Por Olga K,
30/10/2015
Hago flagrante
plagio del título de la película protagonizada por Sandra Bullock, “Mientras
dormías”. Y valido el plagio pues me tocó en carne propia la absurdidad de ver
en paralelo lo que ocurre mientras unos duermen-literal o figurativamente-,
unos tuitean… y la mayoría sólo intenta seguir vivo.
El sábado en la
mañana mi esposo, de la nada, comenzó a tener visión doble.
Por pura
precaución llamé a su médico y amigo que estaba fuera de Caracas. Su respuesta
me puso a correr.
“Olga, es un
síntoma importante. Hay que hacerle una tomografía de cráneo urgente, me
mantienes informado”.
Y ahí,
“mientras tuitebas”, empezó la realidad-pesadilla que ocurre hora a hora,
venezolano a venezolano, en el país que tiene un Ministerio para la Felicidad y
un gobierno que –literalmente- obliga a morir.
Llegué a la
primera clínica y superado el escollo de no tener orden médica en físico para
el examen, la doctora de guardia al analizar la tomografía, nos dijo que la
emergencia estaba cerrada por remodelaciones y solo recibían casos extremos. Un
tiro… un infarto… una pierna desprendida. Sólo había cuatro camas y todas
estaban ocupadas. No había manera física de recibir a nadie más.
Vista la
tomografía, la doctora indicó que necesitaba que le hicieran ahora una
resonancia pero el aparato estaba dañado sin repuestos.
Ante la
angustia de si mi esposo estaba sufriendo un ACV en proceso e incrédula de que
no lo hospitalizaran, le pregunté qué debía hacer.
Su respuesta me
heló la sangre: vaya a la XXX que es la clínica mas cerca. El hincapié sobre la
cercanía me indicaba que no podía perder tiempo.
Llegamos a la
segunda clínica con el corazón en vilo.
-No se si mi
esposo está sufriendo un ACV. Venimos de la clínica XXX, aquí está la
tomografía y mi esposo necesita una resonancia.
-¿Qué tiene?
-Está sufriendo
visión doble. Su internista le mandó una tomografía, y la doctora que lo vio en
emergencia nos dijo que necesitaba una resonancia pero el aparato está dañado.
-Espere un
momento…
Pasan un par de
minutos.
Llega otro
médico.
-Diga señora
Repito lo
anterior.
-Espere un
momento.
Trae a un
tercer médico mas senior.
Repito la
historia. En mi mente cuento los minutos que van pasando y que ya se convierten
en la primera hora sin recibir atención.
El último
médico da la respuesta condenatoria:
-El resonador
está dañado y no hay técnicos. Le sugiero que vaya a XXX que es la clínica mas
cercana.
Me recomienda
la misma a la que fui en primera instancia. Descartada por imposible, me dice,
vaya entonces a la XXX que también está cerca.
Esa insistencia
en enviarme a clínicas “cercanas” siembra una angustia imposible de describir.
Los minutos se van acumulando… y sin recibir atención.
El cierre de la
autopista por lo del puente de Los Ruices tiene colapsadas todas las vías
alternas. Llego a la tercera clínica donde además, estacionar, es absurdamente
imposible. De reojo chequeo a mi esposo. Sorteando gentes y dolores, como si se
tratara de un laberinto dantesco, llego por fin a un médico y se repite de
nuevo la conversación con él y tres médicos diferentes.
Con mas
angustia y mas urgencia, repito la misma historia.
Vuelvo a
escuchar el “espere un momento”. Cada médico llamando a uno superior para que
el último terminara dándome la razón por la cual no podían recibir a mi esposo…
y que lo lleve a otra clínica. Cerca.
Ya llevo dos
horas y media, he recorrido tres clínicas, repitiendo en cada una la historia a
no menos de tres médicos en cada una y recibiendo variaciones de la misma
respuesta.
En este caso
fue: señora, estamos en el infierno venezolano. Aquí tenemos el resonador pero
no aparece el técnico. Vaya a XXX o a XXX, las dos clínicas que ya había visitado.
Insisto para
que reciban a mi esposo y el doctor me dice: Mire cómo está esto.
Salgo del túnel
de mi personal angustia y veo caras tan angustiadas como la mía, pasillos
abarrotados de gente sentada hasta en el piso esperando recibir atención. Médicos
que corren. Todo es emergencia. Se oye algún llanto. Alguien abraza a alguien.
Se escucha a médicos mas senior dando instrucciones alternativas cuando el mas
joven le dice que lo que prescribió, no hay.
Médicos
tratando de decidir a quien sí o a quién no.
Me viene a la
mente aquella famosa novela “La decisión de Sophie”.
Caos.
Confusión. Dolor. Apremio.
