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jueves, 22 de octubre de 2015

Venezuela busca una terapia para salir de su enfermedad terminal por @mszichman


Por Mario Szichman


Mientras la infraestructura del país se va irremisiblemente por el despeñadero, el gobierno sigue viviendo en la isla de la fantasía, sin saber qué hacer, excepto retener el coroto


Un concepto interesante de la medicina es la noción del miembro fantasma. Muchas personas a quienes amputan un brazo, o una pierna, siguen experimentando sensaciones –calor, dolor– como si el miembro siguiera formando parte de su cuerpo.

Algo similar ocurre en Venezuela. El presidente Nicolás Maduro Moros cree que está gobernando un país próspero, con el petróleo a 95 o 100 dólares el barril. Peor aún, tiene la ilusión de que el país cuenta todavía con la infraestructura que el chavismo comenzó a destruir de manera sistemática apenas Hugo Chávez Frías llegó al poder, en los albores del siglo veintiuno.

Venezuela era un país sin excesivos miembros fantasmas. Todavía no existían colas para adquirir artículos suntuarios como caviar y papel higiénico, y la cotización del dólar era alrededor de 4,5 bolívares –de los viejos, antes que empezaran a sumarles ceros. No existía hiperinflación, como la que se está comiendo los ahorros de los venezolanos casi a la velocidad con que se comía los ahorros de los alemanes en la República de Weimar. (Que precedió al nazismo).

En esa Venezuela, los hospitales, mal que bien, funcionaban. Al menos no devolvían a los enfermos terminales a sus hogares por falta de insumos médicos. Había cortes de luz, pero no eran sistemáticos. Ahora, todos los días, en algún lugar de Venezuela, hay cortes de luz.

El gobierno lo atribuye a sabotaje, a la guerra económica. Un enemigo formidable está trastornando los planes del chavismo, en el poder desde hace 16 años, y empeorando una situación casi imposible de empeorar. Eso impide el despegue hacia la estratósfera.

En la película Dr. Strangelove, dirigida por Stanley Kubrick, un científico nazi, interpretado por Peter Sellers, era contratado después de la segunda guerra mundial por el ejército norteamericano, para fabricar bombas atómicas. (Una parodia de las actividades del científico alemán Wernher von Braun, inventor de la bomba V–2, y quien trabajó posteriormente para la NASA desarrollando cohetes que pusieron en el espacio el primer satélite norteamericano).

Von Braun había sido miembro del partido Nazi, y de las SS, las tropas de asalto del Tercer Reich. Por supuesto, cuando llegó a Estados Unidos había que pasar esas actividades por debajo de la alfombra, y mostrarlo como un genuino demócrata. Su alter ego, Peter Sellers, también intentaba mostrarse como un demócrata. Pero tenía un curioso miembro fantasma: un brazo mecánico. Cada vez que se emocionaba, el brazo actuaba autónomo, y hacía el saludo nazi.

El brazo fantasma del presidente de Venezuela, también actúa por su cuenta, sin pedirle permiso a su poseedor. Siempre se dirige hacia uno de sus amplios bolsillos en busca de la chequera, que es ahora tan fantasmagórica como la renta petrolera. Está demostrado: si hay algo peor que ser nuevo rico, es ser nuevo pobre.

Hace algunas semanas cayó en Venezuela un avión Sukhoi de la fuerza aérea. De inmediato, Maduro dijo que el estado venezolano compraría otros 12 Sukhoi. (El dirigente opositor Diego Arria dijo que eso representaría un gasto de 552 millones de dólares, “más repuestos y comisiones”).

Es improbable que el gobierno de Caracas haga ese gasto. No por falta de ganas sino de real. Y es quimérico que los rusos le sigan vendiendo Sukhois a Venezuela. Después de todo, los funcionarios del Kremlin protegen a su industria nacional.

El Sukhoi es uno de los orgullos de su aviación militar, y no tienen ganas de que adquiera mala fama, por culpa de inexplicables accidentes. Un Sukhoi estrellado, sin importar las circunstancias, es una pésima propaganda. Otros gobiernos podrían pensarlo dos veces, antes de adquirir una partida. Siempre, en esas ocasiones, los negocios sufren.

