Se cuenta de un puñado de intrigantes
palaciegos que recusaban la designación de un protegido del dictador argentino
Juan Domingo Perón como alto funcionario de la Secretaría de Trabajo y
Previsión.
Por ver si modificaba su
decisión, los cortesanos impartían al Jefe las insuficiencias del candidatito
quien, según esta leyenda, ni siquiera era sindicalista de una rama industrial
importante, de esas cuyas luchas forjan reputaciones.
No había pasado por un
directorio sindical realmente peso pesado, como los de ferroviarios, petroleros
o frigoríficos. No había dirigido nunca una huelga ni negociado con éxito un
contrato colectivo. Ni siquiera era abogado laboralista. Para apartar todo
reparo, el Jefe respondió, tersa y zanjadoramente: "No importa: el cargo
habilita".
La respuesta fue, desde
luego, muy festejada por los áulicos del dictador como una prueba más de la
perspicacia e ingenio del gran fraseólogo sureño. "Se non è vero, è ben
trovato".
La frase "el cargo
habilita" obró en lo sucesivo como santo y seña de aquellos vociferantes
incapaces que, para mediados de los años cincuenta —antes, muchísimo antes de
los planes de ajuste inspirados en el Consenso de Washington— ya habían llevado
a la otrora pujante Argentina a la bancarrota, en nombre de la justicia social.
Medítese esa frase —"el
cargo habilita"—, cuya concisión la hace digna de ser el mantra de todos
los populismos latinoamericanos. Así, los designados a dedo por Hugo Chávez
para ocupar, en 2003, la directiva de Petróleos de Venezuela (Pdvsa), luego del
tiránico y arrogante despido de más de 20.000 gerentes y técnicos de alto
desempeño, bien pudieron decirse a sí mismos: "Desconozco el negocio, no
soy ingeniero de yacimientos ni he pasado una hora en una plataforma de
perforación, pero da igual: el cargo habilita".
La meritocracia corporativa
que hasta entonces regía la exitosa petrolera criolla, dijo Chávez, era una
engañifa más de los privilegiados apátridas. El resultado del desguace de Pdvsa
está a la vista.
Medítese
esa frase, cuya concisión la hace digna de ser el mantra de todos los
populismos latinoamericanos.
A su manera resentida, esto
de que el cargo trae consigo las aptitudes necesarias es superchería de añeja
estirpe entre nosotros, latinoamericanos, hecha del oportunista revanchismo de
los justicieros que llegan al poder para acabar con los "obscenos
privilegios" que etc., etc. En tanto que expresión del igualitarismo a
ultranza, la doctrina del cargo que habilita atenta contra una de las pocas
jerarquías que, desde tiempos de las cavernas, los humanos aceptamos de modo
natural y sin chistar: la de la competencia, la de las capacidades y destrezas
individuales.
Porque "el cargo
habilita" le fue dado al Che Guevara para pasar de dirigir los
fusilamientos de La Cabaña (hasta ese momento, su única experiencia administrativa)
a asumir, sin titubeos, la dirección del Banco Central de Cuba para acometer,
de la mano de Fidel, la planificación económica del país. En muy poco tiempo,
las improvisaciones, intemperancias, lecturas a medio hacer, intuiciones y
desmesuras de Guevara despedazaron el aparato productivo cubano.
Porque por "el cargo
habilita" padecen aún los venezolanos la nefasta perdurabilidad, ¡14
años!, del monje Jorge Giordani, un improbable ingeniero a quien solo
distinguían la perruna lealtad al tirano y la arrogancia de la ineptitud, en el
Ministerio del Poder Popular para la Planificación Económica. Llevar a la ruina
y la catástrofe social a un país petrolero, en el curso del más
largo boom de precios en un siglo, fue su logro superlativo.
Así entiende el chavismo
—los chavismos continentales— lo irreemplazable que hay en ese no sé qué,
alojado entre el saber y la experiencia y que es, en suma, lo humanamente
intransferible, lo que no tiene precio.
28-10-15
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