Por Arnaldo Esté
El gobierno se va agotando.
Además de la derrota electoral, tres cursos mayores lo muestran.
El curso religioso del
caudillo generoso con los reales ajenos, el de la utopía revolucionaria y el
liderazgo heredado e inepto.
El caudillo
Con un alimento mucho más
iluso que documentado y puesto en proyectos, un caudillo, más memorioso y
escénico que profundo y con la ayuda de argumentadores nativos e importados,
fue armando una propuesta que se redondeó con el nombre de socialismo del siglo
XXI. Armado con retazos de libros y experiencias fracasadas, se trató de
levantar la idea de una revolución de los pobres.
Pero el caudillo, en la medida
de la confianza que le daba su carisma logrado, saltó de una improvisación a
otra, para nervios de los argumentadores que esperaban un curso más lineal y
predecible. El caudillo supo de siempre que su poder tenía que apoyarse en unos
regalos que llamó redistribución de la riqueza (petrolera, rentista). Pero no
bastó eso: embriagado con las respuestas que lograba el esplendor de sus
dádivas, se sobregiró y terminó por malversar e hipotecarlo todo.
No era cosa de trabajar y
producir, sino de colocarse en una infinita cola.
En la medida en que la cosa no
funcionaba, se fue acudiendo cada vez más a la fuerza explícita de la
represión. Con un lenguaje fiebroso de militar novato se metió en el
exigente barranco de una dictadura. Cosa que interrumpió la muerte.
El curso de la utopía
revolucionaria, de esa revolución de los pobres.
El mundo, en su creciente
diversidad, se ha abierto a remozadas ideologías y religiones. En los linderos
de Occidente surgen hibridaciones y mestizajes culturales, económicos,
políticos, tal como ocurrieron con los grandes imperios anteriores. Roma se
fusionó en sus marquesados con ibéricos, galos, celtas… y restos de anteriores
imperios, para generar el panorama que llevó, siglos después, a la modernidad y
sus revoluciones. Desde el liberalismo racista y radical hasta el islamismo,
más racista y radical aún, que ahora aterroriza a todos. Con formas de gobierno
en las que se dan democracias variadas, dictaduras, monarquías, partidocracias,
dinastías… que tienen que concurrir a un mercado internacional aún regido por
las normas que instaló Occidente.
En ese ambiente, la utopía
revolucionaria, también de origen occidental, europeo, trató de ampliarse hasta
solo lograr romperse. Su instrumental no podía copar con esa diversa realidad.
En un discurso muy elemental insisten en reducirla a la vieja y agotada
geometría de izquierda y derecha, que no explica nada pero sirve de bandera
para militantes de las colas. Pero a falta de argumentos bien sirve la
fidelidad a la magia del caudillo ausente.
El liderazgo heredado e
inepto.
Agotadas las fuentes de la fe:
el caudillo y la ideología, se descubre la desnudez, la inminente caída.
Al heredero se le endosan las
culpas injustamente. En realidad el mal ya estaba hecho y por más inteligencia
o habilidad que tenga no puede armar la botella rota. El grupo de gobierno se
descubre en sus múltiples pecas y pecados, los enterados comienzan a mirar para
los lados, ventanas, puertas secretas, reales que lavar, tráficos, países de
exilio…
Todo eso lo estamos sufriendo
y nuestra tierra y su gente se hunde en la miseria.
Pero la miseria no es una sola
pieza, está compuesta por muchas cosas. Una de ella, la más importante, es la
pérdida de confianza en sí mismo, la pérdida de la dignidad. Confianza que debe
apoyarse en el mutuo reconocimiento y respeto. Y esa es la principal tarea que
se da luego del triunfo electoral vecino: concertar a todos, incluyendo, por
supuesto, a los despojos de la derrota.
21-11-15
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