Por Sumito Estévez
Una fotografía de Eugenio Opitz [Araya ,Salinas de Araya,Peninsula de Paria.Edo Sucre Venezuela]
I
Nuestro planeta tiene poco
menos de cinco mil millones de años y ese andar deja arrugas que quedan
impresas en las rocas para recordarnos el paso del tiempo.
Así como el ínfimo tiempo
del ser humano se mide en milenios, siglos, décadas, años, hasta llegar al
efímero segundo, el tiempo de la Tierra se mide en eones, eras, períodos y
épocas. No es una división fija. Es decir: no es que un eón equivale a
tantos millones de años. Se trata de una división geológica que, en el fondo,
es una historia de la muerte y la vida sobre la tierra, porque es a través de
registros fósiles que se determina: tumbas que que van formando estratos y
nos cuentan nuestra historia.
Hoy vivimos el eón del
Fanerozoico, que empezó hace 550 millones de años. Es el eón de la vida
visible, aquella en la que los seres vivos adquirieron tamaño y formas
complejas.
Éste es un eón dividido en
tres eras, doce períodos y nueve épocas. La época anterior, el Pleistoceno,
empezó hace casi 3 millones de años y terminó hace apenas 10.000. La época
actual es el Holoceno y el Homo sapiens sapiens es la única especie
humana que puebla el globo y la agricultura su mayor logro, gracias a un
período post-glaciación de clima benigno.
Los humanos tenemos apenas
10.000 años caminando sobre una tierra de cinco mil millones de años. Somos un
pellizco equivalente a 0,0002% de su historia y ya se habla con fuerza de un
cambio de época. Los científicos comienzan a cuchichear en los corredores de
sus congresos que quizás estemos entrando a la época del Antropoceno.
Anthropo significa humano en
griego. Hemos empezado a hablar de la época de los humanos.
Sería muy halagador que
algunos eones más adelante se recuerde esta brevísima época como la
de los humanos, pero no lo es.
Y es triste, pero recordemos
que para que una época pueda ser llamada así debe tratarse de una división
geológica. Es decir: debe dejar una transformación que, millones de años
después, quede esa arruga visible de la Tierra que nos represente.
Hablar de Antropoceno es
aceptar que por primera vez en toda la historia de este planeta una era
geológica no será determinada por fenómenos naturales (glaciaciones,
meteoritos) sino por la acción de un ser vivo.
Nosotros podemos ser la
causa de la próxima gran extinción de vida. Y ser tristemente recordados.
II
La maquinaria de muerte fue
tímida al principio, pero si alguna virtud tenemos los humanos es que vamos
perfeccionando los métodos hasta lograr una eficiencia vertiginosa.
De representarse la historia
de la tierra en un reloj de 24 horas, 40 años equivaldrían a 0,0007 de un
segundo. Esa fracción es lo que le tomó al hombre desaparecer a la mitad de
todos los vertebrados marinos del mar.
Dentro de varios milenios se recordará
que esa capa de fósiles que representa al Antropoceno se logró entre 1970
y 2012, tiempo en el que acabamos con 49% de una vida marina que necesitó
millones de años para conformarse.
Somos buenos a la hora de
matar. De eso no hay duda.
Una de las causas más
importantes de esto la llamamos sobrepesca, para envolverlo en una
palabra que confiere un halo ligero y menos culposo. El consumo per cápita de
pescado creció de 10 a 19 kilos por persona entre 1960 y 2012. A eso debemos
sumarle que durante esos mismos cincuenta años pasamos de ser 3 mil
millones de habitantes a ser 7 mil. Es decir: si en 1960 se consumían en la
tierra 30 millones de toneladas de pescado por año, ¡hoy consumimos 133
millones de toneladas! Y se sumarán dos mil millones más de bocas hambrientas
en los próximos treinta años.
Pero el problema no es que
seamos muchos ni que nos encante comer pescado.
Mientras nuestro ritmo de
consumo esté en equilibrio con la capacidad de reproducción que tengan los
animales que horneamos o freímos todo estará bien. Pero ya tocamos un punto de
no retorno: la flota global de pesca es 3 veces mayor a la que los océanos
pueden soportar para ser sustentables. Y el tráfico marino se ha cuadriplicado
en los últimos veinte años.
Lo más triste es que no sólo
matamos por hambre. También lo hacemos por avariciosos, como cuando descartamos pescado que no sea comercial. O cuando,
ávidos de energía, un tercio de nuestro petróleo se extrae de suelo marino. O
cuando, sobre todo por estúpidos, contaminamos.
Para tener una idea del
impacto, sepan este dato: un solo crucero de tres mil personas genera un millón
de litros de aguas residuales por semana. Eso incluye aguas grises y aceitosas.
Además, cada año lanzamos al mar el equivalente a 15 bolsas grandes de basura
por cada metro de costa y 8 millones de toneladas de plástico.
No contentos con matar a los
seres que viven en el fondo marino, también estamos acabando con sus casas. La
temperatura no para de subir: el mar absorbe 93% del aumento de temperatura
global causado por nosotros. Las aguas cada vez están más acidificadas por
absorción del dióxido de carbono resultante de la quema de combustibles
fósiles. Y todo eso compone un coctel que está acabando con los manglares y
corales. Entre 1980 y 2005, una quinta parte de todos los manglares de la
tierra desaparecieron. De seguir así, hay especialistas que hablan de una
desaparición de todos los corales para 2050. Los
corales sólo representan 0,1% del suelo marino, pero junto a los manglares
son las casas que alojan a un cuarto de toda la vida marina.
III
Uno ve el mar y tiende
a creer que está lleno de vida y es (más o menos) gratis. Quizás por eso es que
no lo cuidamos. Sentimos que basta con lanzar una red o un anzuelo, ¡y listo!
Comida gratis que no hubo que criar, ni cuidar, ni alimentar ni curar. Y
quizás, cuando acabemos con la vida en él, diremos que así es la vida:
“Total, nunca nos tomó trabajo”. Pero en realidad acabar con la vida del
mar (ésa a la que, remarco, le robamos la mitad en apenas cuarenta años) será
colocar a la humanidad al borde de una tragedia.
Los animales marinos son la
principal fuente de proteína de 42% de la población. Hablamos de tres mil
millones de personas.
La pesca es la forma de vida
de uno de cada diez habitantes de este planeta. Es lógico que así sea, cuando
60 % de la población de la tierra vive en los primeros 100 kilómetros costeros.
Pero, al parecer, estamos en
la era de lo urgente convertido en prioridad. Lo importante es cosa del
pasado. Y creo que la manera moderna de encarar el hecho noticioso ha contribuido
mucho a eso. La inmediatez de la noticia hace que una noticia urgente siga a
otra urgente segundo tras segundo. Y así vamos obviando los tiempos de
pausa para descubrir que lo urgente no lo era tanto… y será tarde para detectar
lo importante.
La atropellada andanada de
números que esbozo en este artículo está tomada del informe titulado Reporte 2015 del vivo planeta azul, hecho por la World
Wildlife Fund.
Cuando se publicó no pasó de
ser una noticia al margen, opacada por el efímero trending topic del
día.
Mientras tanto, desde el
espacio y en la distancia, nuestro planeta siempre se verá azul: azul desierto.
18-10-15
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