Tulio Hernández 29 de noviembre de 2015
Votaré
el el próximo domingo 6, en las elecciones legislativas, porque desde que tengo
la edad establecida nunca he dejado de hacerlo. Votaré por la razón fundamental
asociada a la naturaleza de la elección. Para tratar de recuperar una de las
condiciones fundamentales de la democracia, la autonomía de poderes. La
posibilidad de que un poder, el legislativo, pueda hacer contrapeso a otro
poder, el ejecutivo, de manera que tenga controles, supervisiones, evaluaciones
para que el segundo no actúe impunemente. Para que el presidente y los
ministros rindan cuentas. Sean interpelados cuando sea necesario. Para que
cuando violen las reglas de juego establecidas en la Constitución reciban el
castigo que necesario.
Votaré
el domingo 6, pensando en los más de 70 activistas políticos que están presos
arbitrariamente sólo por disentir del grupo en el poder. Pensaré también en los
miles de venezolanos que han estado detenidos por participar en manifestaciones
de protesta. En los centenares que han sido violados sexualmente por guardias
nacionales, en lo que han sido torturados implacablemente, escupidos,
golpeados, vejados, ofendidos, agraviados.
En el
momento cuando toque la tecla “Todos”, lo haré en solidaridad con los enfermos
de parkinson que han vivido momentos difíciles por ausencia de medicamentos,
con los epilépticos que sufren ataques en las calles por la misma razón, por
los enfermos de cáncer que no tienen los químicos para sus terapias y por mi
mismo que he pasado días sin encontrar las pastillas la hipertensión sólo
porque un gobierno pervertido monopoliza los dólares y los asigna a su
capricho.
Cuando
deposite en la caja de cartón el papelito que registra mi voto pensaré en los
miles de productores venezolanos, unos del campo, otros industriales o
comerciantes, que han visto como en minutos se esfuman sus esfuerzos de años.
En todos aquellos que han sido expropiados por un Estado hambriento de poder
pero incapaz de conducir con éxito las unidades productivas que estatiza.
Pensaré en la granjera que hizo circular el video en donde muestra las gallinas
ponedoras que se van muriendo porque no tienen alimento y llora por ellas como
si fueran sus mascotas.
El 6
de diciembre, cuando me despierte y me vista de domingo, o de novio de la
democracia, pensaré en los más de 100 mil venezolanos que han sido asesinados
desde 1999. La mayoría a balazos. Sin que el gobierno haya hecho ningún gesto
grandioso para contener el fenómeno más grave que sacude a Venezuela, la pérdida
del valor sagrado de la vida, la banalización del derecho más importante, el
derecho a estar vivos. Recordando que es al estado a quien le corresponde hacer
cumplir los derechos fundamentales.
Ese
día, mientras esté en la cola aguardando por ejercer mi voto, pensaré que con
una nueva Asamblea Nacional tal vez podremos investigar a fondo los 800 mil
dólares que Antonini le llevó en un avión de Pdvsa a la derrotada Krichner, en
los miles de millones de dólares asignados por Cadivi a empresas de maletín,
los misterios ocultos en los asesinatos del fiscal Anderson y el diputado
Serra, las relaciones entre la familia presidencial y los narcosobrinos
detenidos, se supone que para e resto de su vida, en los Estados Unidos.
Al
regresar a casa pensaré que he votado por todos los venezolanos que estamos en
contra del populismo autoritario y desde hace quince años, todos los días,
hemos sido insultados desde los medios cada vez más controlados por los rojos.
Recordare todas las veces que nos han dicho traidores, enemigos de la patria,
pitiyanquis, malditos, escuálidos, disociados, hijos de puta, sólo por que no
estamos de acuerdo con la manera autoritaria y errática como conducen al país.
Y por
la noche, cuando la nueva mayoría de la Asamblea sea un hecho, brindaré hacia
el cielo esperanzado con la certeza de que, como decía Manuel Caballero, una no
sale de una pesadilla cambiando de monstruo, uno sale de una pesadilla
despertándose.
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