Son las 10:50 am del lunes
19 de octubre y después de recorrer San Antonio del Táchira, con el calor que
marca 38 grados, Efecto Cocuyo llegó a Ureña, a diez minutos del centro de
la ciudad que colinda con Cúcuta. Allí hablamos con un contrabandista que
ahora se hace llamar “trochero” y que, como muchos en ese lugar, sigue haciendo
de las suyas, a dos meses del cierre de la frontera tras el decreto del estado
de excepción del presidente Nicolás Maduro. El hombre contó algo que es un
secreto a voces en la zona, incluso con el visto bueno de los funcionarios de
la Guardia Nacional Bolivariana (GNB): que el contrabando en Táchira se volteó.
Ahora, en medio de la
escasez que aqueja a Venezuela, la mercancía que alguna vez salió por los
caminos irregulares está regresando a su lugar de origen por las
trochas: traen desde leche hasta cauchos para motos para ser
revendidos esta vez en suelo venezolano.
-Ahora trabajo trayendo
cosas que necesita la gente- dice un hombre sentado en la acera, mientras
limpia los faroles de su moto.
-¿De dónde trae las
cosas?- le preguntamos.
-De Cúcuta pa’ acá. Todo lo
que antes llevábamos de acá pa’ allá.
-Pero debe salir muchísimo
más caro…
-Sí, pero la gente igual lo
paga. El caucho de mi moto me salió en cien mil pesos allá (Bs 20 mil). Me
compre uno pa’ mi motico y me traje dos más. Fui y vine en otra moto que sí es
trochera de las buenas, que andan chola por ese monte y pasan fácil el río.
Pero uno de esos cauchos me lo quitó un Guardia. El otro lo vendí.
-¿Por qué le quitó el caucho?
Este negocio es nuestro,
pero también es de ellos. Son el Gobierno
-Porque ellos son
así. Este negocio es nuestro, pero también es de ellos. Son el Gobierno. Y
uno sabe que si va de aquí pa’ allá puede perder hasta la libertad. De allá pa’
acá lo que uno pierde son productos.
-¿Qué más ha traído de
Cúcuta?
– Leche que allá cuesta 20
mil pesos y aquí la vendo en 4 mil bolos. Arroz, que cuesta 3 mil pesos y les
saco 700 bolos a cada kilo. Cosas así. Lo que la gente pida que se pueda
conseguir. También surtimos a algunas bodegas.
-¿Y lo más insólito que ha
llevado?
-Que he intentado llevar: 20
kilos de carne en un bolso. Eso lo perdí.
-¿La mercancía la pasan de
día?
-Y de noche también. Cuando
está oscuro es mejor, porque no están los guardias. A ellos les da miedo, son
seres humanos, por más que tengan un hierro encima.
-¿Y a usted no le da miedo?
-Bien acostumbrados que
estamos. Aquí se bate el cobre así y uno no puede andar de gallina cagándose.
-¿Cuánto gana por eso?
-En promedio como 30 mil
bolos diarios.
-¿Todavía sale gasolina
hacia Colombia?
Por eso me retiré del
combustible, pero por un ratico no más
-Con eso específicamente ya
tengo 20 días parado, esperando que baje un poquito la cosa. Lo que pasa es que
me hice muy nombrado allá y ya todos me conocían por lo de la gasolina, porque
yo no me movía por los caminos que se movían todos. A mí en eso me gusta
trabajar solo, que nadie se entere. Que mi movida sea entre los guardias y yo.
Y como me movía tan bien, todos me nombraban y me metieron en un problema con
un Guardia que primero me quitó un caucho que traía de allá para acá y después
me andaba amenazando. Por eso me retiré del combustible, pero por un
ratico no más.
Ahora lo que hago es eso: traer cosas , y de vez en cuando pasar
gente. Tengo unos chamitos que se meten y me ayudan con la gente que va y viene
a Cúcuta y no tiene papeles. Trabajamos bien, somos una red.
-¿Cuánto cobran por pasar a
alguien?
-Ya subió a 4.500 bolívares
el viaje.
Son los uniformados quienes
custodian todos los accesos al barrio “La Invasión”, el más cercano a Colombia,
donde empiezan las trochas y sus infinitos caminos. Son ellos quienes terminan
de dar el visto bueno de quién pasa y con qué. En ese sector donde algunas
casas fueron demolidas, y otras fueron marcadas con letras de diferentes
colores, la mayoría de las viviendas cuelgan banderas de Venezuela de su
ventana.
A los vecinos les da miedo
hablar. Sin embargo, cuando se les pregunta si los contrabandistas
claudicaron con el cierre de la frontera, todos responden que no. El “trochero”
entrevistado y su equipo no son los únicos. El Gobierno asegura que en el
caso del combustible, el contrabando se ha reducido en 70%.
-Ah, bueno, pues claro que
se ha reducido porque ya no salen las gandolas cargadas con el consentimiento
de la Guardia. Ahora la llevamos en moto, como le dije, en pimpinas que
guindamos en palos de escoba. Claro que se tiene que reducir, porque jamás
podremos pasar en un día lo que pasaban antes los gandoleros- dice el
contrabandista, nacido en Ureña e hijo de colombianos.
-¿Siempre se ha dedicado al
contrabando?
-No siempre. A veces hago
carreritas en motos. A veces trabajo motos en una cauchera. Antes vivía en
Yaracuy y andaba en otras cosas, en otras movidas. Me vine para acá para sentar
cabeza, pero claro que esto es la frontera, esto es mafia, puro trueque.
Con la visita a San Antonio
del Táchira está a punto de concluir el primer tramo de la #RutaDeLaEscasez que
llevó a Efecto Cocuyo a recorrer seis estados del país. Antes de llegar a
Ureña, pasamos por la aduana y vimos una hilera de gente con cédulas
venezolanas y colombianas a la espera de cruzar a Cúcuta. Algunos con enseres
para una mudanza definitiva, en un proceso que a diario se torna largo y
tedioso y que, en algunos casos, queda a la mera discreción de los funcionarios
de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB).
También fuimos hasta el
hospital Samuel Darío Maldonado, donde los ciudadanos tramitan un permiso que
justifica su salida de territorio venezolano por razones médicas: la mayoría va
en busca de medicinas o tratamientos específicos que en Venezuela no logran
conseguir.
No vimos ninguna cola
de carros en estaciones de gasolina, de las que solían formarse antes del
cierre. Pero sí vimos tres filas de personas en las afueras de distintos
supermercados, cuando aún no abrían sus puertas, a lo largo de un trayecto con
varias alcabalas militares.
Y al final de la tarde,
cerca de las 4:00 pm, el techo del peaje de San Antonio del Táchira se
desplomó. Por suerte no había ningún autobús estacionado, esperando el final de
las religiosas requisas que los uniformados hacen a todo el que entra y sale,
tras la pista de alimentos y productos regulados, potencialmente
“bachaqueables”.
20-10-15
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