De todas maneras, el chavismo tiene una enorme confianza en la memoria corta de los venezolanos. Ya la promesa de Maduro de adquirir Sukhois ha sido olvidada. El público está ansioso por escuchar las nuevas promesas que Maduro nunca cumplirá, o las flamantes bravuconadas que vociferará sin llegar a destino. Por cierto ¿Alguien sabe dónde fueron guardados los cuadernos con las siete millones o 12 millones, o 14 millones de firmas en que se reclamaba el respeto a la soberanía?

No ha pasado tanto tiempo desde que el gobierno de Washington congeló los bienes de siete funcionarios venezolanos acusados de violaciones a los derechos humanos y declaró a Venezuela una “amenaza extraordinaria” para la seguridad nacional. La pregunta no es baladí. Los frecuentes olvidos conducen al mal de Alzheimer.

Por supuesto, pese a su continua presencia en los canales de televisión, Maduro gobierna desde la clandestinidad, presidiendo un gabinete en las sombras. La transparencia del gobierno venezolano tiene la tonalidad de la tinta china. Toda cifra necesaria para tener una idea aproximada de la situación económica es ocultada por el gobierno, como los cuadernos con millones de firmas.

El chavismo ha conseguido varios milagros –por ejemplo, destruir Venezuela durante 16 años y seguir gobernando. Uno de ellos es que satura las ondas radiales y televisivas con una infinita habladera de pajas, sin mantener debate alguno. El problema es que la oposición tampoco se luce. Tal vez es un simple resultado de la total impotencia con que tirios y troyanos observan el desastre.
Hace algunos días, el presidente de Datanálisis, Luis Vicente León, dijo que es “indispensable realizar ajustes en la economía nacional en lugar de utilizar un discurso político en busca de ´culpables´”. ¿Qué significa realizar ajustes en la economía nacional? Puede significar cualquier cosa. ¿Qué clase de ajustes necesita Venezuela, un enfermo terminal en terapia intensiva, para no quedarse tieso en la mesa de operaciones?

León no lo dijo. Habló si, de la inacción por parte de las autoridades, “sumado a los controles persistentes y la caída de los precios petroleros”. También advirtió, pues siempre es bueno concluir las peroratas con algo contundente, “que de no aplicar los correctivos necesarios, el Ejecutivo estaría ‘perdiendo la guerra que el mismo se inventó’”.

¿Qué correctivos son necesarios? Modificar el subsidio al precio de la gasolina y la tasa de cambio preferencial. ¿Qué nuevo precio para la gasolina propone León? ¿Qué tasa de cambio preferencial sería la adecuada? El subsidio al precio de la gasolina y la tasa de cambio son dos de los pilares del gobierno --aparte de los milagros-- que le ayudan a mantenerse en el poder. ¿Qué gana con alterarlos? ¿Beneficiar a la oposicion?

León también dijo que en vez de importar productos, el gobierno debería estimular la oferta interna. Claro que sí. Pero ¿cómo se hace? Otra frase de León: “La crisis no da espacio para seguir jugando a que no pasa nada ni al discurso político de culpables imaginarios. Es indispensable ajustar”. Eso es propia de la superestructura: Es indispensable ajustar. Que cada uno ofrezca el significado que se le antoja a la palabra ajustar. El sitio de nacimiento de Perogrullo es Venezuela.

Sin embargo, la situación de Venezuela es más simple de lo que se pueda pensar. Es un país que depende exclusivamente del dinero que obtiene de la venta del petróleo. El barril de crudo ha bajado a la mitad desde julio de 2014. En esa fecha, se cotizaba a unos 90 dólares el barril. Ahora, oscila entre los 45 y los 47 dólares. Si a una persona le rebajan el sueldo a la mitad, solo puede comprar la mitad de lo que adquiría cuando recibía el sueldo completo.

