Por Jesús Chuo Torrealba, 15/11/2014
En 1988 llegó al poder un grupo de venezolanos que, no tenemos porque
dudarlo, querían lo que ellos creían era lo mejor para nuestro país. El
proyecto que tenían se llamaba “El Gran Viraje”.
Tal viraje era esencialmente económico. Pretendía romper con el
rentismo petrolero, promoviendo la capacidad exportadora del aparato productivo
nacional. Para quienes asumían la conducción de ese proceso, la viabilidad
social y política de ese proyecto descansaba en el “carisma” y liderazgo de la
persona que ocupaba la Presidencia de la República. El tema de los costos
sociales del programa de ajuste era visto desde la óptica de lo
“compensatorio”, esto es, aligerar un poco el impacto de los efectos inmediatos
del ajuste sobre los pobres y la clase media baja. De acuerdo a la “lógica”
manejada entonces, la resolución de los problemas sociales de fondo (inequidad,
falta de acceso a las oportunidades, desigual posibilidad de aprovechamiento de
las mismas…) sólo tendría respuesta verdadera en el largo plazo. “La mejor
política social es tener una buena política económica”, fue la expresión
utilizada entonces para colocar lo económico por encima de lo social. El “largo
plazo” de este proyecto nunca existió. Es la costosa historia conocida...
En 1998 llegó al poder otro grupo de venezolanos que, tampoco lo dudamos, igualmente querían para el país lo que ellos creían que sería lo mejor. No llegaron al poder con un proyecto claro, pero si con consignas de gran capacidad movilizadora. Al principio dijeron que no eran comunistas, que en Cuba había una dictadura y que el control de cambios era indeseable. Su principal consigna fue la “Constituyente”, que implicaba la realización de un conjunto de cambios fundamentales en lo político-institucional.
Tras esos cambios se perfiló, entonces si, una suerte de proyecto
político que llamaron “revolución”. Este proyecto profundizó el rentismo
petrolero, pues para enfrentar la influencia política y cultural del sector
empresarial optó por destruir el aparato productivo tanto en el sector
agro-industrial como en el sector industrial manufacturero, lo que hizo al país
extremadamente dependiente de las importaciones, y en materia social generó los
siguientes efectos: los sectores pobres siguieron siendo pobres, amplios
sectores de clase media se convirtieron en empobrecidos y la burguesía
productiva nacionalista se vio sustituida por una boliburguesía parasitaria y
verdaderamente apátrida. Nuevamente la viabilidad social y política de ese
proyecto descansó sobre el “carisma” y liderazgo de la persona que ocupaba la
Presidencia de la República. El tema de los costos sociales de esas prácticas
es manejado desde una perspectiva clientelar y de control político, usando la
política social del Estado para premiar lealtad o castigar autonomía.
De acuerdo a la “lógica” manejada ahora, la resolución de los problemas
sociales de fondo (inequidad, falta de acceso a las oportunidades, desigual
posibilidad de aprovechamiento de las mismas…) sencillamente no está planteado
como objetivo del Estado, porque “no los vamos a sacar de la pobreza para que
se conviertan en escuálidos”. “Con hambre y sin empleo con Chávez me resteo”,
fue la expresión en algunos momentos utilizada para colocar lo político por
encima de lo social. Ese proyecto si tuvo largo plazo, desastroso. Es la
historia que hoy padecemos.
En la Venezuela Tricolor que habrá de suceder a este desastre rojo no
habrá fundamentalismos político-ideológicos ni dogmas técnico-económicos que se
erijan en camisas de fuerza: “Lo económico” y “lo político” serán los dos
brazos necesarios para operar de manera concurrente y armoniosa sobre lo que
debe ser el centro de la acción del Estado, que es LO SOCIAL.
Y “atender lo social” tras 15 años de destrucción sistemática de la
infraestructura pública para operar en educación, salud y seguridad ciudadana;
tras 15 años de deterioro del empleo público, privado y hasta del
emprendimiento; tras 15 años de promoción expresa de los antivalores de la
violencia y la muerte, y de también expresa agresión a los valores de la
cultura del trabajo, será una tarea al mismo tiempo urgente e importante: Urgente,
porque sin el abordaje exitoso de corto plazo no habrá la gobernabilidad
necesaria para acometer los cambios de fondo; Importante, porque de lo que se
trata es precisamente no de seguir “corriendo la arruga” sino de dar respuesta
cierta a los problemas sustantivos: “inequidad, falta de acceso a las
oportunidades, desigual posibilidad de aprovechamiento de las mismas…”.
En el ámbito de lo urgente se verificará un cambio sustancial en la
lógica de los programas sociales: La política social del Estado Venezolano
dejará de ser el instrumento de dominio y manipulación de unos, o el gran
negocio de otros, sino que será el ESCUDO de todos. La política social del
Estado será el Escudo que protegerá a los más débiles entre los débiles, a los
más frágiles entre los frágiles, a los más pobres entre los pobres, de los
nefastos efectos de 31 años de crisis y de los últimos 15 años de saqueo masivo.
Y será también el Escudo que protegerá a TODA la sociedad de las indeseables
consecuencias que en materia de lesiones gravísimas a la convivencia social
tiene que más de un tercio de la población este hoy sumido entre la pobreza
crítica y la pobreza extrema.
Este Escudo contra la pobreza y contra la desesperación no promoverá
adicción, conformismo ni dependencia del ciudadano frente al Estado. Por
el contrario, junto al auxilio socioeconómico para sacar a una familia de la
precariedad urgente, estará también el apoyo socioeducativo para liberarla de
la precariedad permanente. En vez de utilizar, como hoy, la política social
para dotar al Estado de rehenes socioeconómicos, las herramientas, programas y
proyectos de la política social estarán orientados a promover a un pueblo
autónomo, independiente, dueño de su vida y capaz de gerenciar su futuro, en
fin, un pueblo que sea capaz de ejercer el “poder popular” más allá de la
ficción burocrática, un pueblo al que llamarlo “El Soberano” no sea una ironía.
Esto va mucho más allá, por cierto, de aquella simpleza de que “no hay
que darle el pescado, sino enseñarlo a pescar”. Como alguna vez nos dijera
en entrevista Lorenzo Mendoza, presidente de Empresas Polar, “en este país hay
muchísimas necesidades de muy diverso tipo, y todas exigen respuestas
diferentes y urgentes: A algunos hay que darles el pescado, a otros hay que
enseñarles a pescar y a otros incluso hay que comprarles los peces que pescan,
mientras desarrollan sus propios mecanismos de mercadeo y comercialización.
Pero a todos hay que apoyarlos. El de la pobreza extrema no es un problema de
dogmas académicos, sino de urgentes necesidades humanas”. Que esto haya
sido afirmado no por algún sociólogo centroizquierdista, sino por el empresario
privado más exitoso del país, revela la importancia de abordar el tema de la
pobreza extrema no desde los también angulosos extremos de los dogmas
ideológicos, sino desde la proactiva perspectiva del compromiso social y la
vocación democrática.
Estos deberán ser algunos de los rasgos distintivos de la Política
Social del Estado en la Venezuela que viene, la Venezuela Tricolor: Un Escudo
de todos, una mano solidaria para alcanzar la sobrevivencia de quien se
encuentre en situación desesperada, otra mano solidaria para -resuelta la
emergencia- ayudar ese hermano nuestro, a esa familia humilde, a continuar de
manera cada vez más autónoma construyendo su vida, ejerciendo ciudadanía, para
que esté e sus propias manos el ya jamás volver a ser pobre.
¡Palante!
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