta mi querido amigo Ananías) lo que dificulta la contienda. Y en este caso, me refiero a todos, los oficialistas y los opositores, los tradicionales, los que están en consolidación, los que están en construcción y los que apenas están por nacer.
Pero como opción electoral, podemos reconocer que estamos más cohesionados que en los precedentes 14 años, y más apegados a las prácticas democráticas pues llegamos a nuestro candidato en elecciones primarias, construimos una propuesta de gobierno consultada con la gente en las regiones y sobre todo, respetamos bastante las reglas de juego que nos impusimos como colectivo.
De hecho, como colectivo, demostramos que somos capaces de tener referentes comunes como visión de país, como el concepto que construimos y denominamos, “la Venezuela del Progreso”, concepto que, tenemos que reconocer que, hasta el momento y a pesar de los esfuerzos hechos por el Comando y el candidato, es más un eslogan que apenas comienza a perfilarse como visión de país, por lo que parte del trabajo que tenemos por delante es cargarlo de contenido más detallado, y re-construir sus significados de forma participativa para que podamos compartir a fondo el propósito y sentido de nuestra ruta, para que todos podamos tener claro, con detalles, para donde vamos y el tipo de país por el que todos queremos apostar.
Así mismo, como opción electoral demostramos que somos capaces de manifestar nuestra posición, de salir a la calle a hacer campaña y de participar masivamente en procesos electorales. Sin embargo, demostramos también, que no somos perfectos, que nos faltan muchas cosas por superar, muchas cosas en las que trabajar, dirigencia y ciudadanía, comenzando por superar el inmediatismo y la coyuntura como referentes de acción política, para incorporar en nuestra vida cotidiana un permanente, sano y constructivo ejercicio de la ciudadanía, porque un país se construye o se destruye día a día con nuestras posiciones y acciones cotidianas, más que con grandes demostraciones en momentos específicos. Por eso es imprescindible que dejemos de ver nuestra dinámica política como una sumatoria de coyunturas y comencemos a trabajar todos los segundos de nuestras vidas por una Venezuela diferente, a ser nosotros mismos diferentes de verdad. Sólo así podemos contribuir a erradicar de nuestra dinámica política y de nuestro comportamiento ciudadano muchas prácticas antidemocráticas y antiéticas, que resultan excluyentes tanto por su desconocimiento al otro, como por su menosprecio y su carga racista y clasista. En otras palabras, necesitamos crecer y madurar como ciudadanos y como opción política, pero vamos por buen camino.
En tercer lugar, y no por ello, menos importante, sino al contrario, quizá lo más importante, estos resultados pusieron sobre la mesa que casi 8 millones de venezolanos apostaron por su seguridad, sí, como nosotros. Y entiéndase que no digo que apostaron por su “comodidad”, sino por su seguridad. La diferencia no es para nada irrelevante.
De hecho en estas elecciones, todos los que decidimos expresar nuestra voluntad y preferencia a través del voto, apostamos por nuestra seguridad. Unos por la que no tenemos y perseguimos y otros, por la que sienten que tienen, que no es precisamente la de vivir sin el riesgo de morir en manos de un malandro, porque con esa conviven desde hace muchísimos más años que nosotros, sino por la seguridad de ser considerados y formar parte, a pesar de las deficiencias.
En eso coincidimos, en el término y en lo que nos mueve a la acción política, diferimos en lo que significa para cada quién, en lo que se traduce en nuestra cotidianidad.
Ese alrededor de 8 millones de venezolanos, como nosotros, votaron seguramente matizados por el miedo y en esto hay muchos miedos posibles que se expresaron, pero miedos, al fin, como los nuestros. Nosotros expresamos nuestra voluntad en contra y por el miedo a que impere el reino de la violencia, a que nos terminen de arrebatar el país, a que se imponga más la arbitrariedad, las expropiaciones, las improvisaciones, la destrucción institucional, pero ellos expresaron su voluntad en contra y por el miedo a perder su reconocimiento como ciudadanos, el apoyo económico, afectivo y hasta psicológico que les ha brindado la dinámica política actual, a que les arrebaten el país que sienten que apenas ahora han ganado, a que regresen las arbitrariedades y la exclusión tan cruda que por mucho tiempo experimentaron, entre otras cosas. Y es que, en términos de miedo, hay muchas cosas por comprender, comenzando por asumir que nos tenemos miedo los unos a los otros, esa es una de las razones por las que nos mantenemos tan fracturados.
