Por Mario Szichman
Como el doctor Jekyll y
Míster Hyde de la novela escrita por Robert Louis Stevenson, el expresidente de
Petróleos de Venezuela y exministro de Hidrocarburos, Rafael Darío Ramírez
Carreño, siente su cuerpo escindido.
¿Qué personalidad adoptará, y para qué
lado enfilará luego que The Wall Street Journal anunció una serie de
investigaciones por parte de autoridades norteamericanas relacionadas con el
manejo de fondos en Pdvsa?
¿Se quedará Ramírez en
Estados Unidos y aceptará cooperar en la investigación? Eso lo condenaría a un
exilio –bastante dorado– y a la vituperación constante de la nomenklatura
chavista, que debería recibir el Premio Nobel al insulto. ¿Abandonará Ramírez
su puesto de embajador de Venezuela ante las Naciones Unidas para ponerse en la
trinchera de combate de la Revolución Bolivariana?
En una larguísima nota
publicada por el periódico el 21 de octubre pasado, existe este párrafo que
puso a más de un funcionario chavista a respirar de manera acelerada: “En Nueva
York, funcionarios policiales están hablando con alrededor de media docena de
ex altos funcionarios” de Pdvsa”.
Esos funcionarios policiales
“tienen la esperanza de conseguir la cooperación del señor Ramírez. El señor
Ramírez no ha estado en buenos términos con sus antiguos camaradas en
Venezuela” tras ser echado de la presidencia de PDVSA y del ministerio de
Hidrocarburos el año pasado.
Aparte de estar dividido
entre el doctor Jekyll y Míster Hyde, Ramírez tiene un problema anatómico. Su
corazón está a la izquierda de su cuerpo, y su billetera a la derecha más
extrema. El funcionario –por ahora chavista– es hijo de un guerrillero
marxista. Expresó su vocación revolucionaria en un discurso pronunciado en el
2006 ante obreros de Pdvsa. Tras informar que el ente petrolero estatal era
“rojo, muy rojito”, Ramíez dijo que si el entonces presidente Hugo Chávez Frías
perdía las elecciones programadas para el 3 de diciembre de ese año, empuñaría
un rifle, y enfilaría hacia alguna montaña de Venezuela “a fin de liquidar a
los enemigos de la revolución”.
Es una pena que el ingeniero
Ramírez tenga también su costado burgués. Según The Wall Street Journal, su
vino preferido es Chateau Petrus, “que cuesta millares de dólares la botella”.
Al parecer, los sueldos percibidos en la administración pública venezolana, le
permiten a Ramírez disfrutar de esos vinos. Además, se lo conoce por su
espíritu ahorrativo.
De todas maneras, el
funcionario venezolano sufre un drama existencial. Tras fungir como el zar del
petróleo venezolano durante una década, no es agradable adquirir el status de
un paria. Tal vez algunos discrepen con esta aseveración, pero lo cierto es que
tras la llegada de Nicolás Maduro al poder, en el 2013, Ramírez ha sido echado
progresivamente a patadas, escaleras arriba.
Detentó los dos cargos más
importantes en una nación que depende en un 95 por ciento de las exportaciones
de crudo. Claro está, encima suyo se hallaba el presidente de la Republica.
Pero inclusive Chávez era una figura más decorativa que Ramírez. Y bueno, de
Maduro, no se diga. Chávez o Maduro podían hablar hasta por los codos.
Y lo hicieron. Pero era
Ramírez quien sujetaba los cordones de la bolsa y convirtió a PDVSA en la
proveedora de todo lo que necesitaba el chavismo, no el país. La maquinaria
electoral se aceitó con los dineros de PDVSA. Todo lo que era necesario para
conseguir amigos en el exterior y votos en el interior, lo financió PDVSA.
