Por Antonio Pérez Esclarín
El Papa Pío XI escribió
que la política es la forma suprema de la caridad, y el Concilio Vaticano
II llamó a la política “ese arte tan difícil y tan noble”. Es un arte difícil
porque supone superar esa práctica habitual que ha degradado la política a mera
politiquería, a retórica, negocio o espectáculo. La política auténtica entiende
y asume el poder como un medio esencial para servir,
para buscar, más allá de las aspiraciones individualistas o de grupo, el
bien de toda la sociedad. Por ello, y siguiendo al Concilio Vaticano II,
la política es también un arte noble porque el servicio que está llamado
a prestar es la búsqueda del bien común, que hace posible la paz y la concordia.
En consecuencia, la política
nos concierne a todos. Nadie, mucho menos un católico o cristiano en general,
puede vivir sin preocuparse y ocuparse por la suerte de los demás, en
especial de los más necesitados. La política, en consecuencia, es el ejercicio
de un amor eficaz a los demás. Lleva en su propia entraña la dimensión ética,
ya que nos exige considerar como propias las necesidades de los otros, e
implicarnos en su solución. Si la política olvida su raíz ética se
convierte en mera politiquería, camino a la ambición, a la
corrupción, a la utilización de lo público en beneficio propio o de los
suyos. La politiquería no sólo degrada a los falsos políticos, sino que
provoca un enorme daño a la sociedad pues imposibilita el bienestar general.
Se acerca el día en que
elegiremos a nuestros representantes a la Asamblea Nacional.
Es un día transcendental para el futuro de la Patria, es decir,
para nuestro futuro y el de nuestros hijos y nuestros nietos. El
voto es un medio privilegiado de ejercer nuestra ciudadanía y resolver de un
modo pacífico nuestras diferencias. Somos nosotros, los ciudadanos, los
dueños del poder y, mediante el ejercicio del voto, seleccionamos a
los que creemos van a representarnos y servirnos mejor. Los elegidos no deben
olvidar que nos representan a todos y no pueden prostituir la política y
prostituirse ellos como políticos beneficiando sólo a sus seguidores.
Todos debemos votar de un modo
consciente, siendo fieles tan sólo a nuestra conciencia. No votar es renunciar
a la ciudadanía y dejar a los demás que elijan por ti. ¡No botes ni vendas
tu voto! Si no votas, no tienes luego derecho a quejarte o a reclamar.
Por ello, el voto no puede ser un ejercicio irracional. No podemos votar
movidos por la presión, el miedo, por intereses
egoístas o en pago a algunos favores recibidos. Tampoco se trata de arrastrar a
otros a que voten como queremos. Si alguien ha sido objeto de presiones o
chantajes para condicionar su voto, esa debería ser una razón poderosa
para votar con valor en contra de esa forma mezquina de entender la
política que niega en sus raíces la esencia del voto como un acto de
la conciencia. Debemos respetar la soberanía de cada elector,
insistiendo en que el voto es secreto, y que nadie puede ser censurado, excluido
o perseguido por su voto. Después de votar, debemos estar vigilantes para
que los resultados expresen realmente la voluntad de los electores. Por ello,
no sólo hay que votar a conciencia y con valor, sino que tenemos que
estar listos para defender nuestros votos.
pesclarin@gmail.com
www.antonioperezesclarin.com
25-11-15
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