Por Jesús Alexis
González, 23/11/2015
La corrupción, que no
es de nueva data pero se agrava cuando
se materializa una concentración de poder político y económico en el Estado, a
diferencia de aquellos países con mayor
libertad económica. Venezuela, ha soportado en los recientes 16 años
(1999-2015) un Gobierno que acumuló poder
(capacidad de influenciar con el fin de obtener lo que quiere) al tiempo de
contar con recursos financieros jamás previstos, todo ello con posterioridad de
su llegada a la “conducción” del país en 1998 (luego del golpe de estado del
04/02/1992) presentándose como la salvación de la democracia y enarbolando como
su principal bandera electoral la denuncia
permanente sobre corrupción (política, administrativa, personal, etc) con
basamento en la publica relación que existía entre política y negocios
individuales, en un periodo donde el país reflejaba una eficiente división de
Poderes y se contaba con mucho menos Presupuesto Nacional; y sin embargo se
investigaron y sancionaron gran cantidad de casos de esta índole (incluido el
propio Presidente de la República).
Durante el “proceso
revolucionario” con cuantiosos ingresos y una subordinación de los Poderes con
respecto al Ejecutivo Nacional en un marco de desenvolvimiento político hiperpresidencialista de implícito
autoritarismo, se procura mostrar mediáticamente una Venezuela proba donde
el alto gobierno es integralmente
honesto (¿?) según se desprende del ínfimo número de anormalidades colocadas en la balanza de la justicia al no
vislumbrarse delitos de corrupción (¡!) lo cual, con suprema ingenuidad y una
reduccionista visión monocausal, sería equivalente a “reconocer” tanto que la calidad moral del alto
gobierno resiste toda tentación (¡!), como
que no existe una complicidad consciente
para dejar hacer y dejar pasar anteponiendo el deseo de permanecer en el
poder por encima de la ética y la moral, hasta convertir la honradez en un
auto-sacrificio que no da frutos.
La relación entre
poder y corrupción, es mucho más profunda de lo que usualmente se admite al
tiempo de soslayar la causalidad que brinda darle mayor relevancia a la “posición” que se ocupa que a la “importancia” que se tiene como persona
(educación, experiencia, profesionalismo, etc); es decir se niega permanentemente
el conflicto que existe entre la “posición” y la “importancia” que en muchos
casos conduce al nepotismo (otorgar
cargos a familiares y amigos al margen de sus méritos) que propicia una
generalización de la corrupción política
(mal uso público del poder para conseguir una ventaja ilegitima), con
especial énfasis en la manipulación
electoral para falsificar la voluntad popular teniendo como premisa
mantenerse en el poder “como sea”.
Especial atención
merece la corrupción administrativa,
que conceptualizamos como los delitos que
se cometen en el ejercicio de un cargo público a la luz del mal uso de los ingresos públicos al ser
ejecutados (gastados) en una permanente instrumentación de operaciones de “ingeniería política” sin ideas y
sueños, y solo apuntaladas por la obsesión de mantenerse en el Gobierno; al
extremo de violentar la división de Poderes incluido un cinismo parlamentario de mayoría oficialista supeditado en sus
actuaciones al Ejecutivo (y al proceso), con la participación de organizaciones partidistas sin doctrina perfiladas
más como agencias de empleo y de negocios e integradas por muchos “conversos socialistas” que ahora se
presentan como defensores del “pueblo” renegando, cual modernos fariseos, sobre acciones depredadoras del patrimonio
nacional por parte de “aliados al proceso” bajo un enfoque de revolución amnésica en evidente temor
al poder fáctico (ejercido al margen de la formalidad imponiendo presión para
influir políticamente), al igual que al miedo de perder sus bienes mal habidos.
Obviamente, que esa improvisación en materia económica de los 3 últimos lustros
(1999-2014) ausente de políticas
públicas coherentes y enfocadas a cancelar nuestra “deuda histórica” tanto con Venezuela como con otros países
haciendo uso de los ingresos petroleros (p.ej. Misiones y Petrocaribe), tenía
que irreversiblemente traducirse en indeseables desequilibrios observables en
2015 a pesar de haberle ingresado al país un monto superior a un billón trescientos mil millones de US
dólares (más de 900 trillones de bolívares), mayoritariamente
despilfarrados hasta conformar una reprochable situación caracterizada por,
entre otros aspectos, que el 73% de los
hogares y el 76% de los venezolanos se encuentran en Pobreza de Ingresos, el
49% de los hogares se ubican en la categoría de Pobreza Extrema; que entre
octubre 2014 y octubre 2015 la inflación creció en un 185% y la proyección de
cierre está por encima del 200%; que las reservas internacionales al 17/11/15
apenas alcanzaron los 14 mil 672 millones de US$ con una participación del
11,6% del efectivo, un 77% en barras de oro y un 5,4% en DEG (moneda oficial
del FMI que puede ser canjeada por divisas: dólares, euro, libra, yen y
próximamente en yuan); y en síntesis un
obvio desabastecimiento, escasez, colas
y hambruna.
En lo que se refiere a
la corrupción personal, entendida
como la apropiación ilegal de recursos del Gobierno y de los ciudadanos
usuarios con relevante falta de ética,
nos limitaremos a citar dos afirmaciones: (A)
La de J. Giordani (Contrapunto.com, 07/07/15) que acompañó a H. Chávez en
12 de 14 años de su mandato, quien ya en 2009 infería sobre la necesidad de
combatir la corrupción ante el evidente crecimiento del patrimonio personal
junto con su poder político por parte de la alta burocracia (y sus
relacionados), donde “el nuevo rico tiene que ser ostentoso, porque si no,
¿Cómo lo reciben en el Country Club, en La Lagunita (…). El viejo rico, ese ya
sabe vivir desde hace muchas generaciones. Pero el nuevo tiene que mostrárselo
a los demás, por que si no, ¿quién se da cuenta”.(B) La de Enrique Aristeguieta Gramcko (La Razón, 22/11/15): “(…)
ha surgido una nueva burguesía producto del saqueo (…) la cantidad de personas
que están nadando en millones de dólares y que antes eran unos pelagatos. Simple:
esto es un nido de ladrones”.
Economista Jesús Alexis González
@jesusalexis2020
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