Por Gregorio Salazar
Aunque el enviado papal,
Monseñor Claudio María Celli, ha dicho que su labor en la mesa de diálogo entre
el gobierno venezolano y la oposición “es de acompañamiento”, a juzgar por sus
declaraciones del fin de semana se pudiera decir que ya se ha percatado que su
papel se asemeja más bien al de un técnico anti-explosivos. Debe hacer un
esfuerzo mayúsculo, mover sus herramientas con mucha habilidad y tino para que
la bomba de tiempo que es la crisis venezolana no le explote en las manos.
Eso lo dejó muy claro cuando
destacó que si fracasara la mesa de diálogo el camino que transite la patria
venezolana pudiera estar manchado de sangre. Y admitió que el Vaticano corre un
riesgo muy grande al involucrarse en la coyuntura venezolana y eventualmente
tener que retirarse con las manos vacías. Sabe que el diálogo es un proceso
dinámico que debe nutrirse del reconocimiento de su necesidad por las partes en
conflicto y la voluntad política de los actores. También que mientras más
rápidas se produzcan las respuestas mayores serán las posibilidades de avances
y frutos tangibles.
Teniendo las solicitudes de
la oposición en la mano, fue a su segundo encuentro con Maduro y le habló sin
ambages: «Señor presidente, esta mañana me encontré con la oposición y hay tres
pedidos. Hay que dar señales y estas no necesitan tiempos bíblicos. Hay que dar
señales de que el diálogo es el único camino, y que se puede recorrer en este
momento», refirió al periodista argentino que lo entrevistó. Y enfatizó: “Se lo
dije muy claramente”. Nada de juegos dilatorios, entonces.
No es difícil advertir en
las declaraciones de Celli preocupación y desencanto. Después de haber visto como
el presidente y otros altos personeros del gobierno han arremetido contra la
oposición, a la que incluso tildan de terrorista, el enviado del Papa sabe que
el diálogo tiene un camino minado, que prácticamente no hay ningún sector del
gobierno que apueste a su éxito, lo cual por lo demás sólo parece alcanzable si
el oficialismo contribuye a que se produzcan las decisiones que se esperan de
órganos que les sirven dócilmente, como el TSJ y el CNE.
Si nos guiamos por el
documento aprobado la madrugada del lunes 31 de octubre, podemos figurarnos que
los tres planteamiento principales formulados por la oposición se centran en la
revisión de la situación de los presos políticos (término no admitido en el
documento); el caso de los diputados del estado Amazonas y un cronograma e
institucionalidad electoral y respeto a los procesos electorales previstos en
la Constitución. El primer enunciado del documento, dirigido al compromiso
conjunto para el mantenimiento de la paz y el entendimiento entre los
venezolanos, obtendría su mejor impulso si se concretara un acuerdo sobre los
otros tres.
Lo impresionante es como,
sin ningún recato, el presidente Maduro y otros actores del oficialismo,
erigidos mediante la propaganda en los principales demandantes del diálogo han
arremetido contra el sector opositor a horas apenas de haberse suscrito el
listado de temas que fue aprobado en conjunto y haberse designado cuatro mesas
para discutir el mismo número de ejes temáticos.
A esta hora, el país y
diríase que también la comunidad internacional tienen claro quién quiere
diálogo, quien ha dado pasos para bajar las tensiones alrededor de esa mesa y
quien está dispuesto a voltearla y a patear el tablero. ¿A qué conduciría eso?
A una crisis mayor a la que tenemos en todos los sentidos. Lo dijo Celli: “La
situación está muy fea” y el riesgo de derramamiento de sangre inminente.
La Mesa de la Unidad no se
hace ilusiones, pero está clara en sus expectativas y firme en sus directrices.
Ya lo dijo Torrealba: “Lo que viene después del 11 de Noviembre no es
demagogia, impaciencia y suicidio, sino estrategia, lucha de todos y victoria
del pueblo democrático ¡Palante!”
13-11-16
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