Por José Domingo Blanco, 30/10/2015
Las alocuciones de Maduro, en más ocasiones de las que imaginan, me
parecen extraídas de las rancheras mexicanas. A veces pienso que, con sólo
transcribirlas, harían las delicias de cualquier compositor. Pero, no estoy
hablando de cualquier ranchera; no, no señor. Me refiero a esas, a las que
están cargadas de odio o pasiones arrabaleras. Esas donde el intérprete promete
un terrible y nefasto porvenir al que se atreva a llevarle la contraria.
Cuando Maduro habla, irremediablemente pienso que sólo le faltan los
mariachis al fondo. De resto, el drama y las amenazas, al mejor estilo de Pedro
Infante, están allí. Nicolás promete pruebas (que nunca presenta), se equivoca
hablando, insulta a sus oponentes y de nuevo arremete: “Camino a las alturas se
ven los gavilanes / Se pierden en las nubes y se acercan al sol / Regresan
pensativos mirando al infinito / No sabes si en la lucha alguno se quedó. /
Según sus propias leyes aplican la justicia / Poniendo por delante su noble
corazón / Las garras afiladas ya prontas al ataque / Esperan el momento para
entrar en acción.”
Esta, por ejemplo, que cantaba Pedro Infante y se llama Los Gavilanes,
me vino a la mente a raíz de sus últimas declaraciones, en las que les
explicaba a sus partidarios lo que representaría para el país si la oposición
gana las próximas elecciones del 6D; por supuesto, entendiendo como país al
disminuido sector chavista que, como es de imaginar, perdería los sabrosos y
arrogantes beneficios que han acaparado a lo largo de casi 17 años.
Por eso, Nicolás describe las derrotas de sus candidatos como una
hecatombe de igual magnitud a la que provocaría el lanzamiento de una bomba
nuclear. Él, además, no es el portaaviones que era Chávez. En estos momentos,
no llega ni a chalana. Y él y su entorno más cercano lo saben. Así que no le
queda otra que vaticinar oscurantismo, violencia y muerte si el triunfo del 6
de diciembre venidero es para la oposición. Por eso, sus exhortos –ruegos,
sugerencias o amenazas- son a votar por los candidatos del Psuv y sus secuaces.
Él y su círculo saben que no es una elección que deba dejarse al azar, mucho
menos a la voluntad del elector. Es una imposición, una obligación. Y por eso,
de cara a esas elecciones, deben hacer el esfuerzo por lucir cohesionados como
nunca.
La obsesión de este régimen con el poder, y por mantenerse en él “como
sea”, los ha llevado a torcer, modificar, exigir y reestructurar –a su antojo-
las leyes y reglamentos, con el aval de unos poderes públicos complacientes y
un CNE totalmente subyugado a la voluntad del gobernante. Al igual que los
gavilanes de la ranchera, Maduro, su gente y lo que pueda quedar del Psuv,
están afilando las garras para arremeter y evitar que la oposición logre lo que
a todas luces reflejan las encuestas: los niveles de aceptación de la gestión
de Nicolás están en caída libre. Y esta baja en la popularidad del mandatario
incide directamente en la intención de votos de los partidarios de su tolda.
Sin embargo, una cosa son las encuestas y otras las artimañas del
régimen, como bien lo explica José Antonio Gil Yepes, director de Datanálisis,
cuando asegura que “si las reglas para elegir diputados fuesen tan sencillas
como la que rige la elección presidencial (quien saca más votos populares, gana
la elección), ya sabríamos que la Unidad Democrática tendería a sacar una
amplia mayoría de diputados dado que el mejor predictor de votos totales es el
nivel de aprobación de gestión del Presidente. Si Maduro está en 21%, los
candidatos oficialistas recibirían cerca de esa proporción”.
De lograr que esta tendencia se respete y se mantenga, ya sabríamos,
sin temor a equivocarnos, cómo quedaría conformada la Asamblea. Incluso
podríamos fantasear, escogiendo el nombre del nuevo -o nueva- presidente del
parlamento. Solo que Gil Yepes, nos saca del embeleso y acuña otras razones por
las cuales son tan impredecibles los resultados del 6D. Si bien es cierto que
el descontento de la población es palpable, tangible, cuantificable y real, el
régimen se ha encargado de diseñar “su traje a la medida”; ese con el que
pretende hacerse eterno en la conducción de los destinos del país. Por ello, la
exigencia de último minuto de la paridad de géneros para los aspirantes a
diputados; por ello, la modificación de las circunscripciones electorales; por
ello, la aplicación delgerrymandering –que dicho sea de paso, solo se ha
aplicado en países cuyos regímenes de gobierno se parecen más a los
dictatoriales que a los democráticos.
El gerrymandering, para quienes no les resulta familiar la
expresión, tal como lo explica magistralmente el colega Eugenio Martínez en uno
de sus más recientes trabajos, es un término que fue una invención
periodística, y “que suele utilizarse para resumir los intentos de un gobierno
para manipular las circunscripciones de votación (uniéndolas o separándolas) y
así provocar distorsiones que le permitan mantener el poder”.
Gerrymandering aderezado con la viveza criolla. Eso es lo que se hizo
aquí, con el aval del Psuv y el PCV que se encargaron de modificar en el 2009
la Ley Electoral para que las circunscripciones se ajustaran a la voluntad
política de quienes aspiran a cargos de elección popular, y quieren aparentar
que son electos libre y democráticamente. Un trajecito electoral con las
medidas exactas de quien ostenta el poder y no quiere entregarlo.
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