Y luego, vino la guadaña. El
2 de septiembre de 2014, Ramírez fue designado ministro de Relaciones
Exteriores en un país que carece de relaciones exteriores. (Mantener relaciones
exteriores no consiste en insultar cotidianamente al vecino de al lado). Y
Ramírez no había terminado de acomodarse en sus oficinas de la cancillería,
cuando Maduro lo envió el 26 de diciembre de 2014 como embajador ante las
Naciones Unidas. Fue una tragedia propia de Hollywood. Ocurre a cada rato. Un
galán descubre de repente que está pasado de años, ya no puede blandir su
espada ante el villano, o seducir a la muchacha.
Si quiere seguir trabajando
en el cine, deberá aceptar papeles secundarios, mientras observa con envidia
cómo Brad Pitt se queda con la dama, y con la mayor parte de los ingresos en
boletería. Quizás para otros, ser embajador ante las Naciones Unidas es un
galardón. Pero para alguien que controló durante 10 años la riqueza real de
Venezuela, eso es peor que ser puesto en la picota.
Ramírez no solía ser
subalterno de nadie. Donde iba, creaba su propio reino. Sospechaba de toda
persona que no perteneciera a su familia. The Wall Street Journal recordó que
su suegra, Hildegard Rondón, fue abogada del ministerio de Hidrocarburos.
Su cuñado, Baldó Sansó, fue
un asesor que participó en muchas de las operaciones internacionales de ofertas
de contratación en Pdvsa. Y su esposa, Beatrice Sansó, se encargó de manejar
los asuntos culturales de PDVSA. En cuanto al pícaro de su primo, Diego Salazar
–el diario no especifica su cargo– parece que hizo mucho dinero en el ente
petrolero estatal.
Es conocido, según el
diario, como “El señor de los relojes”. Está tan obsesionado con relojes caros,
dijo el matutino, que “en ocasiones regala nuevos Rolex a personas que asisten
a sus fiestas, luego de moler sus relojes antiguos con ayuda de un mortero y un
mazo”. También conduce su propia orquesta, y un automóvil Ferrari por las
calles de Caracas, “seguido por una camioneta repleta de guardaespaldas”.
Cuando Ramírez llegó a Nueva
York para hacerse cargo de su puesto de embajador en las Naciones Unidas, dijo
The Wall Street Journal, lo primero que hizo fue echar a todo el personal de la
misión diplomática venezolana. Él estaba convencido, le señaló a otro
embajador, “que esas personas lo estaban espiando”.
Se ignora si Ramírez
reemplazó a esos empleados con miembros de su familia. De todas maneras,
Estados Unidos no es Venezuela, y es obvio que Maduro ha dejado a Ramírez
expuesto a la furia de los elementos. Aunque su cargo le garantiza la inmunidad
diplomática en Estados Unidos, también le asegura una exposición a la prensa, a
la televisión, y a los portales de internet, que pueden hacer su vida muy
desdichada.
Ramírez, un hombre cordial,
que habla con voz apacible, y es respetuoso de los demás –es difícil creer que
sea chavista–ha dedicado las últimas semanas a eludir entrevistas. En el argot
eso se conoce como escurrir el tafanario a la jeringa. Inclusive ha hecho algo
que va contra sus propias normas de cortesía.
A mediados de octubre, según
informó The New York Times, el funcionario venezolano aceptó ser entrevistado
por el diario, pero canceló la cita “a último momento. Sus asesores dijeron que
estaba enfermo”. Quizás padecía la misma otitis que impidió a Nicolás Maduro
visitar al papa Francisco en la Santa Sede.
¿QUÉ HAY DETRÁS DE LA
INVESTIGACIÓN A PDVSA?
Hay algunas cosas curiosas en el artículo de The Wall Street Journal, y en otro que publicó The New York Times un día más tarde. En el caso del primer periódico, hay demasiado ruido y pocas nueces. He aquí el ruido: A comienzos de octubre, dijo The Wall Street Journal, fiscales federales de Nueva York, Washington, Misurí y Texas se reunieron, en persona, o en teleconferencia en Washington.
