Por Mario Szichman
Mientras la infraestructura
del país se va irremisiblemente por el despeñadero, el gobierno sigue viviendo
en la isla de la fantasía, sin saber qué hacer, excepto retener el coroto
Un concepto interesante de
la medicina es la noción del miembro fantasma. Muchas personas a quienes
amputan un brazo, o una pierna, siguen experimentando sensaciones –calor,
dolor– como si el miembro siguiera formando parte de su cuerpo.
Algo similar ocurre en
Venezuela. El presidente Nicolás Maduro Moros cree que está gobernando un país
próspero, con el petróleo a 95 o 100 dólares el barril. Peor aún, tiene la
ilusión de que el país cuenta todavía con la infraestructura que el chavismo
comenzó a destruir de manera sistemática apenas Hugo Chávez Frías llegó al
poder, en los albores del siglo veintiuno.
Venezuela era un país sin
excesivos miembros fantasmas. Todavía no existían colas para adquirir artículos
suntuarios como caviar y papel higiénico, y la cotización del dólar era
alrededor de 4,5 bolívares –de los viejos, antes que empezaran a sumarles
ceros. No existía hiperinflación, como la que se está comiendo los ahorros de
los venezolanos casi a la velocidad con que se comía los ahorros de los
alemanes en la República de Weimar. (Que precedió al nazismo).
En esa Venezuela, los
hospitales, mal que bien, funcionaban. Al menos no devolvían a los enfermos
terminales a sus hogares por falta de insumos médicos. Había cortes de luz,
pero no eran sistemáticos. Ahora, todos los días, en algún lugar de Venezuela,
hay cortes de luz.
El gobierno lo atribuye a
sabotaje, a la guerra económica. Un enemigo formidable está trastornando los
planes del chavismo, en el poder desde hace 16 años, y empeorando una situación
casi imposible de empeorar. Eso impide el despegue hacia la estratósfera.
En la película Dr.
Strangelove, dirigida por Stanley Kubrick, un científico nazi, interpretado por
Peter Sellers, era contratado después de la segunda guerra mundial por el
ejército norteamericano, para fabricar bombas atómicas. (Una parodia de las
actividades del científico alemán Wernher von Braun, inventor de la bomba V–2, y
quien trabajó posteriormente para la NASA desarrollando cohetes que pusieron en
el espacio el primer satélite norteamericano).
Von Braun había sido miembro
del partido Nazi, y de las SS, las tropas de asalto del Tercer Reich. Por
supuesto, cuando llegó a Estados Unidos había que pasar esas actividades por
debajo de la alfombra, y mostrarlo como un genuino demócrata. Su alter ego,
Peter Sellers, también intentaba mostrarse como un demócrata. Pero tenía un
curioso miembro fantasma: un brazo mecánico. Cada vez que se emocionaba, el
brazo actuaba autónomo, y hacía el saludo nazi.
El brazo fantasma del
presidente de Venezuela, también actúa por su cuenta, sin pedirle permiso a su
poseedor. Siempre se dirige hacia uno de sus amplios bolsillos en busca de la
chequera, que es ahora tan fantasmagórica como la renta petrolera. Está
demostrado: si hay algo peor que ser nuevo rico, es ser nuevo pobre.
Hace algunas semanas cayó en
Venezuela un avión Sukhoi de la fuerza aérea. De inmediato, Maduro dijo que el
estado venezolano compraría otros 12 Sukhoi. (El dirigente opositor Diego Arria
dijo que eso representaría un gasto de 552 millones de dólares, “más repuestos
y comisiones”).
Es improbable que el
gobierno de Caracas haga ese gasto. No por falta de ganas sino de real. Y es
quimérico que los rusos le sigan vendiendo Sukhois a Venezuela. Después de
todo, los funcionarios del Kremlin protegen a su industria nacional.
El Sukhoi es uno de los
orgullos de su aviación militar, y no tienen ganas de que adquiera mala fama,
por culpa de inexplicables accidentes. Un Sukhoi estrellado, sin importar las
circunstancias, es una pésima propaganda. Otros gobiernos podrían pensarlo dos
veces, antes de adquirir una partida. Siempre, en esas ocasiones, los negocios
sufren.