Estos resultados nos permiten ver que no podemos seguir pensando que sólo tenemos un problema que es “Chavez en el poder” o una “mayoría que prefiere el facilismo o la mediocridad”, como a muchos les ha dado, con esas u otras palabras, por decir en las redes sociales.
Tenemos que reenfocar la mirada, ese es parte del aprendizaje que nos tienen que dejar estos resultados. Tenemos que aprender a mirar, comprender y reconocer al otro, más allá de la ilusión que se produce al incluirlo en nuestro discurso.
Tenemos también que reconocernos en el otro, identificar aquellas cosas que creemos que no nos gustan porque no las compartimos, cuando, en el fondo las replicamos en otro contexto o a nombre de ideales que consideramos más nobles. La búsqueda de la seguridad, el miedo, pero también la viveza y la soberbia son rasgos que tenemos en común y que, con diferentes matices, nos identifican a la vez que nos producen rechazo del y en el otro.
Lo que nos dicen estos resultados, en efecto, es más profundo que lo que queremos ver, pero de ello depende que pasemos de ser una sociedad fracturada a un país en convivencia. Pensemos que en estas elecciones se puso en evidencia que somos dos grupos casi de las mismas proporciones que estamos dispuestos a expresarnos y a validar la opción que queremos. De hecho, con las cantidades registradas, no podemos decir que realmente hay una mayoría que se expresó. No, esa mayoría aún hay que construirla, es por eso que lo que nos sale ahora, realmente, es dedicarnos a entendernos, comprendernos y aceptarnos, a sentar las bases para reencontrarnos y poder construir una mayoría que se exprese cotidianamente como “ciudadanos en convivencia” y fraguar, segundo a segundo y de forma concertada, una Venezuela en la que coincidamos.
Y para ello, la buena noticia es que las semillas están sembradas, las vimos en el brillo de los ojos de nuestros jóvenes que votaron por primera vez, cuando salieron mostrando su dedo entintado, pero también en los de los muchos otros que desde diversos flancos y espacios han decidido dedicar horas de su vida a la participación política. Las vimos en la entereza, dignidad y gallardía con la que nuestro candidato se dirigió al país anoche y durante toda la campaña. Las vimos en el trabajo y la entrega a una causa común de los otros candidatos, los que no resultaron ganadores en las primarias presidenciales y de sus equipos que se dedicaron a recorrer intensamente la geografía nacional; en el de los miembros de muchas comisiones técnicas del Comando Venezuela que apartaron tiempo de su dinámica cotidiana para sentarse con otros a construir una propuesta de cambio; en el de los miembros, observadores y testigos de mesa, así como en los encargados de la logística pre y post electoral.
Esas semillas las vimos y las seguiremos viendo en las caras de complicidad de los más de 6 millones de venezolanos que coincidimos muchas veces en las manifestaciones de calle o en reuniones y discusiones en estos últimos 3 meses y que nos dimos cita ayer para expresar nuestra preferencia a través del voto.
Pero también las vemos en las sonrisas de los casi 8 millones de venezolanos con los que no compartimos una misma visión, pero que tienen la esperanza puesta en un mejor país, muchos de los que, durante estos 14 años han salido a protestar y a exigir que se les cumplan las promesas hechas, y que cuando nos cruzamos en la calle, hoy, nos miran con la frente en alto, de tú a tú, algunos sobrados como muchos de nosotros, pero otros con calidez y humildad, recordándonos que ahora ellos también forman parte.
Esas semillas con las que convivimos cotidianamente, esas que ahora podemos ver y con las que podemos en efecto contar, son las que, a pesar de todo, hacen el aire más ligero y las que me permiten mantener seguir afirmando que “esta aclarando la mañana en Venezuela”.
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