El propósito era “coordinar
acciones y compartir evidencias y testigos en las diferentes investigaciones
vinculadas con PDVSA. En la reunión participaron también agentes del
Departamento de Seguridad Interior, la Agencia Antidrogas, el FBI, y otras
agencias”. He aquí las pocas nueces: en el mismo párrafo se dice: “No se
han divulgado públicamente los cargos en el tema de PDVSA, y es posible que no
se presente demanda alguna”.
Y entonces ¿Cuál fue el
objetivo de semejante reunión? ¿Y por qué varios párrafos más tarde se menciona
las conversaciones entre empleados policiales norteamericanos y media docena de
ex altos funcionarios venezolanos? ¿Por qué los empleados policiales
norteamericanos “tienen la esperanza de conseguir la cooperación del señor
Ramírez?” (Todo está en el mismo párrafo, apenas separado por una coma).
Los redactores del artículo
sugieren que el ex presidente de PDVSA podría auxiliar en la pesquisa debido a
su disgusto por haber perdido los dos cambures más preciados de
Venezuela. Pero The New York Times da una nueva vuelta de tuerca al
imbroglio sugiriendo otras razones para las denuncias sobre sobornos en PDVSA.
Concretamente, las autoridades norteamericanas intentarían espantar a empresas
dispuestas a invertir en el ente estatal venezolano.
Es suficiente blandir la
espada de Damocles de investigaciones contra funcionarios de PDVSA, para que
muchos directivos de compañías estadounidenses lo piensen dos veces antes de
arriesgar su dinero. Luego que el crudo venezolano cayó a la mitad de su
precio desde junio de 2014, dijo el periódico, directivos de PDVSA “comenzaron
lentamente a alejarse de la postura de pública hostilidad que muestra el
gobierno izquierdista hacia las empresas petroleras norteamericanas.
Fueron ofrecidos términos
(de contrato) más atractivos”. Pero “ejecutivos petroleros temen que esas
propuestas concluyan si se considera que Estados Unidos tiene como objetivo”
emprender investigaciones “contra funcionarios de PDVSA por corrupción”.
Francisco Monaldi, un
investigador en el Instituto Baker de la universidad Rice, en Houston, Texas,
uno de los centros de la industria petrolera norteamericana, dijo al diario que
al principio, directivos de empresas se mostraron alentados ante la nueva actitud
de PDVSA. “Pero temen que eso colapsará totalmente, a raíz de los rumores que
han escuchado”. Al parecer, “gran parte de las investigaciones que están
realizándose en torno a Venezuela tienen a PDVSA en su centro”.
The New York Times dijo que,
según el departamento del Tesoro de Estados Unidos, “más de 4.000 millones de
dólares de Venezuela, por lo menos la mitad provenientes de PDVSA, han pasado a
través de (La Banca Privada d´Andorra) mediante variados esquemas fraudulentos.
Y al menos 50 millones de dólares (de esa suma) han circulado a través del
sistema financiero norteamericano”. Como en el caso del escándalo de la FIFA,
el gobierno de Washington podría actuar, usando la evidencia de esos 50
millones de dólares que algún despistado insertó en la banca estadounidense.
Rafael Darío Ramírez Carreño
debe sentirse ahora entre la sartén y el fuego. ¿Aceptará cooperar en la
investigación que realizan las autoridades norteamericanas, o se pondrá en la
trinchera de combate de la Revolución Bolivariana?
Al menos en los mensajes que
colgó en Twitter, pareció elegir la trinchera de combate, denunciando “la
infamia y la miseria de los enemigos del pueblo, que usan los grandes medios
para atacar mi nombre y el del comandante Chávez”. Pero tras hacer una discreta
investigación en las licorerías de Caracas, descubrimos que adquirir botellas
del vino Chateau Petrus es más difícil que conseguir papel indispensable.
Ramírez sigue con su
billetera bien asegurada en la parte derecha más extrema de su cuerpo. Y aunque
no lo quiera reconocer, ser nuevo pobre es mucho peor que ser nuevo rico. http://marioszichman.blogspot.com/
24-10-15
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