Por Marco Negrón
La Redacción solicitó un
título para esta columna, tarea que parecía fácil porque ella trata sólo temas
de urbanismo y arquitectura: vana ilusión pues la ciudad, como afirmara
Levi-Strauss, es “la cosa humana por excelencia” y por ello tan compleja y
polifacética como los humanos. Sólo que, a diferencia de estos, es muy raro que
una ciudad muera; en cambio pueden transformarse, a veces de manera tan
extraordinaria que casi resultan irreconocibles. Tal vez, en esos casos,
pudiera hablarse de reencarnaciones.
De una vasta lista de
posibilidades, acabé seleccionando “La ciudad escondida”. No es seguro que sea
la mejor, pero remite a lo que buscan estos modestos apuntes: sacar a la luz
aspectos ignorados, tergiversados o poco debatidos de nuestras urbes, positivos
y negativos. Por qué unas fracasan y otras tienen éxito. Incluso, por qué una misma
a veces fracasa y otras triunfa.
Ello exige partir del
reconocimiento de su diversidad, porque desconocerla es uno de los errores más
graves que se pueden cometer tanto para pensarlas como para gobernarlas; y no
se trata sólo de lo obvio: que la ciudad del siglo XX es diferente a la del
XXI, o que, pese a sus semejanzas, la ciudad europea y la latinoamericana
registran trayectorias distintas.
En “Las ciudades invisibles”
Italo Calvino ensaya no menos de una docena de atributos de ciudad, pero
menciona una que sería igual a todas las demás: “Puedes volver a tomar el vuelo
cuando quieras -me dijeron- pero llegarás a otra Trude idéntica, el mundo está
cubierto por una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el nombre
en el aeropuerto”. Sin embargo, unas páginas antes, entrando a Quinsai, Kublai
Kan interroga a Marco Polo: “¿Has visto alguna vez una ciudad que se parezca a
esta? No, sire, -respondió Marco- jamás habría imaginado que pudiera existir
una ciudad semejante a esta”.
Es que la exploración de
ciudades enseña que, en muchos aspectos, ellas pueden ser a la vez iguales y
diferentes entre sí, pero también que en pocos años pueden llegar a ser muy
distintas -para bien y para mal- de lo que ellas mismas fueron. Polo-Calvino
sostiene que “Para distinguir las cualidades de las otras, debo partir de una
primera ciudad que queda implícita”.
Hacia 1980 importantes
reformas legales y la ejecución de avanzadas infraestructuras nos hicieron
pensar a los venezolanos que habíamos encontrado las claves para superar
importantes rémoras urbanas. Lamentablemente sobrevinieron acontecimientos no
previstos (y difíciles de imaginar) que en poco tiempo fueron capaces de
relegar nuestras ciudades a los últimos lugares entre sus pares. Y no sólo en
lo relativo al ambiente construido: también sus efectos sobre la vida
económica, el bienestar de la población y la cultura ciudadana han resultado
nefastos. Sin duda los peores desde comienzos del siglo XX.
Diciembre puede marcar el
inicio de la transición hacia una sociedad moderna y más justa. Una clave para
su éxito será entender el rol crucial que en ella corresponde jugar a las
ciudades. Seguramente las circunstancias actuales tenderán a darle
preponderancia al abordaje de las crisis más evidentes: la alimentaria, la del
ingreso o la de la seguridad, corriéndose el riesgo de relegar la urbana.
Esto podría ser un peligroso
error, porque la calidad del medio urbano no es simple consecuencia de una
economía próspera y una sociedad justa y abierta. Contrariamente a lo que ha
sido el pensamiento tradicional, es en gran medida una precondición: las buenas
ciudades atraen el talento y, con ello, el progreso económico, social y
cultural. Si las entendemos como “la cosa humana por excelencia”, hay que
colocar el tema en el lugar que le corresponde en la agenda de la transición
venezolana: como también esta vez entraremos al siglo con retraso, procuremos
entrar con ambiciones, buscando la vanguardia.
27-10-15
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