En los años de bonanza petrolera, durante toda la década pasada, el chavismo le regaló dinero a Dios y a María Santísima, pues creía que el precio del crudo se mantendría así por toda la eternidad. Fue un mal cálculo. Otros países con renta petrolera decidieron guardar el excedente de los ingresos para cuando llegase la época de las vacas flacas. Eso incluyó a varias naciones del golfo Pérsico, como Arabia Saudita, Katar y los Emiratos Arabes Unidos, así como Noruega, en el Mar del Norte.

El manirroto de Hugo Chávez hacía el gesto mecánico de poner la mano en el bolsillo, y creía resolver, de manera mágica, todos los problemas. Nicolás Maduro Moros, el manirroto con el miembro fantasma, reitera el gesto, y solo extrae pelusa del bolsillo. (La santería puede funcionar en invocaciones religiosas, pero no en Wall Street).

La idea de mantenimiento de los equipos es para el chavismo casi tan extraña como la cuadratura del círculo. Nada se repara. Si algo deja de funcionar, pues se compra un nuevo equipo, y basta. Y si no hay dinero para comprar un nuevo equipo, pues la cosa deja de funcionar, y basta. (Sería conveniente guardar los Sukhoi dentro de los hangares. Allí nunca sufrirán accidentes).

Ni las recetas chavistas ni las recetas del Fondo Monetario Internacional pueden ayudar a ese enfermo terminal que es Venezuela. El economista británico John Maynard Keynes creía que lo más importante para el ser humano era trabajar y conseguir un salario. Keynes decía que si un operario recibía un sueldo simplemente por abrir un agujero con una pala, y cubrirlo nuevamente con tierra, eso era productivo, y contribuía a mejorar la economía de un país. Por supuesto, cuando el trabajador más gana, y más consume, la economía es más próspera.

Lamentablemente Venezuela, que era uno de los países más ricos de América en la década anterior, es ahora un desagradable pariente pobre, a quienes todos le dan la espalda, especialmente aquellos que se beneficiaron con el dinero que el tío regalón distribuía a manos llenas.

La mayoría de los venezolanos reciben ahora sueldos que no alcanzan para vivir. Un profesor universitario gana 46 dólares por mes. Conozco familias de clase media que ahora comen dos veces por día, en lugar de tres. Tal vez a nivel de la macroeconomía –el territorio transitado por el Fondo Monetario Internacional y por los expertos que hablan de ajustes– ese dato carece de importancia.

Pero un pueblo está constituido por sus individuos (e individuas, según Maduro). Un ser humano no es una entelequia. No se lo puede dejar librado a la buena de Dios. (Que no siempre proveerá).

Un proverbio ruso dice que un muerto no sirve ni para apuntalar una valla. Un proverbio africano añade que es más fácil matar un elefante que resucitar una hormiga. Simón Bolívar, que era un genio para definir situaciones, dijo a José Antonio Páez que “El congreso de Panamá no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos meros consejos”.

Las tres citas, con leves alteraciones, podrían aplicarse a Venezuela y a su situación económica, que es propia de un enfermo terminal. ¿Dejarán las autoridades venezolanas morir al enfermo terminal? ¿Seguirán matando elefantes, en lugar de hacer respiración artificial a una hormiga? ¿Continuarán manteniendo la idea de ese griego loco que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban?

Otros países surgieron como el ave fénix de las cenizas. La Unión Soviética invadida por la Alemania nazi lo logró. Pagó un precio altísimo, su población fue literalmente diezmada, y tuvo que calarse a un dictador como José Stalin, pero lo logró.

Los pueblos logran milagros a fuerza de voluntad, de coraje y de paciencia. Nadie sabe si el pueblo venezolano podrá lidiar con el desafío. Pero algo es indudable. Venezuela se está yendo por el despeñadero. Hay algunos interesados en determinar si puede ser rescatada del abismo, o es un caso perdido.

Con el chavismo en el poder, no hay que ser una pitonisa para verificar que es un caso perdido. En cuanto a la oposición, más allá de trilladas consignas, y frases huecas, no parece muy dispuesta a sacarla del despeñadero. Tal vez tendrá que vagar, como las tribus de Israel, otros 40 años en el desierto.

20-10-15




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