Por Miguel Méndez Rodulfo, 21/11/2015
El inquilino de Miraflores, conocidas las encuestas que le auguran una
aplastante derrota, promete ir a la calle si la mayoría de los diputados de la
nueva Asamblea Nacional le pone controles al gasto público desbordado que causa
la inflación que padecemos. Dado que la torpeza gubernamental no va a mover un
ápice el modelo económico que nos ha conducido al desastre y visto que la nueva
mayoría debe actuar con responsabilidad, es inevitable el choque y en
consecuencia el intento presidencial por tomar la asamblea y someterla “como
sea”. Si un PSUV disminuido y un Maduro debilitado y desacreditado, no
reconocen el rol contralor, de investigación e interpelador de la asamblea, no
hay manera que no surja una conflictividad que lesione aún más el ejercicio
político en Venezuela. Lo que pasa es que esta vez, a diferencia de las
anteriores, el más perjudicado en ese escenario será el gobierno dado el
rechazo a su gestión que se habrá expresado en las urnas el 6D.
En tanto Maduro sigue utilizando la vieja treta polarizadora que tanto
éxito le dio al difunto, cuando el reparto a realazos obnubilaba la mente de
las mayorías venezolanas, no se da cuenta que hoy el golpe al estómago y la
pérdida total de la esperanza han producido un cortocircuito en la mente del
pueblo, lo que ha provocado un desencanto general y un alto rechazo al régimen,
que es irreversible por lo demás. Así las cosas no se percató que el cierre de
las fronteras, culpando a Colombia del contrabando de la gasolina y el tráfico
de drogas, ya no le funcionó; tampoco ha caído en cuenta que usar a Obama como
el ogro malvado que quiere arremeter contra una pequeña revolución (caso del
sobrevuelo a las costas del país y el espionaje a Pdvsa – Maduro no menciona el
caso de los Flores-) no ha calado en el ánimo ni siquiera de la masa que aún es
chavista.
En tanto el consorte de la Tía Cilia anda desesperado bramando contra
el imperio, Almagro, Santos y la UE; nadie le sigue el juego y no hay manera de
encender la llama del patriotismo en las masas. Sin embargo, el empeño en
persistir indica una pérdida de la realidad; una manera de autoengañarse, de no
reconocer íntimamente que se perdió irremisiblemente el fervor de las masas y
que el precipicio más hondo los espera. Esto que es una manera de protegernos
que tenemos los humanos, es aceptable en un ciudadano común, pero imperdonable
en un político que debe tener los pies bien puestos sobre la tierra para planificar
escenarios, uno de los cuales debía ser asegurar la paz social vía la búsqueda
de una gobernabilidad negociada; introducir cambios en el modelo, o
sencillamente renunciar. Pero vemos nada de esto ocurre, lo que hace presagiar
que lo que Maduro promete, en cuanto salir a la calle con sus huestes pagadas,
es una posibilidad real.
Ahora bien, un país ingobernable, sumido en una espantosa crisis
económica coloca a un gobierno debilitado en una posición precaria para
sostenerse en el poder, de manera que intentar darle continuidad al régimen con
una figura tipo Cabello, una vez ido Maduro, tampoco sería aceptado por la
nueva mayoría. Habrá que tener conciencia que se está en un complejo juego de
ajedrez, en el que hay que mover las piezas con mucho cuidado para evitar una
conflagración social, escenario al cual puede aferrarse el régimen buscando
“tirar una parada” que les permita una sobrevivencia sacada del sombrero de un
prestidigitador.
El próximo año será un tiempo muy difícil y crucial para Venezuela, en
tanto nos tocará comernos en navidad unas muy caras hallacas, pero un muy buen
dulce de lechoza, saboreando la victoria parlamentaria y disfrutando el placer
de constatar la nueva y pírrica minoría.
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