Fernando Mires 27 de noviembre de 2015
La noticia recorre el mundo. El vil y
cobarde asesinato político cometido en la persona del secretario general de
Acción Democrática Luis Manuel Díaz en un acto electoral en Altagracia de
Orituco, hará más impresentable al ya poco presentable gobierno que ejerce el
poder en Venezuela.
Más allá de los motivos con los que
cada uno quiera especular, lo cierto, lo evidente, es que el asesinato tiene
que ver directa o indirectamente con el clima que ha sido impuesto bajo el
nombre de Nicolás Maduro. Por el momento, como ya es normal en Venezuela, nada
se sabe, nada está aclarado y probablemente, todo –después de que sean
detenidos y liberados muchos sospechosos- se convertirá en aire.
¿Obedeció el crimen a un comando
centralizado del PSUV? ¿Intentaron amedrentar a Lilian Tintori, quien se
encontraba al lado del político asesinado, con el clásico mensaje gangsteril:
¿“la próxima serás tú”? ¿Fue un adelanto para el caso de que el gobierno sea
derrotado el 6-D y Maduro “salga a las calle” como ya lo anunció? ¿O se trata
de milicias incontroladas? ¿O de bandas y mafias chavistas autonomizadas? ¿O de
un acto destinado a provocar a la oposición para que salga a las calles y así
crear una situación de caos e impedir las elecciones del 6-D? Las preguntas
vienen y van. La “justicia” no será por cierto la última en conocer la verdad.
Pero sí será la última en decirla.
Con la intuición que solo poseen los
grandes novelistas, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez se ha adelantado a
los acontecimientos. Ramírez escribió recientemente un artículo titulado
“Cuando los votos pueden más que las balas”. Al referirse a las palabras de
Maduro relativas a que “en caso de perder las elecciones “no entregaríamos la
revolución y la revolución pasaría a una
nueva etapa y que gobernaría “con el pueblo … y “en unión cívica militar”,
opinó Ramírez:
“¿Qué significa no entregar la
revolución si la mayoría legítima de los votantes pone a la Asamblea Nacional
en manos de las fuerzas opositoras? ¿Una nueva etapa de la revolución significa
más radicalización y pérdida de más libertades ciudadanas? ¿más autoritarismo.
¿Qué significa gobernar en unión cívico- militar? ¿Qué pito tocan los generales
y los coroneles a la hora que los votos dilucidan el asunto del poder?”
Acerca del “pito” que eventualmente
deberán tocar los generales y coroneles,
escribió, a su vez, en su habitual columna de los Jueves, Trino Márquez:
“El mayor peligro (….) no reside en
que los cuadros castrenses se alíen con el régimen para desconocer o boicotear
la victoria de la oposición. Sería un golpe de Estado. El mayor riesgo reside
en que las Fuerzas Armadas se inhiban de actuar frente al terror que podrían
desatar los grupos paramilitares conformados por los colectivos y los militarizados
por el régimen”.
Tiene razón Trino Márquez. Los grupos
paramilitares, a los que se refiere en su artículo, ya mostraron sus
intenciones al asesinar a Luis Manuel Díaz. ¿Tiene que ver el gobierno con eso?
La respuesta es obvia: Más allá de la
responsabilidad directa o indirecta que corresponda a los más altos
funcionarios, nadie puede desconocer que la persona que más ha trabajado en
Venezuela para crear un clima de violencia generalizada ha sido el propio
Nicolás Maduro.
Maduro debe ser el presidente que sin
haber estado nunca en guerra con nadie, es el que más ha pronunciado la palabra
guerra en toda la historia moderna. No se conoce otro caso similar. Ni el
teniente coronel Hugo Chávez, ni el capitán Diosdado Cabello, ni el general
Raúl Castro lo superan. Razón de más para pensar que el propósito de Maduro no
ha sido solo amenazar a la “ultraderecha fascista” como llama tan cariñosamente
a toda la oposición. El propósito real parece ser, crear a través de las
palabras, y después a través de los hechos que nazcan de esas palabras, una
situación artificial de guerra civil.
Quizás Maduro, desde el punto de
vista de su propia lógica, tiene razón. En un espacio político civilizado ya no
tiene mucho que hacer ni decir. Lo que al parecer lo desespera no es que la
oposición pueda responder con violencia a sus provocaciones sino el hecho de
que no lo haga.
¿A quién más que al gobierno
venezolano podría convenir el espectáculo de bandas disparándose en cada
esquina? ¿No sería esa una razón suficiente para declarar el estado de sitio a
nivel nacional, copar de militares a las calles y ahorrarse una derrota
política espantosa cómo la que lo amenaza el 6-D? Fue seguramente al evaluar
esas posibilidades, la razón por la cual la MUD en una declaración emitida el
26-N, se refiere específicamente a las responsabilidades que le caben al
gobierno venezolano:
“Desde el Comando Venezuela Unida
queremos destacar que el Estado Venezolano es responsable, por acción y
omisión, de cualquier acto de violencia en Venezuela. La prédica violenta desde
los mas altos niveles del Estado es responsable de la siembra de odio. Instamos
a la OEA, a la ONU, a la Unión Europea, a UNASUR, a todos los gobiernos del
hemisferio y a la Santa Sede a que exijan al Gobierno Nacional y al PSUV a rechazar
públicamente al uso de la violencia como arma política, que garantice a los
venezolanos el derecho a votar en paz y que se comprometan a aceptar
pacíficamente la voluntad del pueblo que se expresará en las urnas electorales
el próximo 6 de diciembre.”
El clima de violencia provocado por
el gobierno y algunos de sus seguidores no logrará detener el avance
democrático, pacífico y electoral de la oposición organizada en torno a la MUD.
Todo lo contrario. No serán pocos quienes al votar lo harán por la paz, es
decir por una alternativa política y no militar a la crisis que vive Venezuela.
Luís Manuel Díaz cayó luchando en la
forma más digna que corresponde a un ciudadano: Haciendo uso de su palabra
pacífica en medio de una elección decisiva para el futuro de su país.
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