De todas maneras, el
chavismo tiene una enorme confianza en la memoria corta de los venezolanos. Ya
la promesa de Maduro de adquirir Sukhois ha sido olvidada. El público está
ansioso por escuchar las nuevas promesas que Maduro nunca cumplirá, o las
flamantes bravuconadas que vociferará sin llegar a destino. Por cierto ¿Alguien
sabe dónde fueron guardados los cuadernos con las siete millones o 12 millones,
o 14 millones de firmas en que se reclamaba el respeto a la soberanía?
No ha pasado tanto tiempo
desde que el gobierno de Washington congeló los bienes de siete funcionarios
venezolanos acusados de violaciones a los derechos humanos y declaró a
Venezuela una “amenaza extraordinaria” para la seguridad nacional. La pregunta
no es baladí. Los frecuentes olvidos conducen al mal de Alzheimer.
Por supuesto, pese a su
continua presencia en los canales de televisión, Maduro gobierna desde la
clandestinidad, presidiendo un gabinete en las sombras. La transparencia del
gobierno venezolano tiene la tonalidad de la tinta china. Toda cifra necesaria
para tener una idea aproximada de la situación económica es ocultada por el
gobierno, como los cuadernos con millones de firmas.
El chavismo ha conseguido
varios milagros –por ejemplo, destruir Venezuela durante 16 años y seguir
gobernando. Uno de ellos es que satura las ondas radiales y televisivas con una
infinita habladera de pajas, sin mantener debate alguno. El problema es que la
oposición tampoco se luce. Tal vez es un simple resultado de la total
impotencia con que tirios y troyanos observan el desastre.
Hace algunos días, el
presidente de Datanálisis, Luis Vicente León, dijo que es “indispensable
realizar ajustes en la economía nacional en lugar de utilizar un discurso
político en busca de ´culpables´”. ¿Qué significa realizar ajustes en la
economía nacional? Puede significar cualquier cosa. ¿Qué clase de ajustes
necesita Venezuela, un enfermo terminal en terapia intensiva, para no quedarse
tieso en la mesa de operaciones?
León no lo dijo. Habló si,
de la inacción por parte de las autoridades, “sumado a los controles
persistentes y la caída de los precios petroleros”. También advirtió, pues
siempre es bueno concluir las peroratas con algo contundente, “que de no
aplicar los correctivos necesarios, el Ejecutivo estaría ‘perdiendo la guerra que
el mismo se inventó’”.
¿Qué correctivos son
necesarios? Modificar el subsidio al precio de la gasolina y la tasa de cambio
preferencial. ¿Qué nuevo precio para la gasolina propone León? ¿Qué tasa de
cambio preferencial sería la adecuada? El subsidio al precio de la gasolina y
la tasa de cambio son dos de los pilares del gobierno --aparte de los
milagros-- que le ayudan a mantenerse en el poder. ¿Qué gana con alterarlos?
¿Beneficiar a la oposicion?
León también dijo que en vez
de importar productos, el gobierno debería estimular la oferta interna. Claro
que sí. Pero ¿cómo se hace? Otra frase de León: “La crisis no da espacio
para seguir jugando a que no pasa nada ni al discurso político de culpables
imaginarios. Es indispensable ajustar”. Eso es propia de la
superestructura: Es indispensable ajustar. Que cada uno ofrezca el significado
que se le antoja a la palabra ajustar. El sitio de nacimiento de Perogrullo es
Venezuela.
Sin embargo, la situación de
Venezuela es más simple de lo que se pueda pensar. Es un país que depende
exclusivamente del dinero que obtiene de la venta del petróleo. El barril de
crudo ha bajado a la mitad desde julio de 2014. En esa fecha, se cotizaba a
unos 90 dólares el barril. Ahora, oscila entre los 45 y los 47 dólares. Si a
una persona le rebajan el sueldo a la mitad, solo puede comprar la mitad de lo
que adquiría cuando recibía el sueldo completo.
En los años de bonanza
petrolera, durante toda la década pasada, el chavismo le regaló dinero a Dios y
a María Santísima, pues creía que el precio del crudo se mantendría así por
toda la eternidad. Fue un mal cálculo. Otros países con renta petrolera
decidieron guardar el excedente de los ingresos para cuando llegase la época de
las vacas flacas. Eso incluyó a varias naciones del golfo Pérsico, como Arabia
Saudita, Katar y los Emiratos Arabes Unidos, así como Noruega, en el Mar del
Norte.
El manirroto de Hugo Chávez
hacía el gesto mecánico de poner la mano en el bolsillo, y creía resolver, de
manera mágica, todos los problemas. Nicolás Maduro Moros, el manirroto con el
miembro fantasma, reitera el gesto, y solo extrae pelusa del bolsillo. (La
santería puede funcionar en invocaciones religiosas, pero no en Wall Street).
La idea de mantenimiento de
los equipos es para el chavismo casi tan extraña como la cuadratura del
círculo. Nada se repara. Si algo deja de funcionar, pues se compra un nuevo
equipo, y basta. Y si no hay dinero para comprar un nuevo equipo, pues la cosa
deja de funcionar, y basta. (Sería conveniente guardar los Sukhoi dentro de los
hangares. Allí nunca sufrirán accidentes).
Ni las recetas chavistas ni
las recetas del Fondo Monetario Internacional pueden ayudar a ese enfermo
terminal que es Venezuela. El economista británico John Maynard Keynes
creía que lo más importante para el ser humano era trabajar y conseguir un
salario. Keynes decía que si un operario recibía un sueldo simplemente por
abrir un agujero con una pala, y cubrirlo nuevamente con tierra, eso era
productivo, y contribuía a mejorar la economía de un país. Por supuesto, cuando
el trabajador más gana, y más consume, la economía es más próspera.
Lamentablemente Venezuela,
que era uno de los países más ricos de América en la década anterior, es ahora
un desagradable pariente pobre, a quienes todos le dan la espalda, especialmente
aquellos que se beneficiaron con el dinero que el tío regalón distribuía a
manos llenas.
La mayoría de los
venezolanos reciben ahora sueldos que no alcanzan para vivir. Un profesor
universitario gana 46 dólares por mes. Conozco familias de clase media que
ahora comen dos veces por día, en lugar de tres. Tal vez a nivel de la
macroeconomía –el territorio transitado por el Fondo Monetario Internacional y
por los expertos que hablan de ajustes– ese dato carece de importancia.
Pero un pueblo está
constituido por sus individuos (e individuas, según Maduro). Un ser humano no
es una entelequia. No se lo puede dejar librado a la buena de Dios. (Que no
siempre proveerá).
Un proverbio ruso dice que
un muerto no sirve ni para apuntalar una valla. Un proverbio africano añade que
es más fácil matar un elefante que resucitar una hormiga. Simón Bolívar, que
era un genio para definir situaciones, dijo a José Antonio Páez que “El
congreso de Panamá no es otra cosa que aquel loco griego que pretendía dirigir desde
una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos
meros consejos”.
Las tres citas, con leves
alteraciones, podrían aplicarse a Venezuela y a su situación económica, que es
propia de un enfermo terminal. ¿Dejarán las autoridades venezolanas morir al
enfermo terminal? ¿Seguirán matando elefantes, en lugar de hacer respiración
artificial a una hormiga? ¿Continuarán manteniendo la idea de ese griego loco
que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban?
Otros países surgieron como
el ave fénix de las cenizas. La Unión Soviética invadida por la Alemania nazi
lo logró. Pagó un precio altísimo, su población fue literalmente diezmada, y
tuvo que calarse a un dictador como José Stalin, pero lo logró.
Los pueblos logran milagros
a fuerza de voluntad, de coraje y de paciencia. Nadie sabe si el pueblo
venezolano podrá lidiar con el desafío. Pero algo es indudable. Venezuela se
está yendo por el despeñadero. Hay algunos interesados en determinar si puede
ser rescatada del abismo, o es un caso perdido.
Con el chavismo en el poder,
no hay que ser una pitonisa para verificar que es un caso perdido. En cuanto a
la oposición, más allá de trilladas consignas, y frases huecas, no parece muy
dispuesta a sacarla del despeñadero. Tal vez tendrá que vagar, como las tribus
de Israel, otros 40 años en el desierto.
20-10-15
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