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martes, 20 de octubre de 2015

El desierto azul por @cocitip


Por Sumito Estévez

                               Una fotografía de Eugenio Opitz [Araya ,Salinas de Araya,Peninsula de Paria.Edo Sucre Venezuela]

I

Nuestro planeta tiene poco menos de cinco mil millones de años y ese andar deja arrugas que quedan impresas en las rocas para recordarnos el paso del tiempo.


Así como el ínfimo tiempo del ser humano se mide en milenios, siglos, décadas, años, hasta llegar al efímero segundo, el tiempo de la Tierra se mide en eones, eras, períodos y épocas. No es una división fija. Es decir: no es que un eón equivale a tantos millones de años. Se trata de una división geológica que, en el fondo, es una historia de la muerte y la vida sobre la tierra, porque es a través de registros fósiles que se determina: tumbas que que van formando estratos y nos cuentan nuestra historia.

Hoy vivimos el eón del Fanerozoico, que empezó hace 550 millones de años. Es el eón de la vida visible, aquella en la que los seres vivos adquirieron tamaño y formas complejas.

Éste es un eón dividido en tres eras, doce períodos y nueve épocas. La época anterior, el Pleistoceno, empezó hace casi 3 millones de años y terminó hace apenas 10.000. La época actual es el Holoceno y el Homo sapiens sapiens es la única especie humana que puebla el globo y la agricultura su mayor logro, gracias a un período post-glaciación de clima benigno.

Los humanos tenemos apenas 10.000 años caminando sobre una tierra de cinco mil millones de años. Somos un pellizco equivalente a 0,0002% de su historia y ya se habla con fuerza de un cambio de época. Los científicos comienzan a cuchichear en los corredores de sus congresos que quizás estemos entrando a la época del Antropoceno.

Anthropo significa humano en griego. Hemos empezado a hablar de la época de los humanos.

Sería muy halagador que algunos eones más adelante se recuerde esta brevísima época como la de los humanos, pero no lo es.

Y es triste, pero recordemos que para que una época pueda ser llamada así debe tratarse de una división geológica. Es decir: debe dejar una transformación que, millones de años después, quede esa arruga visible de la Tierra que nos represente.

Hablar de Antropoceno es aceptar que por primera vez en toda la historia de este planeta una era geológica no será determinada por fenómenos naturales (glaciaciones, meteoritos) sino por la acción de un ser vivo.

Nosotros podemos ser la causa de la próxima gran extinción de vida. Y ser tristemente recordados.

II

La maquinaria de muerte fue tímida al principio, pero si alguna virtud tenemos los humanos es que vamos perfeccionando los métodos hasta lograr una eficiencia vertiginosa.

De representarse la historia de la tierra en un reloj de 24 horas, 40 años equivaldrían a 0,0007 de un segundo. Esa fracción es lo que le tomó al hombre desaparecer a la mitad de todos los vertebrados marinos del mar. 

Dentro de varios milenios se recordará que esa capa de fósiles que representa al Antropoceno se logró entre 1970 y 2012, tiempo en el que acabamos con 49% de una vida marina que necesitó  millones de años para conformarse.

Somos buenos a la hora de matar. De eso no hay duda.

Una de las causas más importantes de esto la llamamos sobrepesca, para envolverlo en una palabra que confiere un halo ligero y menos culposo. El consumo per cápita de pescado creció de 10 a 19 kilos por persona entre 1960 y 2012. A eso debemos sumarle que durante esos mismos cincuenta años pasamos de ser 3 mil millones de habitantes a ser 7 mil. Es decir: si en 1960 se consumían en la tierra 30 millones de toneladas de pescado por año, ¡hoy consumimos 133 millones de toneladas! Y se sumarán dos mil millones más de bocas hambrientas en los próximos treinta años.

Pero el problema no es que seamos muchos ni que nos encante comer pescado.

Mientras nuestro ritmo de consumo esté en equilibrio con la capacidad de reproducción que tengan los animales que horneamos o freímos todo estará bien. Pero ya tocamos un punto de no retorno: la flota global de pesca es 3 veces mayor a la que los océanos pueden soportar para ser sustentables. Y el tráfico marino se ha cuadriplicado en los últimos veinte años.

Lo más triste es que no sólo matamos por hambre. También lo hacemos por avariciosos, como cuando descartamos pescado que no sea comercial. O cuando, ávidos de energía, un tercio de nuestro petróleo se extrae de suelo marino. O cuando, sobre todo por estúpidos, contaminamos.

Para tener una idea del impacto, sepan este dato: un solo crucero de tres mil personas genera un millón de litros de aguas residuales por semana. Eso incluye aguas grises y aceitosas. Además, cada año lanzamos al mar el equivalente a 15 bolsas grandes de basura por cada metro de costa y 8 millones de toneladas de plástico.

No contentos con matar a los seres que viven en el fondo marino, también estamos acabando con sus casas. La temperatura no para de subir: el mar absorbe 93% del aumento de temperatura global causado por nosotros. Las aguas cada vez están más acidificadas por absorción del dióxido de carbono resultante de la quema de combustibles fósiles. Y todo eso compone un coctel que está acabando con los manglares y corales. Entre 1980 y 2005, una quinta parte de todos los manglares de la tierra desaparecieron. De seguir así, hay especialistas que hablan de una desaparición de todos los corales para 2050. Los corales sólo representan 0,1% del suelo marino, pero junto a los manglares son las casas que alojan a un cuarto de toda la vida marina.

III

Uno ve el mar  y tiende a creer que está lleno de vida y es (más o menos) gratis. Quizás por eso es que no lo cuidamos. Sentimos que basta con lanzar una red o un anzuelo, ¡y listo! Comida gratis que no hubo que criar, ni cuidar, ni alimentar ni curar. Y quizás, cuando acabemos con la vida en él, diremos que así es la vida: “Total, nunca nos tomó trabajo”. Pero en realidad acabar con la vida del mar (ésa a la que, remarco, le robamos la mitad en apenas cuarenta años) será colocar a la humanidad al borde de una tragedia.

Los animales marinos son la principal fuente de proteína de 42% de la población. Hablamos de tres mil millones de personas.

La pesca es la forma de vida de uno de cada diez habitantes de este planeta. Es lógico que así sea, cuando 60 % de la población de la tierra vive en los primeros 100 kilómetros costeros.

Pero, al parecer, estamos en la era de lo urgente convertido en prioridad. Lo importante es cosa del pasado. Y creo que la manera moderna de encarar el hecho noticioso ha contribuido mucho a eso. La inmediatez de la noticia hace que una noticia urgente siga a otra urgente segundo tras segundo. Y así vamos obviando los tiempos de pausa para descubrir que lo urgente no lo era tanto… y será tarde para detectar lo importante.

La atropellada andanada de números que esbozo en este artículo está tomada del informe titulado Reporte 2015 del vivo planeta azul, hecho por la World Wildlife Fund.

Cuando se publicó no pasó de ser una noticia al margen, opacada por el efímero trending topic del día.

Mientras tanto, desde el espacio y en la distancia, nuestro planeta siempre se verá azul: azul desierto.

18-10-15




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