Páginas

viernes, 5 de octubre de 2012

La madrugada del 7-O para un papá chavista



OlgaK  Jue Oct 04, 2012

Es 7 de octubre en la madrugada.

La diana rompe la oscuridad y el sueño que esta noche en particular ha sido inquieto, incómodo. El toque militar es una orden seca, cortante. ¡Levántate!
El primer impulso es levantarme de un brinco…pero las sábana tibias me tiran…me atan

No sé por qué, pero hoy me doy permiso para arrebujarme en ellas otro ratico.
Estoy despierto, pero todavía no puedo abrir los ojos. Me acurruco con la almohada unos minuticos más. La diana repite áspera su orden ¡Levántate!
Y por primera vez no me provoca obedecer.

Esa es la verdad verdadera. Ya no quiero obedecer.

El tercer toque, además de espabilarme, lo que hace es agitar mi malestar ante la pregunta que impone la tibieza íntima de mi cama: Pero bueno comandante, ¿también aquí te me vas a meter? ¿Entre mis sábanas? Mi mujer me busca a oscuras y empujándome me dice:

“Mi amor, sonó la diana…te tienes que ir… levántate…voy a colarte el café”
Y de pronto pienso en ella llevando agua en pipotes hasta la casa los 4 días de la semana que nos la cortan.

Pienso en ella prendiendo velas porque se fue la luz y regañando a los muchachos por jugar con las linternas gastando las baterías que son tan caras.
Pienso en ella haciendo la colada aparte para las franelas rojas que destiñen tanto y estropean la ropa.

Pienso en ella que se muere de angustia cuando los chamos salen del liceo y de la universidad, cuando conversan en la acera, cuando van a una fiesta…en realidad la angustia de cada minuto que no los vemos.

Pienso en sus cuentos haciendo la cola de Mercal o las colas infinitas anotándose en cuanta lista por “viviendas dignas” ha salido por ahí y de las que llega encogiendo los hombros y diciendo mas resignada que esperanzada: vamos a ver si esta vez...

Pienso que ya no es la mujer vigorosa que tenía 38 años cuando nos hicimos revolucionarios y hoy tiene 53 y yo 60 sin que se cumpliera ninguno de nuestros sueños.

La siento levantarse y trajinar en la cocina.

Con flojera infinita voy al baño y mientras la ducha convulsiona, escupe y tose su agua de dudoso color pienso que así han sido estos años: una tos, una convulsión.

Me froto con la toalla para ver si se me disipan estos pensamientos, pero que va!...cuando intento sacudirlos me vienen otros más…

Mi hijo mayor aparece en la cocina. Tenía 12 años cuando nos hicimos revolucionarios y ahora ya es un hombre de 27. Vuelvo a pensar en el trabajón que le ha costado a mi mujer que no sea mal hablado, que no ofenda, que no agreda. Que sea decente. Al principio lo dejábamos ver el Aló Presidente, era como una actividad familiar entretenida, pero luego dejamos de hacerlo. Cuando mi mujer lo regañó por ser grosero y nos contestó, alzao, que él era como “micomandantepresidente” decidimos poner Direct TV.

Ahí fue cuando se nos empezó a enredar el trompo: cuando nos dimos cuenta que a nosotros nos parecía divertido oir al Presi cuando le caía a los escuálidos y a los gringos y a …todo el mundo pues …pero en nuestra casa, en nuestro espacio íntimo, no queríamos que nuestros muchachos fueran como él. Eso sí fue un coñazo: reconocer que no queríamos hijos como Chávez.

Nunca nos lo dijimos con todas sus letras, pero mi mujer y yo sabíamos qué clase de hijos queríamos y Chávez no era el modelo. Una tarde llegué a casa y mi mujer me informó que recortamos el presupuesto para pagar el cable. Algo cambió en ella. Sin embargo, no medió una discusión.

