Por Yedzenia Gainza, 13/11/2016
Hace un par de días vi por casualidad cómo lapidaban por las RRSS a una
mujer que viviendo eso que podría llamarse “explosión
de felicidad de una madre” ha expresado –de la forma más respetuosa
posible– su punto de vista sobre la maternidad y las renuncias que representa.
Con una candidez casi típica en este tipo de situaciones, intentaba convencer a
aquellas mujeres que pudieran encontrarse en la misma disyuntiva que ella
alguna vez atravesó. Es cierto que los ejemplos utilizados no son precisamente
los más dramáticos que alguien pudiera dar, pero la vida no siempre está llena
de dramas y cuando alguien intenta motivar a otros es libre de utilizar lo que
considere apropiado.
A la señora Astrid Klisans la han llamado machista, clasista e incluso cerda.
Y no, no lo ha hecho una manada de machos alfa con ganas de aplastar a una
mujer por estar en desacuerdo con lo que ellos piensan, no. Lo han hecho
señoras que se supone defienden la igualdad de género, el derecho a pensar
diferente, el derecho a expresarse sin temor a lo que puedan decir los demás.
Que una mujer en su vida no haya puesto pie en un spa o vaya dos veces
al año a la peluquería no le da derecho a tratar mal a otra que sí se lo puede
permitir.
Cómo es que las mujeres que dicen defender el potencial que muchas
tenemos para ocupar puestos de dirección en grandes empresas, altos cargos
públicos, etc., son las mismas que nos creen tan idiotas como para que una
publicación en una revista –con un público bastante definido, de paso– nos vaya
a influenciar hasta hacernos cambiar de convicciones o nos haga sentir la
presión de “la sociedad”. ¡Tremendas defensoras! Señoras,
gracias pero no, gracias.
¿A esto lo llaman feminismo? El ataque de un montón de mujeres que no
tienen las mismas posibilidades que otra, en lugar de feminismo lo que parece
es una gratuita demostración de envidia y resentimiento.
La señora Klisans no es ministra de Igualdad. No es suya la culpa de
que exista la vergonzosa brecha salarial de género o que la conciliación
familiar sea casi una utopía. Es simplemente una mujer que tiene un determinado
tipo de vida y, como es legítimo, tiene el derecho de expresar lo que siente al
respecto, a echar o no de menos la anterior y a sentir que en la actual lo más
importante no es ella misma –signifique eso renunciar a clases de chino,
al gimnasio, a hacerse mechas o estar aterrada sobre si será capaz de ser
buena madre o no. No es su culpa si otras no pueden permitirse determinados
“lujos”.
Señoras, ser madre no hace a una mujer mejor que otra, pero no serlo
tampoco. Ni es más digna la que madruga y suda para no perder el metro, que
aquella que no tiene necesidad de hacerlo. Cada quien tiene lo que tiene,
y a quien no le guste la propia vida debe ocuparse de hacer lo posible por
conseguir la que sí sin que esto signifique verter insultos hacia quienes
tienen una distinta y evidentemente mejor en el aspecto económico.
¿Qué tiene de malo que una mujer piense que ser madre o ver la sonrisa
de satisfacción de unos abuelos es lo más bonito que hay? ¿Vivir bien es motivo
para que una mujer sea calificada de clasista o cerda? ¿Por qué es “mierda de la
buena” que una mujer diga que con la maternidad ya no puede dedicarse a
ella como antes? ¿Qué importancia tiene si dedicarse a sí mismas era ir a un
spa, viajar, fumarse un porro, hacer botellón, ir a la peluquería o pasarse el
día en Twitter? ¿La culpa de que millones de mujeres no tengan recursos para
llegar a fin de mes sin angustias o ir a la peluquería semanalmente es de la
señora Klisans? ¿De verdad tener la piel de porcelana es suficiente motivo para
ser insultada?
Una mujer tiene todo el derecho del mundo a ser feliz llevando las
axilas sin depilar o a echar de menos ir de copas con su pareja porque no tiene
presupuesto, tiempo o con quien dejar a sus hijos (si los tiene) y no por eso
es una cerda. Tampoco lo es si decide no ser madre o si prefiere vender libros.
¿Por qué otra no puede sentirse feliz de ser mamá?
Muchas de las limitaciones son autoimpuestas y hay quien no tiene vida
propia aunque no esté cuidando muchachitos. Tener hijos, ir a un spa,
retocarse las raíces, hacerse la manicura, ir en tacones, casarse, ir de
compras, al gimnasio, leer una novela, viajar (o no) es totalmente compatible
con hacerse respetar, luchar por los derechos propios y de los demás. Ya basta
de anónimas creyéndose una autoridad suprema con la facultad de determinar qué
es machismo y qué no. Basta de ir gritando “en el nombre de las mujeres”
un feminismo que no es tal, sino una bochornosa forma de odio, envidia y
resentimiento. Pues entre las cosas más machistas del mundo también se encuentran
esos grupos de chismosas que se juntan para despellejar a una mujer que no les
simpatiza porque vive o viste mejor.
Cada quien toma sus decisiones considerando las consecuencias que éstas
comportan. Si no es el caso, entonces lo que toca es madurar, no lapidar a una
extraña que publica en una revista que abunda precisamente en esas peluquerías
a las que dicen no poder ir las de piedra en mano. Evidentemente un hijo
no está para cubrir eventuales vacíos que alguien pueda sentir en su vida. Sin
embargo, cada una sabe qué le llena y porqué quiere ser madre (o no).
A juzgar por los comentarios, no parece que les moleste que una señora
se haya tomado la libertad de contar una experiencia personal, sino que esa
señora sea guapa, vista bien y pueda permitirse cosas a las que dudo
renunciarían muchas de las que la han atacado. ¿Realmente pretenden hacerle
creer al mundo que si tuvieran las mismas posibilidades renunciarían a
cualquiera de esas cosas que les gustaría hacer o tener y que ahora no pueden
permitirse?
Señoras, eso no es feminismo, es hipocresía, discriminación y, sobre
todo, envidia. El feminismo no debería ser ordinariez ni una forma de venganza
para aplicar la ley del embudo que durante años se ha aplicado a las mujeres.
El feminismo es otra cosa, pero fundamentalmente es mucho más que una marca
comercial que vende feminismo.
Fotos:
Web Instagram @astridklisans
Yedzenia Gainza
@Yedzenia
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