Por José Guerra, 22/11/2015
Dar un vuelco en lo económico y enrumbar a Venezuela en la senda del
crecimiento sin inflación es algo perfectamente factible, y quienes no lo ven
así es porque están del lado equivocado del problema: no quieren, no saben, no
pueden.
De hecho, la campaña del miedo lanzada por el oficialismo busca
inútilmente infundir en el electorado el temor al cambio, la necesidad de
conservar esto. El problema es que “esto” es la más brutal caída en el nivel de
vida experimentada por el pueblo venezolano y, siendo el único país petrolero
metido en semejante predicamento, resulta imposible convencer a la gente que no
hay alternativas. Al final, lo que logran es transmitir la miopía, el letargo y
la desorientación que embargan hoy a la cúpula madurista. Quien está deprimido
no ve salida, quien va a caer no ve el hoyo.
Por supuesto, la crisis social que atraviesa el país es compleja, con
múltiples retos que requieren la construcción de consensos y no pretendo dar
soluciones mágicas a todos ellos, pero sí ilustrar la manera en que podemos
salir del atolladero económico en que nos metieron. Para ello, hay que comenzar
por el final, trazar a dónde queremos llegar en el mediano plazo y desandar
mentalmente los pasos necesarios para llegar allá desde donde estamos hoy. En
tal sentido, partimos del hecho que, para darle al país una base económica
mínima, debemos duplicar en diez años el ingreso real per cápita, lo que
implica crecer en ese lapso a una tasa promedio de al menos 7% interanual, lo
que a su vez implica triplicar el valor de nuestras exportaciones (petroleras y
no petroleras), lo que solo puede lograrse mediante una virtual
reindustrialización del aparato productivo, para lo cual se requerirá atraer
una ingente cuantía de capitales y revertir el flujo migratorio.
Trazado el horizonte, ¿cómo llegamos hasta allá si partimos de una
economía paralizada, sin acceso al crédito internacional y al borde de un
default? ¡Ah!, en este punto es donde los más avezados “analistas” del
oficialismo se frotan las manos pensando que sencillamente no se puede y que
nos toca calarnos “esto” pues, sacando cuentas, la cosa no cuadra. El detalle
está en que lo dicen mirando las cuentas de Maduro, según las cuales se quiere
compensar la caída de ingresos a punta de recortar consumo doméstico y donde no
figura el principal generador de producto y empleo de cualquier economía: el
sector privado. Allí tienen razón, si lo que se quiere es continuar con el
legado de ataque, persecución y hostigamiento a la iniciativa privada, aquí lo
que nos espera es más pobreza y estancamiento. Pero si por el contrario priva
la sensatez y decidimos cambiar para mejor, dar un vuelco en lo económico está
al alcance de las manos.
Así, para atraer los capitales y revertir el flujo migratorio se
requiere un marco de políticas que garanticen lo básico: que un emprendedor
pueda invertir sin temor a ser expropiado, que un productor pueda exportar
libremente, que un asalariado pueda vivir dignamente y ahorrar sin temor a la
inflación. Por supuesto, no se trata de una mera retórica conciliadora sino de
crear las condiciones objetivas y hacerlo pronto. Por fortuna, el marco legal
para asegurar el necesario clima de confianza está claramente estipulado en la
Constitución, de modo que solo se trata de corregir las desviaciones respecto a
la norma. El punto central es que, una vez sepultado el fracasado experimento
socialista, al país no le faltarán los recursos para cerrar su brecha externa,
saldar la inocultable deuda social, financiar una transición sin traumas al
nuevo modelo productivo y devolver el optimismo al venezolano. Esa cuenta sí
cuadra.
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