Me pongo la franela roja y su olor de nuevecita me hace pensar las veces que nos llegó un kit y un memo informándonos que teníamos que ir a la marcha tal o cual. Al principio me parecía chévere…como un feriadito con ñapa en mitad de la semana. Pero ya cumplí 60 años y me arrechó que el jueves tenía que terminar un trabajo urgente para una gente de Anzoátegui y no pude hacerlo porque nos obligaron a dejar de trabajar…de nuevo.

Por primera vez pensé que cada vez que fui a una marcha impuesta por “memo interno” dejé de hacer algo que alguien necesitaba que hiciera. Y me pregunté inquieto: Cuánto de lo que me prometieron y no he recibido fue por culpa de una de esas concentraciones obligadas en las que “alguien” que tenía que hacer algo por mí no lo hizo como yo dejé de hacer por los de Anzoátegui este jueves?
El pensamiento me abruma. Creo que es sentimiento de culpa. Uff…la madrugada hace esas cosas.

Nos encontramos todos en la cocina y mi hijo me pregunta cariñoso:
Viejo, de verdad vas a …? Le corto la pregunta preguntando a mi mujer: ya están las arepas?

Mi chamo ya terminó la universidad. El corazón me revienta de orgullo por él. Es súper trabajador, comprometido…y decente. Como su mamá. Quiere un mejor país. Como el que yo quería hace 15 años. Y le está echando un camión de bolas con su grupo. Me consta.

Me entra como un ahogo cuando pienso que hoy, justamente hoy, cuando el toque de diana nos ordenó levantarnos, tratándonos como soldados y no como ciudadanos, me da vergüenza no haberlo apoyado más…apoyarlo antes.

Como intuyendo mi incomodidad me da unas palmadas afectuosas en la espalda y me dice: ‘tas viejo papá…y mira pues, esa marcha te dejó quemao. ‘Tas colorao.” Y su sonrisa es abierta, confiada…feliz.

No sabe el muchacho cuanta verdad hay en sus palabras. Estoy viejo y también quemao. Pero no solo mi piel…otras cosas están quemadas.

El chamo abraza a su mamá y le alborota el pelo a sus hermanos que, somnolientos, lo miran con auténtica admiración. Si. Mi hijo sí es un buen modelo para ellos.

Y en esta madrugadita, con el desaliento de la diana que nos levantó con una orden militar, viendo a mis muchachos, a mi mujer y sobre todo a mi hijo mayor aprestándose a trabajar por su sueño me atrevo por fin a reconocer la diferencia entre él y yo.

Durante 15 años me quise convencer que tenía que sacrificarme por un hombre. Acepté que él estaba por encima de mí y de los míos. Que nuestras necesidades podían -y debían- ser inmoladas pero las suyas de tener el poder no. Un hombre que me lo dijo con todas sus letras hace unos días: no importa que no tengas luz, ni agua, ni que yo no lo haya hecho bien.

Mi hijo –golpea reconocerlo- resultó más sabio que yo, supo que había que trabajar por el país y lo está haciendo. Un país que incluyera a todos los hombres… Hasta a los equivocados como yo. La diferencia entre ambos la hizo patente el toque de diana: Yo acepté obedecer. Mi muchacho en cambio decidió ser libre.

Esa verdad hizo que me cayera el cansancio de todas las marchas, de todos los llantos acallados por lealtad, de estos años que arrastran una ristra de sueños rotos con su estela de palabras ofensivas y odios impuestos. De renuncias. De obediencias vacías.

Con su paso joven y el espíritu ligero, lo vemos coger sus cachachás: el koala, el celular, el cargador, los chocolates, los manuales subrayados y ya memorizados. Verifica que tiene la cédula y con la mirada clarita y limpia enfundándose su cachucha tricolor se va despidiendo de todos.

Me deja de último, me mira de hombre a hombre y abrazándome fuerte me dice: Ya me voy Viejo. Dame la bendición. Hay un camino… “

Siento un picor en los ojos. Que soy muy hombre y muy viejo para llorar. Pero soy más hombre para saber que mi muchacho tiene razón. Bastan unas palabras que lo dicen todo.

“Si mijo, sí lo hay. Sí que lo hay… gracias y que Dios te bendiga”

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico