Por Armando Janssens
Me lo comentó una vecina,
bajando por el ascensor del edificio. No lo dijo en tono virulento, sino más
bien triste. Como madre de familia de varios hijos, debe llevar el peso de
conseguir la comida, en colas que duran horas y horas, pagar el condominio, el
cual es cada día más caro, la búsqueda de las medicinas como si se estuviera
visitando los siete templos, el pago del colegio y el peso de la inseguridad
que rodea el edificio y la zona donde vivimos.
Tales observaciones: “Estoy
cansado”, “no aguanto más”, las oigo con frecuencia entre la gente de todos los
sectores de nuestra sociedad. Lo que se podría imaginar como un circunstancial
sentimiento como otros tantos en la vida, se está transformando en un suspiro
frecuente, dicho de variadas maneras, pero es expresión de un desánimo, cada
día más presente, de un sentimiento incrustado en nuestra población.
Como sacerdote en medio de los
sectores populares e involucrado en organizaciones sociales, tengo la sana
obligación de reaccionar, dando algo de ánimo y esperanza. Lo hago, o mejor
dicho, lo intento, con mucha convicción a través de una palabra o un
razonamiento y hasta, como es lógico, apelo a nuestra fe, para crear horizontes
y esperanzas. Pero no siempre se me es fácil. Como ser humano que soy, siento
en mí mismo el gusano de la confusión y el sentimiento de estar confundido por
las circunstancias adversas.
Así, me era difícil contestar
rápidamente a mi vecina desanimada del ascensor, me despedí con comprensión y
apelando a que la situación puede mejorar, si sabemos votar oportunamente. Al
igual como a un grupo de emprendedores que se reúnen en los locales de Cesap
para celebrar sus resultados y compartir sus problemas, utilizo mi tradicional
ejemplo de que “no hay un callejón sin salida”. Y si de repente encuentro un
obstáculo, aparentemente infranqueable, “¿qué hacer?: ¡brincar y seguir
adelante!”. Tales animaciones no llegan, hoy en día, más lejos que un momento
pasajero de alivio, pero se tornan muy pasajeras y superficiales.
La acumulación de dificultades
es tan grande que hasta comienzo a preocuparme de que la gente me pida
demasiados consejos y soliciten respuestas acertadas que no puedo formular.
Siempre he intentado acompañar lo vivido y lo expresado por cada uno de ellos.
Es lo mejor que puedo hacer: escuchar con real atención su sentir y expresar mi
comprensión en lo planteado; descubrir en sus propias palabras y opiniones alguna
semilla con futuro que casi siempre está presente. Y desde allí crear un hilo
que abra la dimensión de la esperanza. Apelo a lo ya logrado en el pasado, a la
lucha de años en la que lograron vencer y progresar, la familia creciente, la
casa que ya construyeron e instalaron, los hijos que avanzan, los estudios ya
obtenidos, hasta la felicidad de los nietos que siempre iluminan.
En cuanto al país, les hablo
de la responsabilidad cercana de las elecciones de diciembre y de la seguridad
que de allí nacerán nuevas oportunidades para superar la situación. Pero al
igual que yo mismo, no la ven tan evidente y esperanzadora. La virulencia está
presente y el real deseo de trabajar en común no es tan extendido: Muchos temen
que los meses venideros y el año próximo pueden ser peor. ¡Ojalá no sea así!
Y, además, el problema para
nuestra gente no es el mañana sino el hoy, la violencia hasta en el transporte
público, el robo de la mercancía que llevan a casa, el pleito con los hijos que
no se conforman con la nueva situación de pobreza que ya invadió a muchos
sectores populares.
Hace dos años ya se captó la
disminución de los ingresos de la mayoría de la gente y las limitaciones por
motivo de la permanente inflación. Pero hubo reservas para aguantar
temporalmente, además de la postergación de algunas compras para el hogar. Pero
el último año, este año 2015, el salto es terrible y los últimos largos meses
afecta la supervivencia diaria. Cada día la comida es más reducida y la
nutrición se debilita visiblemente. Lo que durante años había sido un
permanente avance acertado que aplaudimos, se cae como una casita de naipes.
Las comidas y su variedad nutricional se reducen, las arepas son más pequeñas y
menos acompañadas, la carne es excepcional y hasta los huevos desaparecieron
por motivo de un pleito entre gobierno y productores. Felizmente, las campañas
de Mercal siguen funcionando a su manera y es el refugio para mucha
gente, pero no abarca la demanda por motivo de la pobreza creciente.
Como respuesta al clamor de
mucha gente: me energizo decididamente, intento superarme más.
Me energizo a partir de muchos
elementos. Nuestra propia madurez acumulada, a lo largo de la vida, es el
fundamento de nuestro sentir y actuar. Hemos pasado épocas tan diversas y
situaciones tan contradictorias que fueron superadas, no hay elementos para
pensar que la situación de hoy es definitiva. Conocía, como niño viviendo en
Amberes de Bélgica, la guerra, los bombardeos, los refugios, el subterráneo de
la escuela y de mi casa, los silbidos de los cohetes V1 y V2 que cayeron con
gran frecuencia sobre la ciudad y su puerto, y podría seguir nombrando otras
calamidades. Conocía, luego, un país saliendo de sus cenizas, como conocí
muchos años más tarde una Venezuela avanzando e integrándose en lo social y lo
humano. Al lado de todas las manchas de la viruela que hoy en día nos afea,
conozco la belleza de mucha gente, su capacidad de avanzar y sus valores
escondidos entre los escombros de la implosión moral. Pero a pesar de todo, no
estamos al final de un camino, sino en un nuevo comienzo.
Me supero además por mi fe en
un Dios de Amor que nos deja campo libre para pensar, decidir y actuar como lo
vamos a hacer dentro de pocos días en las elecciones venideras. Su cercanía y
la de nuestra Iglesia y su Fe que no se conviertan en subterfugios, sino en
elementos motivadores para superarnos en una dinámica de convivencia basada en
el diálogo y el respeto m
29-11-15
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