En ese momento
me sentí embargada y avasallada por la impotencia.
Total.
Absoluta. Devastadora.
Ahí estaba yo,
corriendo de clínica en clínica. Explicando una y otra vez la situación,
recibiendo como respuesta que buscara atención donde pudieran dármela porque la
necesitaba, pero allí no podían ofrecérmela.
Lloro hacia
adentro. No quiero angustiar a mi esposo.
Me enrumbo a la
cuarta clínica sorteando el drama de tráfico generado por el cierre de la
autopista que añade colapso a una ciudad que parecería no tener capacidad para
mas enervación… pero la tiene.
El panorama es
el mismo. Todos olemos al mismo miedo. Todos tenemos pintado en el rostro igual
angustia. Pacientes y acompañantes danzamos el baile del disimulo para no
preocupar mientras presionamos a un personal que no tiene respuestas y debe por
fuerza “vestirse” de inmunidad ante el dolor ajeno.
No hay sillas
para tantos. No hay médicos para tantos. No hay medicinas para casi ninguno. No
hay aparatos operativos suficientes. Se administra la escasez.
No hay… no hay…
no hay.
Finalmente
ingresan a mi esposo. Transcurren muchas horas antes de recibir atención, pero
estar en la clínica me da tranquilidad.
A su lado una
señora de Propatria acompañada por un hijo que no tiene qué comer y lleva 24
horas esperando, un cólico nefrítico al frente, una parejita de motorizados que
se estrellaron y a quienes los GN que los “auxiliaron” por el accidente les
robaron el celular. Un choque con lesionados. Un atraco con heridos.
Extraña
coincidencia de dolores, pesares y heridas.
El neurólogo
que atiende a mi esposo nos dice explicando su retraso:
“No quedan
especialistas… quedamos pocos… y los que quedamos tenemos que repartir entre
clínicas y hospitales”.
Otra escasez
que martiriza a un pueblo que pareciera que, como el tráfico, siempre puede con
mas.
Me entero que
sólo quedan en el país tres especialistas de lo que mi esposo requiere. Los
otros se fueron.
Y en las horas
que transcurren, respirando el aliento viciado de la miseria con miedo, miro de
pasada mi Twitter como si estuviera en otro planeta.
Mientras
tuiteamos el país transcurre acumulando indigencia, desolación, mengua.
Mientras en
Twitter se dan las batallas verbales, la salud del país se despeña por el
barranco del “no hay”. Sea médicos, medicinas o aparatos.
Mientras en
termitero “construyen” héroes por librito, médicos, enfermeras , técnicos y
auxiliares, son los héroes que hacen lo que los héroes de librito no hacen:
salvan vidas sin que nadie se percate de ello por falta de un community
manager y una campaña bien engrasada.
Mientras en
termitero el gobierno presume logros que no pasan del mundillo cibernético, las
vallas inútiles y la auto-propaganda amoral en medio de la inocultable miseria,
la realidad golpea, agrede, hiere y mata al país completo sin clemencia y sin
distingo.
Mientras
tuitean escarneciendo a quien no piensa como tú, muchos llantos rompen la
madrugada desgarrando fibras desconocidas.
Mientras
tuiteabas tus pasiones, políticas o faranduleras, un auxiliar hace un remedo
con gasas y adhesivo para suplir el material médico que no hay.
Mientras
tuiteamos, un país imperfecto pero perfectible nos lo hicieron añicos y el
único y verdadero milagro en Venezuela es tratar de seguir vivo.
Mientras
tuiteamos hay alguien recorriendo bodegas, haciendo colas, buscando asistencia
médica, comida o medicinas, hay alguien sometido a una captahuellas que le dice
que no puede aunque lo necesite con urgencia… y no hay cerro de billetes que le
consiga lo que requiere porque no se puede comprar lo que no hay.
Mientras
tuiteamos, hay un país preso. Un país completo.
Prisión y
tortura es lo único que no falta.
Maltrato es lo
que no escasea.
Degradación e iniquidad
hay en abundancia.
No. No me hable
nadie de héroes.
Nadie me
muestre fotos.
Hablemos del
país que está preso.
De eso es de lo
que debemos hablar y sobre eso tenemos que actuar.
Lo único que
podemos hacer nosotros, todos, los presos comunes de cada día es arrebatarles
las llaves de nuestra prisión a nuestros carceleros el #6D.
Porque si te da
por ser héroe o te pegan un tiro por un “héroe” no habrá hospital, médico o
medicinas para salvarte.
No nos queda
otra: tenemos que expulsar a nuestros carceleros.
O lo que viene
a ser lo mismo: VOTA.
Quitarles las
llaves es apenas el comienzo.
Volver a
aprender a ser libres tomará mas tiempo.
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